DE LOS LIBROS

Más allá de toda comparación El Profeta Muhammad Mustafa (s.a.s)

Las páginas del libro de la historia profética comienzan con la presentación de la luz de Muhammad al primer hombre, y terminan con la manifestación corporal de Muhammad (s.a.s) en este mundo. En otras palabras, desde el primer momento, esta sublime luz nos llega a través de la más pura y noble genealogía hasta Abdullah para después pasar a Aminah, la madre afortunada que estuvo preñada con la Luz del Ser, la cual pasó, finalmente, a su verdadero dueño, el Profeta (s.a.s), el más excelso de la creación.

El fascinante sistema que forma nuestro mundo debe su existencia a la luz de Muhammad (s.a.s). Los flujos del Poder Divino perceptibles a través del universo, y numerosas formas de belleza que podemos observar en cada rincón, son simples recordatorios, destellos de esa luz. Como alude el siguiente extracto de un hadiz, la única razón por la que le fue aceptado el arrepentimiento a Adam (a.s) se debió a que el barro del que había sido creado contenía una mota de polvo del Profeta (s.a.s).

Señor… Te pido perdón por el favor de Muhammad,” suplicó Adam (a.s) después de comprender el error que había cometido al desobedecer las órdenes del Creador y que le había causado la expulsión del Paraíso. Entonces Allah, Glorificado sea, le preguntó:

¿Cómo es que conoces a Muhammad cuando todavía no le he creado?

Cuando me creaste,” dijo Adam (a.s) “e insuflaste en mí Tu Espíritu, miré hacia arriba y vi las palabras La ilaha ill’Allah Muhammadan rasulullah inscritas encima de los pilares del Trono. Supe entonces que no mencionarías junto a Tu Nombre sino al más amado de la creación.”

A continuación, Allah –Glorificado sea- declaró:

Has dicho la verdad, Adam. En verdad que él es el más amado para Mí de la creación. Así, pues, implórame por su gracia y te perdonaré. Si Muhammad no fuera a existir, tú no habrías sido creado.”[1]

Aduciendo el nombre de Muhammad (s.a.s) como un medio, una wasilah, de arrepentirse, Adam (s.a) recibió la Divina absolución. La Luz de Muhammad continuó su camino y se encarnó momentáneamente en Ibrahim (a.s) cuando al fuego de Nimrod le fue ordenado que fuese frío y placentero; y como una perla envuelta en Ismail (a.s), indujo a que se enviase un carnero desde el cielo como sacrificio.

Como podemos ver, incluso los Profetas obtuvieron la mayor Misericordia Divina a través de su nombre. Como lo ilustra el siguiente hadiz narrado por Qatadah ibn Numan (r.a), Musa (a.s) sólo deseaba ser un miembro más de la ummah de Muhammad, y obtener así las bendiciones de su adherencia a la mejor de las comunidades humanas:

“Musa (a.s) hizo la siguiente du’ah a su Señor: ‘¡Señor mío! En las tablas[2] que me has dado, se menciona a una noble y virtuosa nación de entre las naciones, que practica el bien y prohíbe el mal. ¡Haz, o Señor, que sea mi nación!’

‘Es la nación de Ahmad,’ replicó el Todopoderoso.

‘Las tablas mencionan a una nación que recita sus Escrituras de memoria, mientras que los que hubo antes necesitaban tener sus libros delante para leer, y no eran capaces de recordar una sola palabra una vez que sus escritos desaparecían. Sin duda, Señor, que has dado a esta nación un poder de memorizar y de proteger su legado como nunca antes habías dado a otro pueblo. Así, pues, permite que sean de los míos.’

‘Son de Ahmad,’ declaró el Todopoderoso.

‘Señor mío,’ continuó Musa (a.s) ‘has mencionado allí a una nación que cree en lo que le ha sido revelado y en lo que fue revelado antes de ella, lo protege y lo preserva de cualquier desviación y de los trucos del Dayyal. Por favor, deja que sea la mía.’

‘Pero es la de Ahmad,’ afirmó Allah, Glorificado sea.

‘Las tablas se refieren a una nación que será recompensada por el mero hecho de querer hacer un bien, aunque no lleguen a realizarlo, y si lo llevasen a cabo, serían recompensados setecientas veces más. Te suplico que los hagas míos.’

‘Es la nación de Ahmad’, declaró Allah.

Entonces Musa (a.s) dejó las tablas que había recibido a un lado e hizo la siguiente plegaria:

‘¡O Señor! Si ese es el caso, hazme un miembro más de la nación de Ahmad.’”[3]

De esta forma, cada eslabón en la cadena profética, cada destello de luz y de guía, eran auspicios y heraldos de la llegada de Muhammad Mustafa (s.a.s), enviado como una misericordia para todos los mundos.

