En la historia de la humanidad no ha existido nadie que pueda igualarse a Muhammad Mustafa (s.a.s), de quien se ha preservado, escrupulosamente, hasta el más mínimo detalle de su intrincada vida, y hasta la más mínima característica de su personalidad. Voluminosos libros no serían suficientes para albergar la explicación del carácter ejemplar del Noble Profeta (s.a.s).
Los fundamentos[1] y el sabio iytihad[2], dentro del ámbito de las ciencias islámicas, han adoptado las cualidades del Mensajero de Allah (s.a.s) como pruebas. Por ello, diferentes disciplinas han estudiado por separado los distintos atributos del Bendito Profeta (s.a.s). Más aún, todos los trabajos que se han escrito dentro de la tradición islámica en los últimos 1400 años no han tenido otro objetivo que el de escudriñar letra por letra un libro –el Noble Qur’an, y el carácter de un hombre –el Profeta de Allah (s.a.s).
Es imposible comprender con las restringidas capacidades de las que disponemos los seres humanos lo que significa la existencia del Profeta (s.a.s) y su inigualable carácter en toda su extensión, ya que tanto las impresiones sensoriales como las elucidaciones mentales son inadecuadas e insuficientes para explicar la grandeza de Muhammad Mustafa (s.a.s). De la misma forma que es imposible verter un océano en una taza, así también es incomprensible para nosotros el esplendor de la luz de Muhammad (s.a.s).
Lo que vamos a tratar de presentar aquí, dentro de nuestras limitadas capacidades, son unas cuantas gotas del inmenso océano que representa el carácter ejemplar del Mensajero de Allah (s.a.s), con la esperanza de que este humilde trabajo sirva para conocer cada vez mejor la profunda personalidad de nuestro amado Profeta (s.a.s).
El bello rostro del Profeta de Allah y su inigualable comportamiento
Con su bella apariencia y su ejemplar modo de vida, el Bendito Profeta (s.a.s) es una maravilla incomparable; describir elocuentemente su inmaculado aspecto está más allá de nuestro alcance. Como afirma el Imam Qurtubi:
“La belleza externa del Mensajero de Allah (s.a.s) no se manifestó enteramente. De haberse translucido sus hermosas y poderosas características en toda su plenitud, los Compañeros no habrían tenido el poder de mirarle.” [3]
Incluso de entre aquellos Compañeros que constantemente estaban al lado del Bendito Profeta (s.a.s), no había muchos que pudieran soportar la belleza de su semblante como sus corazones hubieran deseado, se mantenían a una cierta distancia por su sentido de adab. Se ha narrado que todos los Compañeros solían bajar la mirada mientras conversaban con él, a excepción de Abu Bakr y ‘Umar, los dos únicos que miraban a los ojos del Profeta (s.a.s). Con resplandecientes sonrisas fijaban sus miradas en el Noble Mensajero (s.a.s), quien a su vez les correspondía de la misma forma. (Tirmidhi, Manaqib, 16/3668) Este hecho fue ampliamente descrito en sus últimos años por Amer ibn Ass (r.a), quien pasó a la historia como el conquistador de Egipto:
“Aunque pasé mucho tiempo junto al Mensajero de Allah (s.a.s), el rubor que me sobrevenía en su presencia y el sentimiento de inmenso respeto que sentía en mi interior siempre me impidieron levantar la cabeza y mirar a su sagrado y hermoso rostro para contento de mi corazón. Si alguien me pidiera ahora mismo que describiese el aspecto físico del Mensajero de Allah (s.a.s), creedme –no podría.” (Muslim, Iman, 192)[4]
Según aquellos que más intimaron con el Profeta (s.a.s), su rostro era el más limpio y el más atractivo de todos. Al saber de su llegada a Medina, el curioso Abdullah ibn Salam, entonces un erudito judío, visitó al Profeta (s.a.s) y después de una rápida mirada a su rostro comentó:
“Un rostro así no puede mentir nunca.”
En ese mismo instante se convirtió al Islam. (Tirmidhi, Qiyamah, 42/2485; Ahmad, V, 451)
Investido con el más alto grado de belleza, inspirando majestad y mostrando un exquisito refinamiento en todos sus gestos, en verdad que no necesitaba de ningún otro signo ni de ningún milagro para probar que realmente era el Mensajero de Allah.
Siempre que el Bendito Profeta (s.a.s) se sentía disgustado o, por el contrario, lleno de gozo, se podía notar inmediatamente en la expresión de su rostro.
Su santo cuerpo poseía un intenso vigor, un fuerte sentido del pudor y una rigurosa determinación. En cuanto a la profunda sensibilidad de su corazón es imposible describirla. Una dulce luz emanaba de su rostro. Sus palabras se encadenaban unas a otras en un pausado flujo. Cada uno de sus movimientos se realizaba con una sorprendente elegancia. Poseía un extraordinario poder de expresión, y una suprema elocuencia en todos sus discursos.
Nunca pronunció una palabra en vano. Todas ellas estaban cargadas de sabiduría y de consejo. No había lugar en su discurso para calumnias ni para conversaciones fútiles. Hablaba con la gente según sus capacidades. Era amable y humilde. Aunque nunca expresó su alegría con carcajadas, en su rostro siempre había dibujada un cálida sonrisa. Mirarle un instante plenamente a la cara nos habría sobrecogido con respeto y temor, a pesar de que una breve conversación habría bastado para plantar en lo más profundo de nuestro corazón sentimientos de amor y afecto hacía él.
Trataba a los justos con respeto según su grado de devoción. Siempre se comportó con sus familiares con amabilidad y ternura, si bien estos sentimientos los hacía extensos al resto de la sociedad. Su ternura y compasión también abarcaban a sus sirvientes, de forma que comían de su misma comida y se vestían con ropas parecidas a las suyas. Generoso y compasivo, el Profeta (s.a.s) logró establecer, dependiendo de las circunstancias, un perfecto equilibrio entre el coraje y la dulzura. Inefable en su profunda benevolencia y generosidad, iba más allá de lo que podemos entender por altruismo, pues daba de sus bienes sin el menor miedo a empobrecerse. En palabras de Yabir (r.a):
“Nunca nadie escuchó de sus labios la palabra ‘no’ cuando alguien le pedía algo.” (Muslim, Fadail, 56)
Era el que más frecuentaba a sus parientes, y mostraba siempre un gran afecto y misericordia con la gente, tratándolos en cada momento de la mejor manera. El Bendito Profeta (s.a.s) era el que más detestaba la inmoralidad y el que más exaltaba la virtud. A menudo recordaba a sus Compañeros la importancia de erradicar de sus corazones toda inclinación al vicio:
“No hay nada que tenga más peso para un Musulmán en el platillo del bien en el Más Allá que el buen comportamiento. Allah, Glorificado sea, detesta a aquellos que se comportan indecentemente y utilizan palabras groseras.” (Tirmidhi, Birr, 62/2002)
El Mensajero de Allah (s.a.s) era un hombre de palabra que siempre guardaba sus promesas. Superior a todos en virtud, inteligencia y agudeza, no es posible expresar su verdadero valor.
Dicho esto, es importante notar que en su rostro había dibujada una perpetua expresión de tristeza. Retirado en un estado ininterrumpido de contemplación, sólo hablaba cuando era necesario. Aunque sus periodos de silencio eran prolongados, siempre completaba las frases que había comenzado, reuniendo diferentes niveles de significado en unas pocas frases. Sus palabras se iban desgranando como si fueran perlas contadas una a una. Su constante amabilidad no impedía que su absoluta majestuosidad se impusiera allí donde estuviera.
Nunca perdía la paciencia, excepto cuando se infringía un derecho Divino. Cuando esto ocurría su enfado no se disipaba hasta que ese derecho hubiese sido restaurado, sólo entonces volvía a su habitual compostura. Nunca se enfadó por una cuestión personal. Nunca se le conoció discutiendo por algún asunto que sólo le atañese a él.
Nunca entraba en una estancia sin permiso. Una vez que volvía a casa dividía su tiempo en tres periodos. El primero era para Allah, Glorificado sea; el segundo para su familia; y el tercero para él; y esto sólo de forma nominal, pues de hecho dedicaba esa parte a toda la demás gente, ya fuera común o la elite de la sociedad, sin dejar a nadie desatendido, sin dejar un solo corazón descuidado.
En las mezquitas solía sentarse en diferentes lugares para evitar que otros tomasen el hábito de sentarse siempre en un mismo lugar, de forma que no se consagrase ninguno de ellos. Detestaba que en público la gente adoptase conductas engreídas. Cuando entraba a una reunión se sentaba en el primer lugar disponible y aconsejaba a los demás que hicieran lo mismo.
Siempre que una persona requeriría su ayuda para resolver un problema, sin importarle la relevancia del favor solicitado, el Bendito Profeta (s.a.s) no se quedaba tranquilo hasta que se hubiera dado una solución satisfactoria a ese asunto. Si resultaba ser imposible, el Profeta (s.a.s) nunca abandonaba a esa persona sin antes consolarle y dejar en su corazón el dulce sabor de sus palabras. Todos tenían en él a un confidente. Los diferentes estratos sociales quedaban unificados en su misericordia. Ya fuera la persona rica o pobre, letrada o ignorante, recibía el mismo trato por el mero hecho de ser una criatura humana. Todas sus reuniones estaban impregnadas de amabilidad, sabiduría, cortesía, paciencia y confianza, primero y fundamentalmente en Allah, Glorificado sea, y después en los demás.
Nunca reprochó explícitamente a nadie por sus fallos. Cuando resultaba inevitable reprender la conducta de una persona, el Noble Mensajero (s.a.s) lo hacía de una forma sutil y refinada para no romper su corazón. No solo estaba fuera de su práctica el indagar en los fallos ocultos de la gente, sino que prohibía a los demás ocuparse en tan innoble tarea.
La Luz del Ser (s.a.s) nunca pronunciaba una palabra si no era para obtener la complacencia Divina. Las reuniones en las que hablaba eran paraísos de éxtasis. El entusiasmo incondicional de los que asistían a tales reuniones y escuchaban sus palabras fue más tarde descrito por sus Compañeros de la siguiente manera:
“Nos sentábamos en tal silencio e inmovilidad que parecía como si un pájaro se hubiera posado en nuestras cabezas y temiéramos que en cualquier momento pudiera asustarse y echarse a volar.” (Abu Dawud, Sunnah, 23-24/4753)
La cortesía y el exquisito comportamiento que reflejó en sus Compañeros era de tal intensidad que muy a menudo incluso hacerle una pregunta resultaba impropio. Solían esperar a que viniera algún beduino del desierto para hacerle al Profeta (s.a.s) preguntas y consultarle sus dudas, y de este modo, durante la conversación que entonces se originase, poder beneficiarse y profundizar su conocimiento.