Y por fin, en el año 571, el lunes 12 del mes de Rabiulawwal por la mañana, a través del matrimonio de Abdullah y Aminah, la esperada y presagiada Luz llegó al mundo de las manifestaciones como honra para el universo y sus criaturas.

La Compasión Divina comenzó a fluir por todo el universo con su llegada. Los días y las noches cambiaron de aspecto. Los sentimientos y las sensaciones se hicieron más profundos. Cada cosa recuperó su significado, su refinada razón de ser. Los ídolos se derrumbaron y quedaron inertes en el suelo hechos pedazos. Las grandes columnas y torres de los pretenciosos palacios de Medain, dominio de los emperadores persas, se deshicieron. Al igual que las cloacas de la ignorancia, el lago de Sawa siguió su misma suerte y quedó seco. Los corazones se llenaron de la gracia y la esperanza que se desparramaron por el universo ocupando el espacio-tiempo que conforma la existencia de este mundo.

Si no hubiera sido el Profeta Muhammad (s.a.s) el paradigma de todas las virtudes, y si no hubiera venido a este mundo, la humanidad entera habría permanecido bajo la opresión y la animalidad hasta el final de los tiempos, dejando al débil a merced del fuerte. El fiel de la balanza se habría inclinado hacia el mal, y la tierra se habría convertido en un paraíso para tiranos y opresores. Con qué hermosas palabras expresa el poeta esta misma idea:

Mensajero, si no hubieras venido,
las rosas no habrían florecido,
ni los ruiseñores habrían cantado.
Adam no habría podido pronunciar los nombres,
quedándose sin significados.
En un continuo duelo habría permanecido todo sumergido …

Mawlana Rumi قدس سره, la excelsa voz de la verdad, nos propone el grado de gratitud que deberíamos sentir por el Noble Profeta (s.a.s), quien a lo largo de su vida sufrió indecibles penalidades a causa de su empeño en destruir los ídolos y acabar con la opresión:

Tú, que hoy disfrutas de ser Musulmán, deberías saber que de no haber sido por el tremendo esfuerzo de nuestro Ahmad (s.a.s) y su determinación inquebrantable de acabar con todos los ídolos, también tú serías ahora un idólatra como tus antepasados.”

No sólo la sabiduría y el conocimiento con los que vino cargado el “Hombre Iletrado”, llegado a una sociedad ignorante lejos de toda civilización, dejaron asombrados a sus contemporáneos, sino que hasta el Último Día seguirán siendo un océano insondable e inagotable de ciencia. La prueba irrefutable de ello es que, a pesar de que el Qur’an descendió hace mil cuatrocientos años, ninguna de sus afirmaciones científicas, ninguna de sus narraciones del pasado o sus premoniciones con respecto al futuro, han podido ser rebatidas. Y sin embargo, hasta las más prestigiosas enciclopedias del mundo han tenido que ir variando su información a lo largo de los años para adaptarla a la realidad científica e histórica del momento.

El Profeta Muhammad (s.a.s), huérfano e iletrado, nunca recibió educación de nadie. A pesar de ello, demostró ser el hombre más sabio de todos los tiempos, el traductor del No-Visto y el maestro de la Verdad.

Musa (a.s) trajo cierto cuerpo de leyes. Daud (a.s) destacó por sus oraciones y cánticos inspirados por Allah, Glorificado sea. Isa (a.s) fue enviado como ejemplo de virtud y de piedad. Muhammad Mustafa (s.a.s) vino con todo eso junto. Promulgó leyes y al mismo tiempo enseñó la manera de refinar el corazón y de purificarlo para poder dirigirlo a Allah. Las virtudes sin igual que enseñó, las llevó a la práctica en su propia vida. Aconsejó no dejarse atrapar por las engañosas seducciones de este mundo. En pocas palabras, encarnó todos los derechos y obligaciones que los anteriores Profetas habían enseñado. Personificó la nobleza de linaje y de comportamiento, la belleza y perfección de carácter.

Durante los 40 años que vivió en medio de una sociedad ignorante, la mayor parte de sus virtudes, que más tarde se instalarían en su ummah, pasaron desapercibidas para sus conciudadanos. Nunca se le había considerado como un hombre de gobierno. Casi nadie era consciente de su don de oratoria, ni de su genio como estratega militar.

Y sin embargo, el año cuadragésimo de su vida fue un momento crucial en la historia de la humanidad.

Anterior a ese bendito día en el que el Profeta Muhammad (s.a.s) recibió la profecía, nadie le había escuchado hablar de la historia de los profetas pasados, ni del cielo ni del infierno. Tan sólo gozaba de la reputación de ser un hombre virtuoso y solitario, pero en el momento que regresó de la Cueva de Hira, donde se le había investido con la Divina Tarea, sus conciudadanos iban a presenciar un milagroso cambio en la personalidad de Muhammad (s.a.s).

Una vez que comenzó a llamar a la gente y a invitarla al Islam, toda Arabia quedó sumida en el mayor de los asombros y desconciertos, sintiéndose profundamente atraída por su elocuencia. La magnífica poesía que a tan altas cumbres había llegado con los árabes, fue perdiendo valor hasta quedarse sin esencia propia. Ya nadie se atrevía a colgar sus laureados poemas en los muros de la Ka’abah. Una vieja tradición acababa de morir. La hermana del famoso poeta Imr’ul-Qays, admirada por su exquisita y profunda visión poética, dijo al escuchar la siguiente ayah del Qur’an:

وَقِيلَ يَا أَرْضُ ابْلَعِي مَاءكِ وَيَا سَمَاء أَقْلِعِي
وَغِيضَ الْمَاء وَقُضِيَ الأَمْرُ وَاسْتَوَتْ عَلَى الْجُودِيِّ
وَقِيلَ بُعْداً لِّلْقَوْمِ الظَّالِمِينَ

“Y se dijo: ¡Tierra, absorbe tu agua! ¡Cielo, detente! Y el agua decreció, el mandato se cumplió y (la nave) se posó sobre el Yudi. Y se dijo: ¡Fuera la gente injusta!” (Hud, 11:44)

Esto nos ha dejado a todos sin palabras. Incluso los poemas de mi hermano no pueden competir con ello.” Inmediatamente después, fue a la Ka’abah y retiró el poema de Imr’ul-Qays que había sido clavado en la parte más visible de la Ka’abah, no dejando otra alternativa para los poemas considerados inferiores que el ser arrancados.[4]

El Mensajero de Allah (s.a.s) enseñó a toda la humanidad que él era el Profeta del Real, Glorificado sea. Propuso los más perfectos principios sociales, culturales, económicos, legislativos y de relaciones internacionales, cuya sabiduría intrínseca les habría llevado a los más reputados científicos y pensadores toda una vida de experimentos e investigaciones hasta llegar a eso mismo. De hecho, la sabiduría de Muhammad (s.a.s), que más tarde se plasmaría en un comportamiento concreto, echó las bases de todo el conocimiento posterior.

Este excepcional Profeta que nunca antes había cogido una espada, sin ningún tipo de entrenamiento militar a excepción de haber presenciado una batalla, resultó ser un bravo guerrero, y un hábil comandante en la lucha por el tawhid y la paz social. Lideró ejércitos sin abandonar nunca una compasión tan vasta que podía abarcar a la humanidad entera.

Proclamaba el Din de Allah, Glorificado sea, de puerta en puerta, sin importarle los desafortunados que insolentemente daban un portazo en la misma cara del Sol de la guía, permaneciendo en las más oscuras tinieblas. Sus corazones de piedra les incitaban a tratarle rudamente. Sin embargo, el Profeta (s.a.s) nunca tomó sus afrentas como algo personal, sino que más bien sufría viendo su ignorancia.

A ese tipo de gente simplemente les decía:

“Di: No os pido ninguna recompensa por ello ni soy un impostor.” (Sa’ad, 38:86)

Y les recordaba que para él era suficiente llevar la complacencia de Allah en su corazón.

En tan sólo nueve años triunfó sobre toda la Península Arábiga, siempre con ejércitos de tres a seis veces inferiores en número a los de sus enemigos. Más aún, con un mínimo de pérdidas humanas en ambos bandos. Imbuyendo un poder espiritual y un entrenamiento militar a la gente que hasta entonces había crecido sin la menor disciplina, les proporcionó un milagroso éxito en todas sus campañas, acabando con las dos potencias de su tiempo –Bizancio y Persia.

El Profeta (s.a.s) llevó a cabo la más decisiva revolución en la historia de la humanidad, y a pesar de las circunstancias tan adversas en las que tuvo que realizarla, logró acabar con los opresores y secar las lágrimas de los oprimidos que durante tanto tiempo habían fluido y se habían derramado por toda la tierra. Sus benditas manos se transformaron en peines que acariciaban las cabezas de los huérfanos. Los corazones por fin se liberaban de un largo y angustioso sufrimiento.

Mehmet Akif  recrea estas imagines de la forma más bella:

El Huérfano ha madurado y ha alcanzado los cuarenta.
Los pies ensangrentados de aplastar cabezas, ha sido lavados.
Con un soplo el Inocente salvó a la humanidad,
un golpe y todos los césares quedaron fulminados.

Revividos fueron los débiles,
el solo derecho de los que sufren,
Y la opresión, nadie lo hubiera pensado, fue aplastada.

Una misericordia para todos los mundos, en verdad, fue su claro camino.
Y obtuvo lo que buscaba  quien no tenía otro objetivo que la justicia.