A lo largo de su vida el Bendito Profeta (s.a.s) fue una inamovible montaña de sinceridad. Nunca dijo algo que no estuviera en su corazón, ni nunca aconsejó a nadie hacer algo que él no hubiera hecho ya. Imbuido de tales cualidades, podemos decir que era el Qur’an personificado.[5]
La humildad del Profeta de Allah (s.a.s)
A pesar de haber obtenido en un corto periodo de tiempo lo que otros líderes sólo hubieran podido soñar con obtener, y a pesar de haber conquistado el corazón de la gente, el Mensajero de Allah (s.a.s) continuó llevando su humilde vida como si a sus pies no hubiese innumerables riquezas materiales. Continuó viviendo en su modesta habitación de adobe, durmiendo en un colchón relleno con hojas de palmera y vistiéndose con las ropas más sencillas. Su nivel de vida estaba por debajo incluso del de la gente más pobre. Cuando en alguna ocasión no encontraba nada para comer, se mantenía agradecido a Allah, Glorificado sea, y se ataba una piedra al estómago para aliviar el hambre. A pesar de que todas sus faltas, pasadas o venideras, habían sido perdonadas, perseveraba en sus súplicas y en su gratitud al Todopoderoso, alargando su salah hasta la mañana, de forma que las plantas de sus pies se hinchaban y sangraban.
Nunca permaneció indiferente a la hora de socorrer a los necesitados. Solaz para huérfanos y abandonados, jamás consintió que su grandeza llegase a ser un obstáculo a la hora de auxiliar a los desfavorecidos, quedando cada uno de ellos protegido por la bondadosa y tierna ala de su misericordia.
A un mequinense que le pedía, temblando de temor, que le enseñase algo del Islam en el día de la Conquista de Meca, cuando su autoridad se había impuesto de forma contundente y aparecía ante la mirada de todos como el hombre más poderoso de Arabia, le contestó, en un intento de tranquilizarle, con una referencia a los tiempos pasados, tan dolorosos a veces, con las palabras sin par en la historia de la humanidad en lo que se refiere a la humildad de un gobernante:
“Tranquilízate, hermano, porque no soy un rey, sino huérfano de la que fue tu vecina, de los Quraish, que comía carne secada al sol.”[6]
En la misma ocasión le dijo a Abu Bakr (r.a), el Yar-i Ghar,[7] quien había traído sobre sus espaldas a su anciano padre hasta donde estaba el Profeta (s.a.s) para que dijera en su presencia la declaración de fe:
“¿Por qué le has incomodado tanto? ¿No podíamos haber ido a su casa para que lo hiciera allí?”[8]
El Mensajero de Allah (s.a.s) siempre hacía hincapié en su vulnerabilidad, describiéndose con las palabras del Qur’an:
“No soy más que un ser humano como vosotros, (pero) me ha sido inspirado que…” (Al-Kahf, 18:110)
Insistía en que en el testimonio de fe se añadiese siempre que él era abduhu, es decir siervo de Allah, previniendo de este modo la posible desviación de su ummah hacía la deificación, peligro en el que habían sucumbido muchas naciones antes de ellos. A los que le mostraban un exceso de admiración no tardaba en recordarles:
“No me elevéis por encima de mi rango, ya que Allah me hizo siervo antes de hacerme mensajero.” (Haythami, IX, 21)
El Bendito Profeta (s.a.s) tenía una fuente, llamada gharra, que llevaban normalmente cuatro personas. Un día, al mediodía, después de la salah duha, entraron con la fuente llena de cocido y los Compañeros se reunieron alrededor de ella. Estaba entre ellos el Profeta (s.a.s), quien se arrodilló con un claro intento de ocupar el menor espacio posible. Un beduino que estaba presente, claramente desilusionado con aquel comportamiento que le pareció demasiado modesto, comentó:
“¿Qué manera de tomar asiento es esa?”
A lo que la Luz del Ser (s.a.s) respondió:
“Allah, Glorificado sea, hizo de mi un siervo modesto y digno, no un tirano obstinado.” (Abu Dawud, 17/3773)
Declaraba, así, de manera contundente que nunca podría comportarse con arrogancia y presunción.
En otra ocasión dijo para el asombro de los Compañeros allí presentes:
“Nadie puede entrar al Paraíso solamente por sus actos.”
Le preguntaron:
“¿Ni siquiera tú?”
Contestó:
“No. Ni siquiera yo. Si no fuera por la gracia de mi Señor, mis actos no me podrían salvar. No podría entrar si no me concediese Su compasión y Su misericordia.” (Bujari, Riqaq, 18; Muslim, Munafiqun, 71-72; Ibn Mayah, Zuhd, 20; Darimi, Riqaq, 24)
El Noble Profeta (s.a.s) advirtió repetidas veces de la desgracia que les espera en el Más Allá a aquellos que muestran presunción, arrogancia o vanidad. Algunos de los hadices del Profeta advierten de este hecho:
“El Día del Juicio Allah no mirará a la cara de los que arrastren sus ropas por el suelo debido a su orgullo.” (Bujari, Libas, 1,5)
“A quien lleve el vestido de la fama en la tierra, Allah le hará llevar el vestido de la desgracia en el Más Allá.” (Ibn Mayah, Libas, 24)
El Profeta (s.a.s) solía donar la parte de los botines de guerra que le correspondía, para poder así conservar mejor la humildad y un estilo de vida muy parecido al de los más desfavorecidos de su ummah.
La generosidad del Profeta de Allah (s.a.s)
El Profeta (s.a.s) se consideraba mediador de caridad, entendiendo que es Allah, Glorificado sea, el verdadero Dueño y Dispensador de todo. Con ocasión de la campaña de Hunain y Taif le acompañaba, aunque todavía no era Musulmán, uno de los nobles de los Quraish, Safwan ibn Umayya. Viendo que miraba a una partida del botín reunido en Yiranah con profunda admiración, el Profeta (s.a.s) le preguntó:
“¿Te gusta?”
Cuando éste respondió afirmativamente, el Profeta (s.a.s) le dijo:
“Cógelo… es todo tuyo.”
Incapaz de controlar su excitación, Safwan exclamó entonces:
“Solamente el corazón de un profeta puede ser tan generoso.”
A continuación pronunció el testimonio de fe, convirtiéndose así al Islam.[9] De vuelta a su tribu, reunió a la gente y les dijo:
“¡Oh gente mía, id corriendo y aceptar el Islam… Muhammad regala en abundancia y no teme caer en la pobreza ni le asusta la necesidad!” (Muslim, Fadail, 57-58; Ahmad, III, 107)
En otra ocasión vino un hombre para pedirle que le diera algo, pero el Profeta (s.a.s) no tenía nada que ofrecerle. No obstante, le dijo que buscase a quien le hiciera un préstamo, asegurándole que lo pagaría él mismo. (Haythami, Birr, 40/1961)[10]
Siguiendo la costumbre de su ancestro Ibrahim, el Profeta de la Gracia (s.a.s) nunca comía sólo; siempre tenía invitados. Solía saldar los débitos de los fallecidos, o bien buscar a alguien que lo hiciera, ya que se negaba a realizar la salah funeraria antes de que se pagasen las deudas del difunto.
Afirmó en una ocasión:
“Quien es generoso está cerca de Allah, del Paraíso y de la gente, y lejos de las llamas del Fuego; mientras que el tacaño está lejos de Allah, del Paraíso y de la gente, y cerca del Fuego.” (Tirmidhi, Birr, 40/1961)
En otra transmisión dijo:
“Dos cosas nunca se juntan en un verdadero Musulmán: tacañería y mala conducta.” (Tirmidhi, Birr, 41/1962)
La taqwah del Profeta de Allah (s.a.s)
Era indiscutiblemente el más piadoso de la gente. Su salah al Todopoderoso lo realizaba siempre con recato, es decir con taqwah.
“Allah… concédeme taqwah y perfecciónala… pues Tú eres el único que la puede perfeccionar, Tú eres mi Señor y mi fortaleza.” (Muslim, Dhikr, 73)
“Allah… Te pido que me concedas guía, taqwah, continencia y riqueza de corazón.” (Muslim, Dhikr, 72)
Y fue esta taqwah la que le hizo llevar una vida humilde desprovista de todo lujo. La Madre Aisha (r.a) nos ha transmitido que nunca hubo una ocasión en la que el Profeta (s.a.s) disfrutase dos días consecutivos de un pan de cebada. En otra transmisión se dice un pan de trigo, tres días seguidos. (Bujari, Aiman, 22; Muslim, Zuhd, 20/22; Ibn Mayah, At’imah 48) Con estas palabras animaba a su ummah a llevar una vida basada en la taqwah:
“El más cercano a mí es el que más taqwah tiene. Aquel que en toda circunstancia y lugar muestra su taqwah por Allah.” (Ahmad, V, 235; Haythami, IX, 22)
“Mis hermanos, sin la menor duda, son los que tienen taqwah.” (Abu Dawud, Fitan, 1/4242)
“Dondequiera que os encontréis, tened taqwah de Allah, y si habéis hecho algo malo, cubridlo inmediatamente con una buena acción. Tratad a la gente de la mejor manera.” (Tirmidhi, Birr, 75/1987)
En cuanto al modo de obtener la verdadera taqwah estas son sus palabras:
“…La estación de la verdadera taqwah está fuera de vuestro alcance hasta que no abandonéis ciertas cosas permitidas por temor a caer en lo prohibido.” (Tirmidhi, Qiyamah 19/2451; Ibn Mayah, Zuhd, 24)
La supremacía para él no era algo que los blancos ejercen sobre los negros, o una nación contra otra, sino que era más bien una cuestión de taqwah. (Ahmad, V, 158)
Una espléndida enunciación del concepto de taqwah nos llega en palabras de Isa (a.s), en respuesta a un hombre que le preguntó lo siguiente:
“Dime, Maestro de la Verdad y de la Virtud, ¿cómo podemos ser temerosos ante nuestro Señor?”
“Es muy fácil,” respondió Isa. “En primer lugar debes apegarte a tu Señor con profundo amor, después realizar buenas acciones, y por último sentir misericordia por todos los hijos de Adam, de la misma forma que sientes misericordia de ti mismo.”
Luego añadió:
“…y no hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti; solamente entonces serás temeroso ante tu Señor.”[11]
Una vez ‘Umar (r.a) le preguntó a Ubayy ibn Qab (r.a) el significado de la palabra taqwah:
“¿Has andado alguna vez por un camino espinoso?” –le preguntó Ubayy.