Todo lo que el mundo posee no es sino su ofrenda,
con él está en deuda la sociedad, y el individuo.

En deuda está toda la humanidad con este Inocente.
O Señor, resucítanos en el Más Allá con este pensamiento en la mente.

La profecía de Muhammad Mustafa (s.a.s) es como un océano sin límites, de la misma forma que el resto de los profetas son ríos que desembocan en él. De los 124.000 profetas que se nos ha transmitido fueron enviados a la humanidad a diferentes lugares y en diferentes tiempos, el Profeta Muhammad Mustafa (s.a.s) representa el cenit de la perfección y la virtuosidad profética. Sentó las bases de los valores que deben predominar en las sociedades, convirtiéndose en el punto esencial de referencia para todo lo que el hombre pueda necesitar hasta el Día del Juicio Final. Por ello, podemos afirmar que es el Profeta de la Última Hora. Confesando la perfección de su carácter, el bendito Profeta (s.a.s) dijo en una ocasión:

He sido enviado para perfeccionar el comportamiento humano.” (Muwatta, Husn’ul-Khuluq)

El Profeta (s.a.s) no dejó tras de sí ningún bien material, ninguna propiedad, ni el más mínimo objeto de valor. Sin embargo nos legó el más preciado tesoro –un supremo carácter.

Uswat’ul-hasanah / El modelo inigualable

Muhammad Mustafa (s.a.s) es el único profeta, y de hecho el único hombre en la historia, del que se conoce hasta el más insignificante detalle de su vida. Con respecto a los demás profetas, sólo unos cuantos retazos de su paso por este mundo relacionados con su misión de guiar a la humanidad y de adherirse a la conducta correcta, han llegado hasta nuestros días. Parece como si todos sus actos, del más simple al más comprometido, hubieran sido filmados, instante a instante, hasta formar el más completo cuadro de su vida para beneficio de toda la humanidad, y como el más preciado legado histórico que haya existido jamás. A esto hay que añadir que por la gracia de Allah Todopoderoso, este pormenorizado relato de su vida se ha mantenido intacto hasta nuestros días, y así se mantendrá hasta el Día del Juicio Final.

Siguiendo su ejemplo nos compite resistir los reveses, las pruebas y las tribulaciones a las que debemos enfrentarnos en la vida, confiando en el Todopoderoso, aceptando plenamente nuestro destino, desarrollando la paciencia, el coraje y la perseverancia, siendo altruistas y generosos, con un corazón rico en contento, y manteniendo un inquebrantable equilibrio contra las posibles discrepancias que pudieran presentarse. El murshid’ul-kamil por excelencia, el único poseedor de todas estas virtudes, ejercidas a lo largo de su pura y ejemplar vida, es Muhammad Mustafa (s.a.s), el regalo más generoso que Allah el Todopoderoso, Glorificado sea, ha hecho a la humanidad.

La vida del bendito Profeta (s.a.s) ofrece un espléndido ejemplo para todas las generaciones venideras hasta el Último Día.

“Y tendrás por cierto una recompensa que no cesará. Y estás hecho de un carácter magnánimo.” (Al-Qalam, 68:3-4)

La vida y el sublime carácter del Profeta (s.a.s) marcan la cima de la conducta humana, incluso si solamente nos fijamos en los aspectos de su comportamiento más fácilmente aprehensibles por el entendimiento humano. A este pináculo de los profetas y arquetipo del carácter humano que completó su misión en medio de una sociedad hostil, mostrando el mejor ejemplo a emular, se ha referido el Todopoderoso, en palabras del Qur’an, como uswat’ul-hasana, el modelo inigualable.

Así está escrito en el Noble Qur’an:

لَقَدْ كَانَ لَكُمْ فِي رَسُولِ اللَّهِ أُسْوَةٌ حَسَنَةٌ لِّمَن كَانَ يَرْجُو اللَّهَ وَالْيَوْمَ الْآخِرَ وَذَكَرَ اللَّهَ كَثِيراً

“Realmente en el Mensajero tenéis un hermoso ejemplo para quien tenga esperanza en Allah y en el Último Día y recuerde mucho a Allah.” (Al-Ahzab, 33:21)

En cada etapa de su vida el Noble Profeta (s.a.s) mostró el más bello y perfecto comportamiento para que todo el mundo se fijase en él y pudiera apreciarlo tanto en sus aspectos más generales como en los más concisos y detallados. Si queremos seguir la más perfecta conducta, no tendremos más remedio que imitar la sublime vida y el inigualable comportamiento del Profeta (s.a.s).