“Sí.”
“¿Qué hiciste?”
“Levanté las ropas y estuve atento a cada paso que daba para no pincharme,” replicó ‘Umar.
“Así es la taqwah,” dijo Ubayy.[12]
Los temerosos son los más cercanos al Bendito Profeta (s.a.s). Muadh ibn Yabal (r.a) nos transmitió el siguiente relato:
“Cuando partía de Medina hacia Yemen después de haber sido nombrado su gobernador, el Mensajero de Allah (s.a.s) me acompañó hasta las afueras para despedirse de mí. Yo iba a la grupa del caballo, mientras él caminando a mi lado. Después de haberme dado algunos consejos, dijo: ‘Quien sabe, Muadh… puede que no me vuelvas a ver después de este año. Quizás visites mi mezquita que está allí y mi tumba…’ Estas palabras y la tristeza de la despedida del amigo hicieron que me echase a llorar. ‘No llores,’ dijo el Mensajero de Allah (s.a.s), y volviendo la mirada hacia Medina añadió: ‘Los más cercanos a mí de entre la gente son los temerosos, los que, estén donde estén, mantienen su temor de Allah.’”[13]
La abstinencia del Profeta de Allah (s.a.s)
Llegó el momento en el que todos los territorios de la Península le juraron lealtad y Arabia entera quedó bajo su gobierno. A pesar de que las caravanas cargadas con todo tipo de riquezas llenaban las calles de Medina, el Profeta (s.a.s) siguió llevando la vida sencilla de siempre. Insistía en la idea de que él no ostentaba ningún poder, ya que todo estaba en las manos de Allah, Glorificado sea. Cuando recibía su parte de los botines de guerra, enseguida la repartía entre los necesitados, manteniéndose firme en una vida de abstinencia, es decir zuhd. Solía decir:
“Si tuviera una cantidad de oro tan grande como la montaña de Uhud, no la guardaría más de tres días, pagando mis deudas primero.” (Bukjari, Tamanni, 2; Muslim, Zakat, 31)
Días enteros pasaban sin que se encendiese fuego para cocinar en la casa del Profeta (s.a.s), y más numerosas eran las veces que iba a dormir con el estómago vacío que con el estómago lleno. (Ahmad, VI, 217; Ibn Sa’ad, I, 405)
Un día el Profeta (s.a.s) recibió en su casa a ‘Umar (r.a), quien echó una rápida mirada a la estancia en la que se encontraban. La habitación estaba vacía. Solamente había allí un colchón tejido de ramas de palmera sobre el cual se apoyaba el Profeta (s.a.s). En su piel se veían claramente las marcas dejadas allí por las estrías de las hojas. En una esquina había una escudilla con un poco de harina de cebada y colgado en la pared un viejo odre de cuero. Eso era todo. Esas eran todas las pertenencias que poseía el hombre que había subyugado a Arabia entera. ‘Umar (r.a) dio un profundo suspiro y no pudo contener las lágrimas.
“¿Por qué lloras?” –preguntó el Noble Profeta (s.a.s).
“¿Cómo no hacerlo?” –contestó ‘Umar. “Los césares y Khousraus nadan en riquezas mientras el Profeta de Allah duerme en un colchón remendado.”
“No llores, ‘Umar. Deja que ellos tengan el mundo y sus placeres y que nosotros tengamos el Más Allá.”[14]
En otra ocasión parecida dijo:
“¿Qué es el mundo para mí? Mi estado en el mundo es como el de un viajero que en un día caluroso se sienta momentáneamente en la sombra de un árbol para luego seguir su viaje.”[15]
En repetidas ocasiones, consciente plenamente de que un día todo nafs tendrá que dar cuentas de sus acciones en el Más Allá, el Profeta (s.a.s) suplicaba:
“O Allah… Haz que viva como un hombre pobre, que muera como un hombre pobre y resucítame junto con los pobres.” (Tirmidhi, Zuhd, 37/2352; Ibn Mayah, Zuhd, 7)
Aunque a los Profetas les fue concedido el Paraíso ya en vida, tal como lo verifica el Qur’an tendrán que responder por las bendiciones recibidas en este mundo y dar cuenta de si han transmitido correctamente el Mensaje Divino:
“Preguntaremos a aquéllos a los que se les mandaron enviados y preguntaremos a los enviados.” (Al-Araf, 7:6)
Los términos zuhd, taqwa e ihsan, aunque diferentes, transmiten el mismo significado. El objetivo común inherente a esos conceptos, la parte más esencial a su vez del entrenamiento Sufi, es guiar al corazón hacia la paz y la tranquilidad por medio de la dominación de los insidiosos deseos del ego y del desarrollo de la tendencia interior hacia lo espiritual, que es, a su vez, la articulación de qalb’us-salim, corazón puro, necesaria para llegar a ser un verdadero siervo del Real.
La cortesía del Profeta de Allah (s.a.s)
Para entender la madurez que había alcanzado el refinado corazón del Bendito Profeta (s.a.s) basta con recordar el momento en el que al ver un escupitajo en el suelo su rostro enrojeció y se quedó inmóvil. Solamente después de que algunos Compañeros apresuradamente lo cubrieran con arena, pudo continuar.
El Profeta (s.a.s) constantemente recordaba la necesidad de cuidar la ropa y no toleraba que se descuidara el pelo o la barba. Una vez llegó a la mequita un hombre completamente desaliñado. El Profeta (s.a.s) le indicó que se arreglara un poco y cuando lo hubo hecho, declaró:
“¿No es acaso mejor tener este aspecto que ir como un Shaytan, con el pelo enmarañado?” (Muwatta, Shaar, 7)[16]
En otra ocasión vio a otro hombre con aspecto descuidado y, claramente disgustado, dijo:
“¿Por qué no se lava el pelo y lo cuida?”
Viendo a un hombre que llevaba la ropa sucia, comentó:
“¿Acaso no encuentra agua para lavar su ropa?” (Abu Dawud, Libas, 14/4062; Nasai, Zinat, 60)
Una vez le preguntó a un hombre que vino a verle con el aspecto muy desidioso si pasaba dificultades. Cuando éste le aseguró tener una buena situación económica, le dijo:
“…entonces deja que Allah vea en ti algún signo de Sus bendiciones!” (Abu Dawud, Libas, 14/4063; Nasai, Zinat, 54; Ahmad, IV, 137)
Otro hadiz parecido dice:
“A Allah le gusta ver los signos de sus bendiciones en el siervo a quien se le han concedido.” (Tirmidhi, Adab, 54/2819; Ahmad, II, 311)
El carácter ejemplar del Profeta (s.a.s) marca la cima de la misericordia, la cortesía y la elegancia del corazón. A un beduino que para llamar su atención le gritaba por detrás en voz alta ‘¡Eh Muhammad, oye!’ le respondió cortésmente:
“Sí, ¿qué puedo hacer por ti?”[17]
Dado este profundo sentido de la cortesía, el Profeta de la Gracia (s.a.s) siempre servía a sus invitados con sus propias manos. (Baihaqi, Shuab, VI, 518, VII, 436)
No se conoce un solo caso en el que hubiera traspasado los límites de la amabilidad o hubiera discutido con alguien incluso en su niñez.
No solamente practicaba él mismo en su vida cotidiana una profunda afabilidad en todos sus aspectos, sino que también imbuía esos mismos valores a toda su familia. Un ejemplo de ello nos lo ofrece la experiencia de su amado nieto, Hasan:
Después de haber circunvalado la Ka’abah y ofrecido una salah de dos raqahs en la estación de Ibrahim, Hasan elevó sus manos y suplicó: “Oh Allah, ha llegado a Tu puerta un insignificante y débil siervo Tuyo…. O Allah, Te está rogando un indefenso y vulnerable esclavo… O Allah, ha llegado un mendigo…”
Después de haber terminado sus súplicas tropezó en su camino de vuelta con un grupo de gente muy pobre que estaba comiendo de una barra de pan. Hasan (r.a) se acercó a donde estaban y les saludó. Agradeciendo su atención le invitaron a sentarse y a comer con ellos. Él así lo hizo y les dijo:
“Si supiera con certeza que este pan no es caridad, comería a gusto con vosotros.”
Entonces se levantó y les invitó a que le acompañasen. Una vez en su casa les dio de comer, les regaló ropas nuevas, no sin antes poner en los bolsillos algo de dinero, y finalmente se despidió de sus agradecidos invitados con amabilidad y alegría. (Ver Abshihi, al-Mustatraf, Beirut 1986, I, 31)
Aquí tenemos otro ejemplo de la amabilidad y la excelsa generosidad de Hasan (r.a):
Caminando un día por los viñedos de Medina vio a un esclavo negro comiendo un trozo de pan que tenía en la mano. Delante de él había un perro, al que le daba de vez en cuando algo de su pan. Atraído por la manifestación del Nombre Divino Rahman, Misericordioso, en el acto del esclavo, Hasan se acercó hasta él y le preguntó:
“¿Quién eres?”
“Soy el siervo de Aban, hijo de Uthman,” contestó el esclavo, con tanto pudor que ni siquiera se atrevió a mirarle a la cara.
“¿A quién pertenece este viñedo?”
“A Aban.”
“No te vayas. Volveré en seguida.”
Entonces se dirigió a buen paso a la casa de Aban, el dueño del viñedo, y le compró el viñedo y el esclavo. Al cabo de un rato volvió a donde estaba el esclavo y le dijo:
“Te he comprado.”
“Te lo agradezco,” le dijo el esclavo respetuosamente. “Es mi obligación obedecer a Allah, a Su Mensajero, y a ti…”
Conmovido por estas palabras y admirado por la lealtad del joven, Hasan le comunicó emocionado:
“Por Allah, eres libre desde ahora… y este viñedo es tuyo.” (Ibn Manssur, Muhtasaru Tarihi Dimashq, VII, 25)
Los modales y el pudor del Profeta de Allah (s.a.s)
El Noble Profeta (s.a.s) nunca levantaba la voz. Caminaba tranquilamente, sonriente. Si alguien hablaba de manera grosera, no le llamaba la atención en público. Su cara reflejaba su estado interior, así que normalmente la gente tenía cuidado con lo que decía o hacía en su presencia. Nunca reía a carcajadas, más bien sonreía con ternura. Según las palabras de sus Compañeros, era más pudoroso que una joven velada.