Muhammad Mustafa (s.a.s) fue líder religioso y cabeza de estado. Es un ejemplo para aquellos que se adentran en el jardín del amor divino, un ejemplo de gratitud y humildad para quien se ha abandonado en las bendiciones de Allah. De la misma forma que es un ejemplo de paciencia y confianza en Allah, Glorificado sea, en tiempos difíciles, el Profeta (s.a.s) es también un ejemplo de generosidad al abstenerse de tomar nada de los botines de guerra. Cubriendo, con la abundante compasión que tenía por su familia, a los esclavos, a los débiles y a los que habían perdido el camino, el Profeta (s.a.s) mostró el comportamiento a seguir. Su magnanimidad y su benevolencia alcanzaron también a sus enemigos.

Así, si posees grandes riquezas, pondera la humildad y generosidad del gran profeta que conquistó toda Arabia y venció los corazones de todos los árabes a través del amor.

Si te encuentras entre los débiles, entonces que sea tu referencia la vida del Profeta (s.a.s) en Meca bajo el gobierno de los terribles y opresores idólatras.

Si eres de los vencedores, reflexiona sobre el Profeta (s.a.s) del valor y de la sumisión, quien derrotó totalmente al enemigo en las batallas de Badr y Hunain.

Pero si, Allah no lo quiera, te encuentras un día entre los vencidos, acuérdate del Profeta (s.a.s) caminando paciente y valerosamente entre sus Compañeros heridos y martirizados en la batalla de Uhud, completamente sometido a la voluntad divina.

Y si eres un profesor, piensa en el delicado, sensible y afectuoso Profeta (s.a.s) transmitiendo las perlas de su corazón a los estudiantes de suffa junto a la Masyid an-Nawawi.

Y si eres un estudiante, visualiza la escena del Profeta (s.a.s) sentado frente a Yibril (a.s) en el momento de la revelación, atento y motivado, lleno de respeto.

Si eres un anunciador que llama al camino recto, entonces presta atención a la fascinante voz del Profeta (s.a.s) lanzando destellos de sabiduría en la mezquita, desde su corazón al corazón de sus Compañeros.

Si te han abandonado y no tienes a nadie quien te ayude en la tarea de proteger, comunicar y elevar la verdad, entonces echa un vistazo a la vida del Profeta (s.a.s) quien la proclamó a los ignorantes y les llamó a la guía cuando no tenía en Meca quien le protegiera ni le ayudara en esta tarea.

Si has roto la resistencia del enemigo dejándolos incapaces de moverse y has erradicado el mal y proclamado la virtud, visualiza la escena del Profeta (s.a.s) en el día de la Conquista, humilde y agradecido, entrando en el sagrado recinto de Meca, sentado en su camello, casi postrado, a pesar de ser un comandante victorioso.

Si tienes tierras de cultivo y quieres encaminar bien las cosas, aprende la lección del competente Profeta (s.a.s) quien nombró a los más capaces para impulsar y administrar, de la mejor manera posible, las tierras de Banu Nadir, Jaibar y Fadak después de haber tomado posesión de ellas.

Si te encuentras solo, piensa en el hijo de Abdullah y Aminah, su querido y amado huérfano.

Si eres un adolescente, considera de cerca la juventud del futuro profeta pastoreando los rebaños de Abu Talib en Meca.

Si eres un comerciante que parte con la caravana llena de mercancías, pondera la integridad del más grande de los hombres en los convoyes destinados a Yemen y Damasco.

Si eres un juez, recuerda el justo y prudente movimiento que realizó el Profeta (s.a.s) al intervenir en el asunto de recolocar la Piedra Negra cuando estaban a punto de enzarzarse en una sangrienta reyerta los notables de Meca.

Vuelve a repasar la historia y echa una ojeada al tiempo del Profeta (s.a.s) en Medina en la Masyid an-Nawawi pronunciando su veredicto sobre los desahuciados, destituidos de todo bien y los más pudientes con un sentido de la justicia difícil de imaginar en nuestros días.

Si eres una esposa, considera las profundas emociones y la compasión del bendito esposo de Jadiya y Aisha.

Si tienes hijos, aprende de la afectuosa conducta del padre de Fátima y del abuelo de Hasan y Husein.

Quienquiera que seas y cualquiera que sean las circunstancias en las que te encuentras, siempre encontrarás a Muhammad Mustafa (s.a.s) como el más perfecto maestro y la más bella guía en todo tiempo y en todo lugar.

Es un maestro de tal calibre que uno puede corregir todos los errores emulando su sunnah, puede rehacer y remendar los intentos fallidos. Siguiendo la luz de su guía, inmediatamente limpiamos nuestro camino de obstáculos y nos encontramos, sin apenas sentir fatiga, ante las puertas de la felicidad.

El mundo interno del Bendito Profeta (s.a.s) es de mucha más exquisitez que un jardín repleto de exóticas flores y fragantes rosas.

Queda, pues, totalmente claro que la vida del Profeta constituye el más perfecto ejemplo incluso para aquellos que se encuentran en los polos opuestos de la sociedad. La vida de un convicto, por ejemplo, nunca puede llegar a ser un ejemplo para un juez, de la misma forma que la de un juez no se puede mostrar como un ejemplo a un convicto. Así, el destino de quien lucha contra la pobreza e intenta sobrevivir a duras penas, no puede ser un caso a tener en cuenta para un potentado hombre de negocios. Sin embargo, la vida del Bendito Profeta (s.a.s) nos ofrece ejemplos para ambos extremos de la escala social, ya que el Todopoderoso le hizo comenzar su viaje existencial como huérfano, ocupando la posición más baja del estrato social, y le hizo pasar por arduas etapas hasta finalmente llevarle a la cima del poder y de la autoridad como Profeta y cabeza de estado.

Cada fase por la que pasó el Profeta (s.a.s) en el transcurso de su vida refleja modos ideales de comportamiento con los que guiarse, ya que hacen referencia a los altibajos de la existencia humana en general. Así, pues, sin importar la posición y las circunstancias en las que nos encontremos, y acorde con nuestros medios y capacidades, la vida del Noble Mensajero (s.a.s) nos ofrece ejemplos perfectos y concretos de conducta a seguir y a establecer en nuestras vidas.

Por ello, podemos concluir que el Profeta Muhammad (s.a.s) es la más bella y perfecta creación ofrecida por Allah, Glorificado sea, a la humanidad. Es el ejemplo por excelencia para ser emulado por la sociedad en toda su extensión, por sus miembros menos favorecidos y por los más afortunados, por sus elites y su gente ordinaria, por los creyentes y los ignorantes.

Cualquiera que pretenda mostrar a la humanidad el camino de salvación, a excepción de los Profetas y de sus fieles seguidores, estará engañándose a sí mismo. A este tipo de incautos pertenecen especialmente los filósofos quienes pretenden poder explicarlo todo a través de sus capacidades cognoscitivas. No podrán transmitir, en realidad, otra cosa que errores y deficiencias. En cambio, los Profetas, que se basan exclusivamente en la Divina Revelación, nos llegan como guías de la Verdad confirmándose los unos a los otros. Cada uno de ellos ha transmitido y enseñado las órdenes de Allah sin alterar nada del mensaje y sin pretender que esa sabiduría viniera de ellos mismos.

Los filósofos, ambicionando guiar al ser humano a través de su falsa luz, transmiten sus puntos de vista personales, ya que carecen de la protección Divina y están a merced de sus egos y de su imperfecta razón. Así, pues, lo único a lo que llegan es a refutarse unos a otros mostrando claramente su incapacidad para guiarse a sí mismos, mucho menos a la sociedad.

 Aristóteles, por ejemplo, a pesar de ser conocido por haber establecido ciertos principios éticos, al estar desprovisto de la Divina Revelación, no pudo lograr que nadie que siguiera su sistema de pensamiento alcanzase la felicidad aplicándolo a su vida. Esto es así porque los corazones de los filósofos no han sido refinados, ni sus almas han sido purificadas, de la misma forma que sus pensamientos y sus acciones no han madurado a través de la revelación.

El único medio de protegernos del abismo al que nos pueden llevar las facultades cognoscitivas y las inclinaciones psicológicas que no han sido entrenadas con la revelación es la habl’ul-matin, la Cuerda Más Resistente, ofrecida a la humanidad por el Profeta de la Última Hora (s.a.s) –el Noble Qur’an.

Y las más tangibles y prácticas manifestaciones de las verdades encontradas en lo más profundo del Qur’an las observamos en la modélica vida del Bendito Profeta (s.a.s). En respuesta a la más urgente pregunta que se hace todo ser humano, a saber, ¿cuál es la razón de nuestra existencia? –debemos responder: Conformar nuestro comportamiento al Qur’an y la sunnah, ya que el Qur’an y la sunnah son prescripciones para alcanzar la felicidad tanto en este mundo como en el Otro. Son el legado eterno de la Luz del Ser (s.a.w), quien dejó en herencia estos dos Luminosos Faros para su ummah.

Antes de embarcarse en la tarea de la profecía, el Bendito Profeta (s.a.w) ya era respetado y querido por todos debido a su virtuoso carácter que hacía que sus conciudadanos confesasen sin la menor restricción que Muhammad (s.a.s) era Al-Amin, el digno de confianza, y As-Sadiq, el honesto y veraz. Sólo después de que quedase claro para todos quién era Muhammad (s.a.s), le llegó la profecía.