Dijo según esta transmisión:
“El pudor es del iman (fe en Allah), y el que lo tiene, está en el Paraíso. Su falta viene del corazón duro; y el corazón de piedra está en el Infierno.” (Bujari, Iman, 16)
“El pudor y el iman van juntos… cuando uno se va, el otro le sigue.” (Tabarani, Awsat, VIII, 174; Baihaqi, Shuab, VI, 140)
“Las palabras vulgares no traen más que vergüenza, mientras que el pudor y la buena conducta son adornos allí donde se encuentran.” (Muslim, Birr, 78; Abu Dawud, Yihad, 1)
El verdadero pudor se adquiere a través del recuerdo de la muerte, un medio de purgar el corazón del amor por este mundo. El Profeta de la Gracia (s.a.s) aconsejaba constantemente a sus Compañeros que desarrollasen el sentido del pudor que le corresponde al Todopoderoso. En una ocasión, cuando le aseguraban que lo habían logrado, el Profeta (s.a.s) recalcó que el verdadero pudor incluye proteger todas las partes del cuerpo de lo prohibido y tener la muerte siempre presente en la mente. El deseo de conseguir el Más Allá, continuó, supone abandonar el amor por este mundo, y los que lo logran han alcanzado el verdadero pudor de su Señor. (Tirmidhi, Qiyamah, 24/2458)
El Mensajero de Allah nunca miraba a nadie de manera inquisitiva. Su mirada permanecía más tiempo puesta en el suelo que en los cielos. Nunca utilizaba los errores de los demás para atacarles. Tal como nos ha transmitido Aisha (r.a), cuando el Profeta (s.a.s) se enteraba que alguien había dicho algo que él desaprobaba, nunca decía ‘¿por qué Fulano ha dicho esto?’ sino que más bien comentaba:
“¿Por qué algunos dicen cosas así?” (Abu Dawud, Adab, 5/4788)
A veces, para mostrar su rechazo hacia una conducta incorrecta, decía de manera sumamente cuidadosa:
“¿Por qué veo que se comete tal y tal cosa?” –como si se echase la culpa a sí mismo figurativamente hablando. [18]
Temeroso de poder romperle el corazón a alguien, el Excelso Profeta (s.a.s) era en cada momento un elevado ejemplo de compasión.
Después de haberse imbuido de tales modos de comportamiento, Mawlana Rumi, el ilustre Amigo de la Verdad, se vistió de realidades abstractas con palabras concretas cuando dijo:
“‘¿Qué es el iman?’ –le pregunta mi razón a mi corazón. Susurrándole a la razón, mi corazón contesta: ‘Iman es el buen comportamiento (adab).’”
El coraje del Profeta de Allah (s.a.s)
No se le conoce en toda su vida un momento de miedo o ansiedad. Paciente y perseverante ante un peligro, nunca actuó de manera imprudente como suele hacer la mayoría de la gente en los momentos de dificultad. Cuando pasó tranquilamente entre las filas de los que rodeaban su casa, apostados para matarle, recitaba dos ayaah de la surah Yasin:
إِنَّا جَعَلْنَا فِي أَعْنَاقِهِمْ أَغْلاَلاً فَهِيَ إِلَى الأَذْقَانِ فَهُم
مُّقْمَحُونَ وَجَعَلْنَا مِن بَيْنِ أَيْدِيهِمْ سَدّاً وَمِنْ خَلْفِهِمْ
سَدّاً فَأَغْشَيْنَاهُمْ فَهُمْ لاَ يُبْصِرُونَ
“Cierto que les pondremos en el cuello argollas que les llegarán hasta el mentón y no podrán moverse. Hemos puesto una barrera por delante de ellos y otra por detrás y les hemos velado, no pueden ver.” (Yasin, 36:8-9)
Alí ha transmitido:
“Cuando la batalla de Badr alcanzó su punto más crítico, nos refugiamos detrás del Mensajero de Allah. Era el más valiente de nosotros, el que estaba siempre más cerca de las posiciones enemigas.” (Ahmad, I, 86)
Algo parecido en cuanto al valor del Mensajero de Allah (s.a.s) es lo que nos transmitió Bara:
“¡Por Allah! Siempre cuando una batalla se encrudecía, buscábamos la protección del Mensajero de Allah. Considerábamos que los que podían mantenerse en la misma línea que él eran los más valientes de nosotros.” (Muslim, Yihad, 79)
Por i’la-i kalimatullah, es decir para elevar la palabra y el Din de Allah, estaba siempre en primera línea de combate. Durante la batalla de Hunain, a pesar del inicial descalabro de las fuerzas musulmanas, armado con su inquebrantable determinación, se lanzó contra el grueso del ejército enemigo, dirigiendo a su mula hasta el centro de sus líneas, animando de este modo a sus Compañeros, hasta que con la ayuda Divina lograron cambiar la suerte de la batalla y consiguieron la victoria. (Muslim, Yihad, 76-81)
Solía decir:
“Por Aquel que tiene mi alma en Su mano, quisiera poder luchar en el camino de Allah y ser martirizado; luego revivir y ser martirizado una y otra vez…” (Muslim, Imarah, 103)
La ternura del Profeta de Allah (s.a.w)
Nos ha transmitido Aisha:
“No había nadie que tuviera mejores modales que el Mensajero de Allah. Cuando alguien de entre sus familiares o amigos le llamaba, les contestaba de la manera más afable que podamos imaginar. Esta fue la razón por la que Allah, Glorificado sea, reveló:
‘Y estás hecho de un carácter magnánimo.’ (Al-Qalam, 68:4)” (Wahidi, p. 463)
No nos ha llegado ningún relato de la vida del Mensajero de Allah (s.a.s) en el que buscase la venganza personal; era habitual en él perdonar. A este respecto Aisha (r.a) nos ha transmitido:
“Nunca humilló a nadie. Ni tampoco respondió al mal con el mal, sino con el perdón y la indulgencia. No existe un esclavo, ni un sirviente, ni siquiera un animal, al que hubiera tratado injustamente.”[19]
En la transmisión de Anas (r.a):
“Nunca he tocado seda o satín que fuera más suave que las manos del Mensajero de Allah. Ni tampoco he inhalado una fragancia más dulce que la suya. Le serví durante exactamente diez años. Nunca se enfadó conmigo, nunca me dijo ‘uuff’. Ni una vez me preguntó ‘¿por qué has hecho eso?’, cuando hice algo, ni tampoco me dijo ‘¿no debiste haberlo hecho?’, cuando dejé algo sin hacer.” (Bujari, Sawm 53, Manaqib 23; Muslim, Fadail, 82)
En una ocasión alabó a un de sus Compañeros, diciendo:
“Tienes dos rasgos que Le gustan a Allah: la gentileza (hilm) y la discreción (taannii).” (Muslim, Iman, 25, 26)
Un día un beduino orinó en la Mezquita de Medina. Los Compañeros empezaron a recriminarle con severidad, hasta que intervino el Profeta (s.a.s):
“Dejad tranquilo a este hombre. Simplemente echad un cubo de agua allí donde haya orinado, porque se os ha encomendado facilitar las cosas, no dificultarlas.”
Luego le explicó a aquél beduino la importancia de las mezquitas y el comportamiento que debemos mostrar en ellas.
Anas (r.a) nos ha transmitido:
“Caminaba con el Profeta (s.a.s), y éste llevaba un manto hecho de tela de Nayr con bordes gruesos y rígidos. Un beduino se le acercó y tiró del manto -con tal fuerza que la costura le rozó el cuello- al tiempo que gritaba: ‘¡Muhammad! ¡Ordénales que me den algo de los bienes que pertenecen a Allah!’ El Mensajero de Allah se volvió hacia él, sonrió, y ordenó que se le diera algo.” (Bujari, Khumus, 19, Libas 18, Adab 68; Muslim, Zakat, 128)
Su éxito sin par en cuanto a la propagación del Islam se debió, de hecho, a su extraordinaria conducta, a una madurez de la que el Todopoderoso ha dicho:
فَبِمَا رَحْمَةٍ مِّنَ اللّهِ لِنتَ لَهُمْ وَلَوْ كُنتَ فَظًّا غَلِيظَ الْقَلْبِ لاَنفَضُّواْ مِنْ حَوْلِكَ
“Por una misericordia de Allah fuiste suave con ellos; si hubieras sido áspero, de corazón duro, se habrían alejado de tu alrededor…” (Ali Imran, 3:159)
Sin la menor duda, como una vela que se derrite en contacto con el fuego, girando alrededor de aquella Luz que había traído el bien a la humanidad, la gente de la Época de la Ignorancia se fundió en contacto con el afable, virtuoso y dulce carácter del Noble Mensajero (s.a.s), salvándose así de las costumbres salvajes en las que estaban atrapados.
La misericordia y la compasión del
Mensajero de Allah (s.a.s)
El Profeta de la Misericordia (s.a.s) afirma en un hadiz:
“Allah, Glorificado sea, el Rahman, tiene misericordia con todos aquellos que son misericordiosos. Muestra misericordia y compasión con los que están en la tierra, de modo que los que están en los cielos tengan misericordia de ti.” (Tirmidhi, Birr, 16/1924)
La profunda misericordia que caracterizaba al Profeta (s.a.s) se manifestó en el hecho, entre muchos otros, de permitir acortar la salah a una madre que tenía a su cargo un niño muy pequeño que estaba llorando a su lado, y en el hecho de pasar noches enteras ofreciendo salawat a Allah y suplicando por su ummah. Fue enviado como misericordia para todos los mundos y su misericordia incluía a todo ser vivo. Una vez, cuando le pidieron que maldijese a los incrédulos, contestó:
“No he sido enviado para maldecir; soy el profeta de la misericordia.” (Muslim, Fadail, 126; Tirmidhi, Daawat, 118)
En su viaje a la ciudad de Taif con el objetivo de transmitir a su gente el Islam, la egoísta e ignorante comunidad que allí vivía le respondió lanzándole piedras. Entonces se le apareció al Profeta (s.a.s) el Ángel de las Montañas, acompañado por Yibril, diciéndole que si así lo deseaba levantaría las dos montañas que estaban en aquel lugar y las arrojaría sobre la ciudad. Pero el Profeta (s.a.s) le contestó:
“No. Solamente deseo que el Todopoderoso haga que su descendencia no adore a otro que Allah, sin asociarle nada ni nadie.” (Bujari, Bad’ul-Khalaq, 7; Muslim, Yihad, 111)
Por esos habitantes de Taif, los Thaqif, que le expulsaron de su ciudad, le insultaron y, de hecho, no se sometieron hasta el noveno año de la Hégira, el Profeta suplicaba de esta manera:
“¡O Allah! Concédeles guía a la tribu de los Thaqif, para que vengan a nosotros por su propia voluntad.” (Ibn Hisham, IV, 134; Tirmidhi, Manaqib, 73/3942)
Una vez llegó Abu Usayd (r.a) con algunos prisioneros de guerra capturados en Bahrein. El Bendito Profeta (s.a.s) vio a una mujer que lloraba desconsoladamente y le preguntó por la razón de aquel llanto. Ella le respondió:
“Ese hombre ha vendido a mi hijo.”