Plenamente conscientes del carácter ejemplar del Profeta (s.a.s), de su veracidad e integridad mucho antes de que le llegase la ‘gran tarea’, la gente de Meca sentía un profundo aprecio por él. La misma tribu que le llamó Al-Amin se rindió incondicionalmente a la hora de que fuese él quien resolviese la disputa que estalló entre las tribus involucradas en recolocar la Piedra Negra después de la restauración de la Ka’abah. El Mensajero de Allah (s.a.s) estaba imbuido de tal honestidad que incluso Abu Sufian, todavía un infiel que sólo pensaba en destruir al Profeta (s.a.s), cuando el emperador bizantino Heraclio le preguntó si había habido una sola vez en la que el Profeta (s.a.s) no hubiese guardado su palabra, no pudo responder otra cosa que lo siguiente:

Nunca… Siempre ha cumplido sus promesas.” (Bujari, Bad’ul-Wahy 6, Salat 1, Sadaqat 28; Muslim, Yihad, 74)

Otro testimonio para entender hasta qué punto los árabes de la época pre-islámica confiaban en el Noble Mensajero (s.a.s) lo encontramos en Abu Yahal, el más acérrimo enemigo del Profeta (s.a.s), y en sus amigos:

Por Allah, Muhammad, que no decimos nada contra ti… En lo que a nosotros respecta eres un hombre honesto y veraz. Pero no aceptamos aquello que nos has traído.”

A este respecto se reveló la siguiente ayah:

“Ya sabemos que te entristece lo que dicen, pero no es a ti a quien niegan los injustos, son los signos de Allah lo que niegan.” (Al-An-am, 6:33)[5]

Incluso sus más encarnizados enemigos reconocieron al Noble Muhammad (s.a.s) como a un verdadero profeta en sus corazones, negándole con sus leguas para salvaguardar sus corruptas formas de vida y sus ambiciones mundanas.

Otro incidente que aclara todavía más por qué la Luz del Ser (s.a.s) era llamado Al-Amin, incluso por aquellos que más le odiaban, lo encontramos en el siguiente relato:

Mientras continuaba la batalla de Jaibar un pastor de las líneas judías llamado Yassar vino a donde estaba el Profeta (s.a.w) y después de una corta conversación expresó su deseo de entrar en el Islam. Feliz por aquella decisión el Bendito Profeta (s.a.w) le pidió, sin embargo, que antes de nada devolviese las ovejas a sus dueños,[6] y esto en un momento en el que la batalla se había recrudecido y la falta de víveres comenzaba a hacer mella en el ánimo de las líneas musulmanas. Este hecho sin duda muestra la importancia de mantenernos firmes en nuestras responsabilidades, de mantenernos conscientes de nuestros deberes y de proteger aquello que se nos ha confiado, incluso en los momentos más difíciles.

Otro aspecto importante a tener en cuenta es la beneficiosa influencia que la excelente y virtuosa conducta del Noble Profeta (s.a.s) ejercía sobre aquellos que le rodeaban. El caso más excepcional, sin duda, en este sentido, es la absoluta sumisión de Abu Bakr (r.a) a la veracidad del Profeta (s.a.s), que se manifestó de forma contundente cuando se le preguntó qué pensaba del Viaje Nocturno (Miray) de Muhammad:

“Si él ha dicho que ha ido, es que ha ido.”

Innumerables manifestaciones de justicia, compasión y misericordia a lo largo de la vida del Profeta (s.a.s) se presentan como ejemplos a imitar por la humanidad entera hasta el final de los tiempos. No hay una sola persona libre de perjuicios que haya tenido el privilegio de vislumbrar exhalaciones fulgurantes de esta incomparable Fuente de Luz, que se atreva a disputar su virtuosa realidad, incluso si permanece cerrada dentro de su consciencia. Muchos pensadores extranjeros se han sentido obligados a inclinarse ante su realidad a pesar de mantenerse en la incredulidad. Muchos son los que han dado voz a su reconocimiento interno de la virtud y el éxito del Bendito Profeta (s.a.s). Una de estas figuras es Thomas Carlyle, quien describió así su nacimiento:

“… una aparición de luz desde la oscuridad.”

Así describe la Enciclopedia Británica el carácter virtuoso del Noble Profeta:

“Ningún profeta ni reformista ha cosechado nunca el éxito de Muhammad en toda la historia de la humanidad.”

Similar es el comentario de B. Smith:

“Sin la menor duda podemos afirmar unánimemente que Muhammad es el más grande revolucionario que haya existido jamás.”

El escritor Stanley Lane-Polo declara con profunda honestidad:

El día en el que Muhammad consiguió la mayor victoria sobre sus enemigos, consiguió al mismo tiempo la mayor victoria de la virtud en sí mismo, ya que el día en el que conquistó Meca no hubo represalias contra los Quraish, y declaró una total amnistía para toda la comunidad mequinense.”