“¿Lo has hecho?,” le preguntó el Profeta (s.a.s) a Abu Usayd, quien contestó afirmativamente.
“¿A quién?”
“Al clan de los Abs.”
Entonces el Mensajero de Allah (s.a.s) le ordenó:
“Ve allí y vuelve con el hijo de esta mujer.”[20]
En una ocasión les dijo a los que le acompañaban:
“Por Aquel que sostiene mi alma en Su mano, no entraréis en el Paraíso hasta que seáis misericordiosos.”
Sus Compañeros respondieron:
“¡O Mensajero de Allah! Todos somos misericordiosos.”
“La compasión es algo más que tener en cuento al otro. Es más bien algo que engloba a la creación entera… sí, a la creación en su totalidad.” (Hakim, IV, 185/7310)
La indulgencia del Profeta de Allah (s.a.s)
A Allah, Glorificado sea, le gusta perdonar. Allah afirma Su profundo deseo de aceptar el sincero arrepentimiento de un siervo y dice que Él perdona y vuelve a perdonar. Asimismo, exhorta a Sus siervos a que adopten esa misa actitud con respecto a sus semejantes.
La condición de obtener el perdón es el remordimiento y la firme intención de seguir los mandamientos del Creador y abstenerse de repetir los errores. Los ejemplos más espléndidos del perdón los encontramos en la vida del Profeta de la Misericordia (s.a.s). Qué mejor ejemplo que el del día de la Conquista de Meca, cuando le perdonó a Hind, la mujer que después de la encarnizada batalla de Uhud mutiló el cuerpo de Hamza e intentó morder sus pulmones.
Habbar ibn Aswad se contaba entre los más acérrimos enemigos del Islam. Con su lanza pinchó el camello en el que iba montada Zainab, la hija del Profeta (s.a.s), en su viaje a Medina, causando de esta manera su caída. En consecuencia, Zainab, que estaba embarazada, perdió al niño y, un tiempo después, murió. Habbar se comportó de manera muy parecida en muchas otras ocasiones. En el Día de la Conquista huyó de Meca, temeroso de las represalias. Un tiempo después vino a ver al Profeta (s.a.s) para anunciarle que había aceptado el Islam y deseaba ser uno más de su ummah. El Profeta (s.a.s) no solamente le perdonó, sino que también prohibió a los demás recriminarle o causarle daño. (Waqidi, II, 857-858)
Iqrimah, otro notorio enemigo del Islam, era hijo del no menos notorio perseguidor de los Musulmanes, Abu Yahl. Huyó a Yemen después de la toma de Meca. Su mujer logró convencerle para que solicitase el perdón al Noble Profeta (s.a.s), cosa que finalmente hizo, declarándose Musulmán.
“Bienvenido, caballero errante,” le saludó el Profeta (s.a.s) con satisfacción, y le perdonó y olvidó todo lo que había hecho contra el Islam. (Tirmidhi, Isi’zan, 34/2735)
El Mensajero de Allah (s.a.s) suplicaba constantemente:
“¡O Allah! Perdona a mi ummah, porque no sabe!” (Ibn Mayah, Manasiq, 56; Ahmad, IV, 14)
Inmediatamente después de haber aceptado la ciudad el Islam, Sumamah ibn Usal, líder de Yamamah, cortó todas las relaciones comerciales con Meca, privándola así de una de sus fuentes más importantes de suministro de mercancías. Temiendo que hubiera escasez de alimentos, los asustados mequinenses solicitaron la intervención del Profeta (s.a.s), quien de inmediato escribió a Sumamah para que depusiera su actitud.[21] Eran los mismos mequinenses que hacía unos años habían declarado el boicot contra los Musulmanes, prohibiendo a todas las tribus comerciar con ellos, contraer matrimonios y tener cualquier otro tipo de relación social, infringiéndoles, de esta manera, un gran sufrimiento. El Bendito Profeta (s.a.s), no obstante, lo perdonó todo. Más aún, en el séptimo año de la Hégira, en vísperas de la captura de Jaibar, el Noble Profeta (s.a.s) ayudó a los hambrientos mequinenses con suministros de oro, cebada y semillas de dátiles. Aceptando la generosa ayuda y distribuyéndola entre los necesitados, Abu Sufran comentó agradecido:
“Que Allah recompense a nuestro primo por su ayuda a los parientes.” (Yuqubi, II, 56)
Tales actos de magnanimidad fueron ablandando los corazones de la gente de Meca, y contribuyeron a que finalmente aceptasen el Islam sin reserva alguna.
El Profeta (s.a.s) perdonó a un grupo de jinetes capturados en Hudaibiya, después de que confesasen su intención de querer asesinarle. (Muslim, Yihad, 132, 133)
Después de la conquista de Jaibar, una mujer envenenó la comida del Noble Profeta (s.a.s), quien en el mismo instante de llevarse un trozo de ella a la boca se dio cuenta de lo sucedido. A pesar de que confesó su culpa, el Profeta (s.a.s) la perdonó. (Bujari, Tibb, 55; Muslim, Salam, 43)
Al Profeta (s.a.s) se le reveló que el sufrimiento y la confusión que empezó a sufrir se debían a que el judío Labid, animado por sus hermanos, le había echado mal de ojo. No obstante nunca buscó venganza ni tomó represalias contra Labid ni contra la tribu judía de los Banu Zuraiq.[22]
El Qur’an diría más tarde:
“¡Adopta la indulgencia como conducta, ordena lo reconocido y apártate de los ignorantes!” (Al-Araf, 7:199)
Los temerosos buscan la cercanía con la Luz del Ser (s.a.s) y de este modo obtienen parte de su naturaleza indulgente y la Misericordia Divina. Basta con recordar las palabras que Hallay Mansur pronunció mientras le apedreaban:
“¡Señor mío! Perdona a los que me apedrean antes que a mí.”
La observancia de los derechos del vecino en el
Profeta de Allah (s.a.s)
El Profeta de la Misericordia (s.a.s) insistía mucho en la necesidad de salvaguardar los derechos de los vecinos. En una ocasión dijo:
“Fueron tantas las veces que Yibril me exhortó a tratar bien a los vecinos que llegué a pensar por un momento que tendrían el derecho de heredar, como un pariente más.” (Bujari, Adab; Muslim, Birr, 140-141)
En otra transmisión se dice:
“Un vecino incrédulo tiene un derecho. Un vecino Musulmán tiene dos. Un Musulmán que además es un pariente –tres.”[23]
Mirar por la ventana al vecino, molestarle con olores cuando cocinamos, o mostrar cualquier otro tipo de conducta que le pueda causar disgusto se considera violación de los derechos humanos. Dijo el Profeta (s.a.s):
“El mejor vecino ante Allah es aquel que beneficia a otro vecino.” (Tirmidhi, Birr, 28)
“No es Musulmán quien duerme con el estómago llego sabiendo que su vecino va la cama hambriento.” (Hakim, II, 15/2166ª)
Abu Dharr Ghifari (r.a) nos transmitió:
“Siempre cuando preparaba una sopa, el Mensajero de Allah (s.a.s) me recomendaba que añadiese más agua y la compartiese con mi vecino.” (Ibn Mayah, Taíma, 58)
Dado que Abu Dharr era uno de los más pobres de entre los Compañeros, podemos deducir que la pobreza no invalida la obligación de compartir.
Transmitió Abu Huraira que un día el Bendito Profeta (s.a.s) dijo:
“¡Por Allah que no ha creído! ¡Por Allah que no ha creído! ¡Por Allah que no ha creído!”
“¿Quién es el que no ha creído, o Mensajero de Allah?” –preguntaron los Compañeros que estaban presentes.
“Aquel,” respondió el Mensajero de Allah “de quien sus vecinos no se sienten a salvo.” (Bujari, Adab, 29; Muslim, Iman, 73; Tirmidhi, Qiyamat, 60)
En otra transmisión:
“No entrará en el Paraíso aquel que impida que su vecino se sienta seguro.” (Muslim, Iman, 73)
El trato del Profeta (s.a.s) con los pobres
Era conocida la bondad y ternura con las que el Profeta de la Gracia (s.a.s) trataba a los pobres, a los solitarios y a los viudos. (Bujari, Nafaqat, 1; Muslim, Zuhd, 41-42) Parecía como si de esta forma quisiera compensar sus carencias. Abu Said (r.a) nos ha transmitido:
“Estaba sentado con un grupo de gente de los más pobres de entre los Muhayirun. Algunos de ellos ni siquiera tenían suficiente ropa para cubrirse adecuadamente. Uno de ellos nos recitaba el Qur‘an. Mientras tanto apareció inesperadamente el Mensajero de Allah (s.a.s), y se quedó de pie, esperando. Al verle, el recitador interrumpió la lectura. Entonces el Mensajero de Allah (s.a.s) nos saludó y preguntó:
‘¿Qué estáis haciendo?’
‘Este es nuestro maestro. Nos recita el Qur‘an y así podemos obtener beneficio del Libro de Allah.’
‘Alabado sea Allah por haber creado, entre mi ummah, a aquellos con los que encomienda la paciencia.’[24]
Luego se sentó entre nosotros modestamente, y señalando con el dedo, dijo:
‘Formad un círculo de este modo…’
Entonces nos sentamos alrededor de él, de forma que todos podíamos ver su rostro, y dijo lo siguiente:
‘Buenas nuevas a vosotros, la gente pobre de los Muhayirun. Os doy la buena nueva de una luz completa en el Más Allá. Entraréis en el Paraíso medio día antes que los ricos… y medio día allí equivale a quinientos años terrenales.’” (Abu Dawud, Ilm, 13/3666)
En una ocasión llegó a Medina una tribu del desierto. Iban descalzos, demacrados por el hambre y el calor. Su aspecto conmovió al Profeta (s.a.s) hasta lo más profundo de su corazón. Pidió a Bilal que diese el adhan para reunir a los Compañeros. Preocupado y pálido, les habló de la situación de los recién llegados. Se relajó algo cuando varios Compañeros, en situación más holgada, se comprometieron a ayudar a los necesitados. (Muslim, Zakat, 69-70; Ahmad, IV, 358, 361) La vida del Noble Profeta (s.a.s) abunda en ejemplos de una profunda misericordia. Le dijo a su mujer en repetidas ocasiones:
“Aisha, alivia a los pobres, aunque sea con la mitad de un dátil. Ama a los pobres y acércate a ellos, para que en el Día del Juicio Allah te acerque a Él.” (Tirmidhi, Zuhd, 37/2352)
Nos ha transmitido Abbad ibn Shurhbil (r.a):
“Un día entré en un campo labrado de Medina; era pobre y buscaba algo para comer. Arranqué algunas hortalizas, comí unas cuantas y el resto lo metí en una bolsa que llevaba conmigo. De repente apareció el dueño de la huerta, me agarró, me pegó, me quitó la bolsa y me llevó en presencia del Mensajero de Allah (s.a.s) para presentar una queja contra mí. El Mensajero de Allah (s.a.s) le dijo: ‘No le enseñaste cuando era ignorante, ni tampoco le diste de comer cuando estaba hambriento,’ y le ordenó que me devolviese la bolsa. Luego me dio comida en abundancia.” (Abu Dawud, Yihad, 85/2620-2621; Nasai, Qudat, 21)
Islam ordena que se investigue la causa del crimen, a continuación se debe corregir al transgresor. Desde esta perspectiva, los castigos en la Ley Islámica se asemejan a las reprimendas de los padres a sus hijos. Su objetivo no es deshacerse del malhechor, sino devolverle a la sociedad.
El trato del Profeta (s.a.s) con los
cautivos y sirvientes
La misericordia del Bendito Profeta (s.a.s) abarcaba también a los prisioneros de guerra. No cesaba de exhortar a su comunidad a que los tratase con respeto. Abu Aziz, hermano de Musab ibn Umair, nos ha dejado testimonio de ello:
“Caí prisionero después de la batalla de Badr y un grupo de los Ansar me vigilaba de día y de noche. Todos conocían la orden del Profeta (s.a.s) de tratar bien a los prisioneros, pero el comportamiento de aquellos Ansar era algo realmente fuera de lo común. Cuando les llegaba su ración de pan me la daban a mí, contentándose ellos con un puñado de dátiles. Avergonzado, les devolvía el trozo de pan que me habían dado, pero era inútil, antes de que llegase a sus manos, me encontraba conque lo tenía yo de nuevo.” (Haythami, VI, 86; Ibn Hisham, II, 288)
El Mensajero de Allah (s.a.s) no perdía ninguna oportunidad de animar a la gente a que liberasen a los esclavos, equiparándolo a un acto de adoración. También era una manera de compensar las malas acciones que se hubieran cometido. Abu Bakr, el amigo íntimo del Profeta (s.a.s), gastó gran parte de su fortuna en liberar a esclavos. En una ocasión el Profeta (s.a.s) fue testigo del maltrato de un esclavo por parte de Abu Dharr. Disgustado sobremanera, le dijo:
“Parece como si todavía siguieras las costumbres del Tiempo de la Ignorancia. No hagas daño a lo que Allah ha creado. Si un esclavo no es de tu agrado, libéralo. No le impongas más de lo que pueda soportar, y si lo haces, ayúdale.” (Bujari, Iman, 22; Muslim, Ayman, 38; Abu Dawud, Adab, 123-124)
Una vez un hombre arregló el matrimonio entre dos esclavos, pero luego cambió de opinión e intentó deshacerlo. El esclavo se lo dijo al Profeta (s.a.s), y éste habló con el dueño y le amonestó con las siguientes palabras:
“No te entrometas en eso. No tienes derechos sobre su matrimonio ni sobre su divorcio.” (Ibn Mayah, Talaq, 31; Tabarani, Kabir, XI, 300)
En Islam, la esclavitud se entiende como un efecto secundario de la guerra. El esclavo es alguien que no es libre, pero que tiene derechos –comer la misma comida que su dueño, llevar el mismo tipo de ropa, no estar sobrecargado, tener todas sus necesidades cubiertas. En práctica, y como hemos visto, Islam exhorta a respetar esos derechos con sumo cuidado y a liberar a los esclavos en cuanto sea posible, siendo esto un acto de virtud y medio de salvación en el Más Allá. Las obligaciones del dueño eran tan numerosas que casi equivalían a estar él esclavizado.
Estas palabras del Mensajero de Allah (s.a.s), unas de las últimas que pronunció, llaman la atención a este respecto:
“Poner mucha atención en la salah, sobre todo en la salah… y temed a Allah en cuanto a los que están bajo vuestra responsabilidad.” (Abu Dawud, Adab, 123-124/5156; Ibn Mayah, Wasaya, 1)
De esta manera, el Bendito Profeta (s.a.s) animaba a abrir las puertas de la esclavitud siempre y cuando fuera posible, y facilitaba y promovía la liberación de los esclavos a la más mínima oportunidad. ¿No era esa la mejor manera de abolir la esclavitud?
Los siguientes relatos ilustran lo que acabamos de decir:
Bilal Habashi (r.a), un esclavo que había declarado el tawhid, y que posteriormente fue liberado por Abu Bakr (r.a), llegó a ser el primer muaddhin del Islam y del Noble Profeta (s.a.s), y hasta hoy es el muaddhin por excelencia, siendo la prueba de ello las numerosas inscripciones ‘Ya hadrat Bilal Habashi’, en la más bella caligrafía, que adornan muchas mezquitas en tierras musulmanas.
Zaid ibn Harizah (r.a), ejemplo de muchas virtudes y excelentes cualidades, fue liberado por el Profeta de la Misericordia (s.a.s). Lo había recibido como un regalo de su esposa Jadiya, y fue uno de los que más amó de entre sus Compañeros. A su hijo Usamah el Profeta (s.a.s) le nombró, siendo éste muy joven todavía, comandante jefe del ejército musulmán.
Podemos también nombrar a Tariq ibn Ziyad, conquistador de España, quien fue un esclavo comprado y vendido varias veces. Gracias al Islam fue elevado a un puesto de honor y dignidad, y se convirtió en el comandante de una parte del ejército musulmán.
Islam, tal como hemos visto, transformaba a los esclavos en señores. Fue una de las razones por la que los idólatras se enfrentaron a él con tanta fuerza. Uno no puede dejar de pensar que los escépticos de hoy en día están bajo los mismos prejuicios y someten a millones de personas a una esclavitud evidente. Bajo la palabrería de libertad, comunidades enteras en todo el mundo están explotadas sin misericordia de manera igual a la esclavitud pre-Islámica. La cura de estos males está en los principios del Islam, en su apreciación del valor del ser humano, en su esfuerzo liberador, y es sus medidas de protección. Las palabras del Profeta del Islam son claras a este respecto:
“Son vuestros hermanos y vuestras hermanas. Vestidles y alimentadles de la misma manera que lo hacéis con vosotros mismos.”[25]
La obediencia al Profeta de la Gracia (s.a.s) sigue siendo la única cura para los males de la humanidad, dado que fue él quien trajo la enseñanza para todo ser humano, sin importar su estrato social, su riqueza o su responsabilidad política. Sólo a través de esa enseñanza puede el hombre recuperar su dignidad. Cuando los Compañeros le preguntaron al Profeta (s.a.s) cuántas veces deberían perdonar a sus sirvientes, éste (s.a.s) les contestó:
“Perdonadles setenta veces al día, cada día… cada día.” (Abu Dawud, Adab, 123-124/5164; Tirmidhi, Birr, 31/1949)
También ilustra lo que acabamos de decir este consejo del Profeta de la Gracia (s.a.s):
“Cuando vuestros sirvientes os traen la comida, si no queréis invitarles a que se sienten con vosotros, al menos ofrecedles algo de ella, pues fueron ellos quienes aguantaron el calor y la tarea de cocinarla.” (Bujari, Atimah, 55; Tirmidhi, Atimah, 44)
Si Allah, Glorificado sea, quisiera, lo haría al revés –convirtiendo al sirviente en amo, y al amo en sirviente. Por lo tanto, es nuestro deber ser agradecidos con Él y tratar a los que tenemos bajo nuestra responsabilidad de la mejor manera posible.