En este mismo sentido declara el escritor Arthur Gilman:

“Presenciamos su grandeza durante la conquista de Meca. Las pasadas persecuciones y crímenes que había sufrido tanto él como su comunidad podían haber encendido sentimientos de venganza en su corazón. Sin embargo, Muhammad previno a su ejército para que no fuese derramada una sola gota de sangre. Mostrando una majestuosa compasión, todo lo que hizo fue dar gracias a Allah.”

Imposible será encontrar en ningún sistema legal una proclamación de derechos humanos como la que extraemos del Qur’an y la sunnah. De hecho La Fayette, un renombrado filósofo y uno de los cerebros actuantes de la Revolución Francesa de 1789, proclamó con estas palabras la supremacía de la ley islámica:

“¡Muhammad el Magnífico! Has alcanzado tal cima de justicia que es imposible para nadie, y así lo seguirá siendo en el futuro, sobrepasarte.” [7]

Qué sublime debe ser una virtud para que incluso sus enemigos la afirmen y la admitan. Tal es la virtud y la integridad del Bendito Profeta (s.a.w), testificada incluso por los más irreverentes incrédulos.

La vida excepcional de Muhammad Mustafa (s.a.s) es la personificación de la perfección moral y es más que suficiente para iluminar cualquier aspecto de la actividad humana. Constituye el punto álgido de la educación del ser humano, arrojando destellos en el camino de los que buscan la iluminación. Ofreciendo la guía a través de la firme y poderosa luz de su carácter a todos los que buscan el camino verdadero, Muhammad Mustafa (s.a.s) es el auténtico maestro de la humanidad.

El ávido círculo de alumnos apiñados a su alrededor constituía una auténtica escuela que admitía a personas de todos los estratos sociales. Sin importar el color de su piel, la disparidad de sus lenguas o la copiosa variedad de sus bagajes culturales, así como de sus aparentemente irreconciliables diferencias sociales, se reunían allí como si fueran una sola persona. Nunca se le impidió la entrada a nadie que quisiera unirse a ese círculo de enseñanza. No era un círculo exclusivo de una tribu concreta, sino más bien una fuente de conocimiento y sabiduría que se ofrecía a cualquier hombre o mujer por el mero hecho de formar parte de la humanidad. De esta forma se olvidaron las diferencias entre el débil y el fuerte.

Fíjate un instante en los que se adhirieron al Profeta (s.a.s) y verás prominentes y respetables líderes de sus sociedades, tales como el rey de Abisinia, Nayasi; el noble Ma’anian Farua; el jefe de Khimyar Dhul’qila, Firus Dailami; el noble yemení Maraqaboud; y los gobernadores de Umman Ubaid y Yaffar.

Seguro que si vuelves a fijarte una segunda vez, verás que por encima de esos reyes y nobles que hemos mencionado se encontraban los más desfavorecidos de aquellas sociedades árabes como Bilal, Yassir, Zuhaib, Habbab, Ammar, Abu Fuqaiha, y muchos otros, así como desprotegidas y vulnerables mujeres como Sumaia, Lubaina, Zinnirah, Nahdia y Umm Abis.

Entre los más ilustres Compañeros del Profeta (s.a.s) vemos a aquellos de suprema y aguda inteligencia provistos de un preciso sentido del juicio, de la misma forma que vemos los que tenían competencia para resolver los más intricados problemas, y eran capaces de discernir en los asuntos mundanos y de gobernar vastos territorios con equidad y sobresaliente planificación. Los Compañeros del Bendito Profeta (s.a.s) acabaron liderando ciudades y regiones a lo largo de una amplia geografía. Con sus esfuerzos muchos de ellos consiguieron guiar a sus sociedades al camino recto y hacerles probar el sabor de la justicia. Esparcieron por doquier paz y serenidad uniendo a sus súbditos en una fraternal comunidad.

[1].     Hakim, Al-Mustadruk ala’s-Sahihayn, Beirut 1990, II, 672/4228.

[2].     Páginas de la Torah.

[3].     Tabari, Yamiu’l-bayan an tawili ayi’l-Qur’an, Beirut 1995, IX, 87-88; Ibn Kathir, Tafsiru’l-Qur’ani’l-Azim, I-IV, Beirut 1988, II, 259, (en el comentario de A’raf, 154).

[4].     Ahmad Cevdet Pasha, Kisas-i Enbiya ve Tevarih-i Hulefa, Estambul 1976, I, 83.

[5].     Wahidi, Asbab’u Nuzulil-Qur’an, preparado para ser publicado por Kemal Besyuni Zaglul, Beirut 1990, pag. 299

[6].     Ibn Hisham, Siratun-nabi, Beirut 1937, Dar al Fikr III, 397,398; Ibn Hayar, Al Isaba, Beirut 1328, I, 38-39.

[7].     Ver Kamil Miraz, Tecrid-i Sarih Terjemesi, Ankara 1972, IX, 289.