El trato del Profeta de Allah (s.a.s) con las mujeres
En la Época de la Ignorancia se trataba a las mujeres de manera denigrante. Se les consideraba solamente desde el punto de vista del placer. Por temor a que pudieran sufrir las desgracias típicas de su sexo –prostitución, violación, falta de protección en caso de no haber contraído matrimonio y muchas otras, era frecuente enterrar vivas a las recién nacidas. Era la ignorancia lo que hacía a la sociedad insensible, y les llevaba a cometer un crimen mayor que el que supuestamente iban a prevenir. Así lo refleja el Qur’an:
“Y cuando a alguno de ellos se le anuncia el nacimiento de una hembra su rostro se ensombrece y tiene que contener la ira.” (An-Nahl, 16:58)
Con la enseñanza que trajo el Profeta (s.a.s), los derechos de la mujer quedaron firmemente establecidos, haciendo de ellas ejemplos de integridad y virtud. La maternidad llegó a ser un honor. Lo resume muy bien el dicho del Profeta (s.a.s) –“el Paraíso está bajo los pies de las madres”.[26]
Una vez, durante un viaje, un sirviente llamado Anjasha empezó a salmodiar para que los camellos fuesen más rápido,[27] a lo que el Profeta (s.a.s) reaccionó con una alusión:
“Cuidado Anjasha, no vayas a romper el cristal.” (Bujari, Adab, 95; Ahmad, III, 117)
Y en otras ocasiones el Profeta (s.a.s) comentó:
“¡Por Allah! Os urjo a todos a que os abstengáis de violar los derechos de dos grupos que son más débiles que vosotros: los huérfanos y las mujeres.” (Ibn Mayah, Adab, 6)
“Un Musulmán no debe disgustarse con su mujer, pues si ésta tiene una costumbre que no es de su agrado, tendrá otra que le guste.” (Muslim Rada, 61)
Las mujeres no son espinas que hay que evitar, sino más bien son como las cuentas de un collar que merece amor y afecto, y estos sentimientos no los concede nadie más que el Todopoderoso. Esto nos recuerda otras palabras del Profeta (s.a.s):
“Lo que de este mundo se me ha permitido amar es a las mujeres y a los perfumes… y la salah se me ha hecho la luz de mis ojos.” (Nasai, Isharut’n-Nisa, 10; Ahmad, III, 128, 199)
Que se le ha “permitido” al Profeta (s.a.s) “amar a las mujeres” no debe considerarse desde el punto de vista de la ignorancia o del perjuicio.[28] No hay que olvidar que este amor, colocado en la disposición natural del hombre por Allah, es como un peldaño en la escalera que lleva a un amor mucho más grande. Este amor está situado en el plano necesario para que una sociedad pueda desarrollarse y sobrevivir a posibles dificultades. Para que esto ocurra la mujer debe ocupar un lugar de máxima relevancia en esta sociedad, ya que, de hecho, la familia está basada en ella. Solamente en el Islam las mujeres tienen garantizada esta posibilidad, ya que los otros sistemas, que supuestamente colocan a la mujer al mismo nivel que al hombre, de hecho la utilizan como un mero adorno o cebo, según la necesidad, minando así su papel familiar y, en consecuencia, destruyendo el tejido social. La perspectiva desde la que se debe considerar este asunto para poner las cosas en su debido sitio es indudablemente la del Islam. El hombre y la mujer son dos mundos que se complementan. En este proceso de complementariedad, tal y como ya lo hemos apuntado, Allah, Glorificado sea, le concedió a la mujer un papel más relevante. Tanto es así que es precisamente ella quien puede hacer o deshacer una sociedad. Islam propone una educación y unos valores que le permitan a la mujer desarrollar su capacidad constructiva y refrenar, si no abolir, la destructiva. La importancia de este imperativo la reflejan las palabras del Profeta (s.a.s):
“Quien se hace cargo de sus tres hijas o hermanas, las cuida y educa correctamente, las casa, y sigue manteniendo su ayuda y bendiciones hacía ellas, está destinado al Paraíso.” (Abu Dawud, Adab, 120-121/5147; Tirmidhi, Birr, 13/1912; Ahmad, III, 97)
En otro hadiz nos dijo:
“Quien supervisa el crecimiento y la educación de sus dos hijas hasta su madurez, estará conmigo así de cerca el Día del Juicio Final (aquí juntó dos dedos para ilustrarlo).” (Muslim, Birr, 149; Tirmidhi, Birr, 13/1914)
Haciendo hincapié en el valor de una mujer piadosa dijo:
“Este mundo es un beneficio pasajero, y el más beneficioso de sus habitantes es una mujer correcta y virtuosa.” (Muslim, Rada, 64; Nasai, Nikah, 15; Ibn Mayah, Nikah, 5)
Detrás de grandes hombres hay, casi siempre, mujeres de gran virtud. Durante los duros principios de su profecía, el Mensajero de Allah (s.a.s) recibió de su mujer Jadiya un apoyo incondicional, algo que no olvidó hasta el día de su muerte. También es evidente el papel de Fátima en la vida de Ali. Así pues, una mujer virtuosa es lo más grande y valioso que uno puede tener en esta vida. De ahí que el Profeta (s.a.s) recalcase tantas veces la obligación de tratar a las mujeres con delicadeza:
“El creyente más perfecto es aquel que tiene el comportamiento más perfecto; y el mejor de vosotros es aquel que trata a las mujeres de la mejor manera.” (Tirmidhi, Rada, 11/1162)
Qué diferencia tan grande con los que identifican a la mujer con un objeto meramente de deseo, fijándose solamente en su atractivo físico, explotándolo en anuncios y utilizando a la mujer y a su cuerpo para sus miserables fines. La sociedad de consumo actúa en este sentido con total ignorancia y permanece absolutamente ciega en cuanto a las magníficas características concedidas a las mujeres por el Todopoderoso. Está totalmente descuidada la necesidad de educar a la mujer para que sea un verdadero artífice de la sociedad, la base sobre la que se desarrollen las futuras generaciones, que hoy carecen por completo del respecto y del reconocimiento que les es debido a las madres.
En cuanto a los perfumes, la sabiduría subyacente en haberle “permitido” al Profeta (s.a.s) amarlos está en la profundidad y sensibilidad que ofrecen al espíritu. Un aroma es como una dulce brisa de la que disfrutan los ángeles. Es, más aún, un signo de limpieza, ya que una persona limpia desprende un agradable olor. De hecho, la piel del Profeta (s.a.s) siempre olía a la fragancia de rosas o musgo y después de haber acariciado la cabeza de un niño, ésta desprendía esta fragancia durante un largo tiempo.
La salah es “la luz de sus ojos” porque es un encuentro con Allah, Glorifiado sea, un acto de adoración realizado como si Allah estuviera delante de nosotros y nos estuviera concediendo Su luz.
El trato del Profeta (s.a.s) con los huérfanos
El hecho de que Allah, Glorificado sea, haya enviado a Su Amado, un huérfano, como Mensajero para todos los mundos concede a la orfandad un valor especial. El Bendito Profeta (s.a.s) mostraba por los huérfanos un cariño muy particular, algo a lo que el Qur’an exhorta en repetidas ocasiones. En una ayah declara:
“… Por eso, no abuses del huérfano.” (Ad-Duha, 93:9)
Los hadices relacionados con este tema tienen un tono similar:
“La casa que más beneficio tiene para los Musulmanes es aquella en la que un huérfano es tratado con compasión… y la peor es aquella en la que un huérfano es tratado con crueldad.” (Ibn Mayah, Adab, 6)
“Si alguien se hace cargo de un huérfano Musulmán, le alimenta y le viste, Allah, Glorificado sea, le dejará entrar en el Paraíso, siempre que no haya cometido una falta grave.” (Tirmidhi, Birr, 14/1917)
“Si alguien acaricia la cabeza de un huérfano solamente por Allah, recibirá la recompensa por cada pelo que haya tocado su mano.” (Ahmad, V, 250)
El Mensajero de Allah no dejaba de repetir la necesidad de ayudar y aliviar a los desfavorecidos y desafortunados de la sociedad.
Una vez le dijo a un hombre que le había confesado que sentía que su corazón estaba duro:
“Alimenta a un pobre y acaricia la cabeza de un huérfano si quieres ablandarlo.” (Ahmad, II, 263, 387)
Y en otra ocasión dijo estas palabras que tan bien reflejan la misericordia y la compasión:
“Estoy más cerca de los creyentes que ellos mismos. Si alguien deja una herencia, la reclamarán sus herederos. Pero si deja una deuda personal o huérfanos, entonces yo debo saldarla, y tomar a los huérfanos a mi cuidado.” (Muslim, Yuma, 43. Ver también Ibn Mayah, Muqaddimah, 7)
El trato del Profeta de Allah (s.a.s) con los animales
Todos los aspectos del comportamiento del Profeta (s.a.s) se basaban en el amor y la compasión, y reflejaban la necesidad de respetar a todo ser viviente y de satisfacer sus necesidades. Los animales, por supuesto, participaban de este vasto océano de misericordia. La Época de la Ignorancia era notoria, entre muchos otros males, por su cruel conducta con los animales. Ocurría a menudo que cortaban trozos de su carne para comer cuando el animal todavía estaba vivo; solían organizar cruentas luchas entre los animales como diversión. El Noble Profeta (s.a.s) acabó con estas prácticas tan atroces.
Nos ha transmitido Abu Waqid:
“Los Medianitas solían cortarles un trozo de carne a los camellos y una pierna a los corderos para consumir mientras los animales todavía estaban vivos. El Mensajero de Allah (s.a.s) declaró: ‘Lo que se corta de un animal vivo, es carcasa, y por lo tanto prohibido para comer.’” (Tirmidhi, Said, 12/1480)
Una vez, mientras caminaba, el Profeta (s.a.s) vio una mula cuya cara había sido marcada a fuego. Conmovido, dijo:
“¡Qué la ira de Allah caiga sobre el que lo haya hecho!” (Bujari, Zhabaih, 25)
Y cuando alguien robó uno de los polluelos de un nido y el pájaro estaba visiblemente afectado, el Profeta ordenó:
“El que lo haya hecho debe devolvérselo inmediatamente.” (Abu Dawud, Adab, 163-164/5268)
Llevando el ihram y acompañado por sus Compañeros, un día el Profeta (s.a.s) salió de Medina en dirección a Meca. Cerca de Usayah vieron a un cervatillo que dormía bajo la sombra de un árbol. Entonces el Profeta (s.a.s) le pidió a uno de los Compañeros que estuviese vigilando mientras pasaban para que no se hiciera nada que pudiera asustar al animal. (Muwatta, Hayy; Nasai, Hayy, 78)
A la cabeza del ejército de diez mil hombres, el día de la Conquista de Meca, se encontró en el camino con una perra que amamantaba a sus cachorros. Llamó a Yuyal ibn Suraqah y le ordenó que hiciera guardia para instruir a la gente que pasaba de no hacerle ningún daño. (Waqidi, II, 804)
Al ver una vez a un camello que estaba escuálido por falta de comida, dijo:
“Temed a Allah en cuanto a los animales, ya que no pueden hablar. Alimentadlos y montadlos en la medida adecuada.” (Abu Dawud, Yihad, 44/2548)
Una vez, en un jardín propiedad de uno de los Ansar, el Bendito Profeta (s.a.s) se fijó en un camello que, al verle, empezó a bramar, mientras los ojos lagrimeaban. El Profeta (s.a.s) se acercó y empezó a acariciarlo detrás de las orejas. Un rato después el camello se calmó. El Profeta (s.a.s) preguntó:
“¿De quién es este camello?”
“Es mío,” contestó un joven de Medina que se encontraba cerca del Profeta (s.a.s).
“¿No tienes temor de Allah en cuanto a los animales con los que te ha favorecido? Se ha quejado de que no le das de comer y le haces trabajar demasiado.” (Abud Dawud, Yihad, 44/2549)
En otra ocasión, mientras caminaba, se encontró con un grupo de jinetes que hablaban acalorados montados en sus camellos. Les dijo:
“… montad vuestros animales con cuidado; dejad que descansen de vez en cuando. No los utilicéis como asientos mientras estáis hablando en las calles. Muchos de ellos son mejores que los que llevan encima, y recuerdan a Allah, el Glorioso, más a menudo.” (Ahmad, III, 439)
Un día el Profeta (s.a.s) vio a un hombre que se preparaba para sacrificar una oveja. Después de haberla colocado en el suelo, empezó a afilar el cuchillo ante sus ojos. La oveja, intuyendo lo que iba a pasar, empezó a agitarse, estaba claro que sufría. Dijo el Profeta (s.a.s):
“¿Quieres matar al animal más de una vez? ¿Acaso no podías haber afilado el cuchillo antes?” (Hakim, IV, 257, 260)
Una vez les preguntó el Profeta (s.a.s) a sus Compañeros: “¿Queréis que os diga quién está lejos del Fuego y de quién el Fuego está lejos?” Y dijo: “De los corteses, de los compasivos, de los bondadosos, de los afables y de los afectuosos…” (Ahmad, I, 415)
El Noble Profeta ilustró con esta historia el significado de este dicho y sus consecuencias:
“Una prostituta vio una vez en el desierto un perro tan sediento que lamía la arena. Sintió pena por el animal, y, utilizando su zapato, sacó un poco de agua de un pozo que estaba no muy lejos de allí y le dio de beber. Entonces Allah le perdonó todas sus malas acciones. Otra mujer, por descuido, encerró a su gato y se olvidó de el. El gato murió de inanición y su crueldad la llevó al Fuego.”[29]
Con sus palabras y su inigualable conducta, el Bendito Profeta (s.a.s) convirtió una sociedad ignorante y cruel en otra muy distinta, merecedora del nombre “Época de la Dicha”, asr’us-saadah, cuyos miembros, otrora despiadados con los animales y crueles entre ellos mismos, ahora, con el ejemplo y la enseñanza del Profeta (s.a.s), cuidaban escrupulosamente de salvaguardar no solamente los derechos de los miembros de esa sociedad, sino también los de todos los seres vivos que entraban en contacto con ella. Este comportamiento incluía también a los animales dañinos, como las serpientes y escorpiones, a los que sólo se les podía matar en defensa propia. El Profeta (s.a.s) dijo en una ocasión:
“Quien mate a una serpiente de un golpe, recibirá cien recompensas. Menos recibirá el que la mate de dos, y aún menos el que lo haga de más golpes.” (Muslim, Salam, 147; Abu Dawud, Adab, 162-163/5263; Said, 14/1482)
El Noble Profeta (s.a.s) nunca se vanagloriaba de ser un siervo dotado de sublimes virtudes y elevado rango. A veces enumeraba las bendiciones que Allah le había concedido, terminando con ‘la fayra’, ‘sin presumir’, una frase que quería decir algo como ‘no lo hago para presumir de ello, sino por otras razones’. (Tirmidhi, Manaqib, 1; Ibn Mayah, Zuhd, 37; Ahmad, I, 5, 281) El orgullo y la presunción tienen por objetivo conseguir la alabanza y la admiración de los demás, lo que aviva la arrogancia del sur humano. A pesar de ser el más noble de entre los hombres, portador de la Revelación Divina, el Bendito Profeta (s.a.s) ordenó que se le llamase ‘el siervo y Mensajero de Allah’. (Bujari, Anbiya, 48; Ahmad, I, 23)
Los seres humanos sienten una cierta inclinación por el servicio, por querer estar al servicio de algo o de alguien. Por ello, o bien servimos a nuestros bienes y objetivos mundanos, o bien estamos al servicio de nuestro Señor, siendo este último el medio de protegerse de ser esclavo del propio ego y de las riquezas que poseamos, y fue el Profeta (s.a.s) quien instituyó y mostró el perfecto equilibrio entre los elementos opuestos que conforman la vida. Sería imposible encontrar otro ejemplo de carácter como el suyo en toda la historia de la humanidad. En algunos aspectos concretos de la vida puede que veamos individuos con cualidades y destrezas superiores. Pero nadie ha logrado combinar, en su propio carácter, todas las cualidades positivas. En ese sentido, el Profeta Muhammad (s.a.s) no tiene parangón. Encarnó la más excepcional personalidad de todos los tiempos, en todos los aspectos posibles, dejando a la humanidad, y a su ummah en particular, un legado de perfección sin igual en el ámbito material y espiritual, enseñándonos la virtud del servicio y de la interacción social y personal.
Acaso lo que más destaque al analizar de cerca su personalidad sea la exquisita sensibilidad hacia la salah. Reservaba para el sueño solamente una pequeña parte de la noche y, mientras todos los demás dormían, él se postraba e inclinaba ante el Todopoderoso. Incluso en los últimos días de su vida, durante la enfermedad de la que ya no se recuperaría, el Noble Profeta seguía dirigiendo la salah en congregación con las pocas fuerzas que le permitían pasar de su habitación a la mezquita.
Abdullah ibn Shikhir (r.a) describe así su salah:
“Fui una vez a ver al Mensajero de Allah (s.a.s), y le encontré haciendo la salah. A causa del llanto, de su pecho salía un ruido que se podía comparar al que sale de un caldero en ebullición.” (Abu Dawud, Salah, 156-157/904; Nasai, Sahw, 18)
Aunque al ayuno era obligatorio para los Musulmanes solamente en el mes de Ramadán, raro era el mes en el que el Profeta (s.a.s) no estuviera ayunando. Su esposa Aisha (r.a) nos ha transmitido el siguiente hecho:
“El Mensajero de Allah (s.a.s) a veces ayunaba con tal asiduidad que pensábamos que nunca iba a dejarlo.” (Bujari, Sawm, 53)
Siempre ayunaba el día trece, catorce y quince de cada mes, seis días durante el mes de Shawwal, y observaba el ayuno shura el día diez de Muharraq. Además, habitualmente ayunaba los lunes y los jueves.
Aparte de pagar el zakah exhortaba a los creyentes a ser generosos en toda circunstancia, a dar de su riqueza y a compartirla con los más necesitados. Él mismo fue ejemplo de ello. Su comportamiento era el que mejor ilustraba el verso del Qur’an:
“Esos que creen en el No-Visto, establecen la salah y de la provisión que les hemos asignado, dan.” (Al-Baqarah, 2:3)
Un comportamiento digno de las estrellas
Una de las características de su personalidad era la de no almacenar bienes materiales. Todos los que le llegaban, los daba de inmediato en su camino hacia Allah, Glorificado sea. Abu Zharr nos ha transmitido:
“Caminábamos con el Mensajero de Allah (s.a.s) por un campo pedregoso cerca de Medina, cuando a lo lejos divisamos la montaña de Uhud. ‘Abu Zharr,’ dijo el Mensajero de Allah (s.a.w). ‘Sí,’ le contesté. ‘Tener una cantidad de oro igual a la montaña de Uhud, no me haría feliz. Si la tuviera, guardaría lo necesario para liquidar las deudas, y no guardaría ni un dinar más de tres días.’” (Muslim, Zakat, 32; Bujari, Istiqrad, 3)
A veces ayunaba dos, y hasta tres días consecutivos sin romper el ayuno, pero prohibía hacer lo mismo a los Compañeros deseosos de seguirle:
“No lo podréis soportar.” (Bujari, Sawm, 48)
Es importante, por lo tanto, tener en cuenta que aunque el Profeta (s.a.s) es para nosotros el único ejemplo a seguir, su comportamiento y sus actos se pueden clasificar en dos categorías:
1- aquellos que le conciernen solamente a él;
2- aquellos que conciernen a todos.
En consecuencia, no estamos obligados a seguir su ejemplo en todo, dado que sus estándares vienen realmente del cielo, y está fuera de nuestro alcance igualarlos. En lo que se refiere al comportamiento y a los actos que pertenecerían al segundo grupo, debemos imitarlos en todo lo que podamos y hacer un esfuerzo por seguirlos hasta el final de nuestros días. Alcanzar estos niveles de perfección es una tarea sumamente difícil, prácticamente imposible, pero cada uno de nosotros debe intentar llegar a ser un “pequeño Muhammad” en su vida diaria. El hecho de que los turcos apodasen a los soldados que defendían las fronteras de las tierras musulmanas “Mehmetçik”, es decir “pequeños Muhammad”, era debido a su generosa y sacrificada tarea.
Podemos elaborar con exactitud, por ejemplo, la cantidad obligatoria de donaciones que debemos realizar y así saber si hemos cumplido con nuestra responsabilidad. Pero esto es imposible en cuanto a muchas otras bendiciones y capacidades con las que nos ha agraciado el Todopoderoso, por lo que debemos vivir como siervos sinceros y correctos hasta el último momento de nuestras vidas. El espejo más relevante en este sentido y la escala más exacta nos la ofrece el ejemplo de los Ansar y de los Muhayirun –los Compañeros que vivieron con el Profeta (s.a.s), aquellos que para recompensar y dar las gracias por esta oportunidad, ayudados por el profundo iman que tenían y sin mostrar en ningún momento el más mínimo cansancio o desanimo, no dudaron ni por un momento en viajar a las tierras más lejanas, Asia Central y China, por ejemplo, para transmitir la enseñanza que habían recibido.
[1]. Los fundamentos en los que se basa la ciencia islámica son el Qur’an y la sunnah, llamados también en el sentido colectivo nass. La sunnah comprende las palabras, acciones y comportamiento que el Noble Profeta (s.a.s) aprobó o desaprobó. Los asuntos claramente definidos en el Qur’an y la sunnah no pueden ser objetos de iytihad.
[2]. Iytihad es el proceso que siguen los muytahid, los expertos en ley islámica que pueden dictar veredicto, para aclarar un asunto siguiendo una metodología específica y sobre el que el Qur’an y la sunnah no han mencionado nada. Este iytihad se lleva a cabo siguiendo los principios de los dos fundamentos.
[3]. Ali Yardin, Peygamberiniz’in shemail, Estambul 1988, pag. 49.
[4]. Ver también Ahmad ibn Hanbal, Al-Musnad, Estambul 1992, IV, 199.
[5]. Ver Ibn Sad, at-Tabaqatu’l-Qubra, Beirut, Daru Sadir, I, 121, 365,422-425; Hayzami, Maymau’z-Zawaid, Beirut 1988, IX, 13.
[6]. Ver Ibn Mayah, At’imah, 30; Tabarani, Al-Ma’jamu’l-Awsat, II, 64.
[7]. Significa Amigo de la Cueva, en referencia al hecho de ser compañero del Profeta (s.a.s) en la cueva de Sawr, durante su viaje-emigración de Meca a Medina. También se utiliza para denominar una amistad sincera.
[8]. Ver Ahmad, VI, 349, Haythami, VI, 174; Ibn Sa’d V, 451.
[9]. Waqidi, Magazi, Beirut 1989, II, 854-855.
[10]. Ver también Abu Dawud, Haray 33-35/3055.
[11]. Ahmad, Az-Zuhd, p. 59.
[12]. Ibn Kazir, Tafsiru’l-Qur’ani’l-Azim, Beirut 1988, I, 42.
[13]. Ahmad, V, 235; Haizami, Maymau’z-Zawaid, Beirut 1988, IX, 22.
[14]. Ver Ahmad, II, 298; Tabarani, Al-Mu’yamu’l-Kabir, preparado y publicado por Hamdi Abdulmayid, Beirut, Daru Ihyai’t-Turathi’l Arabi, X, 162.
[15]. Tirmidhi, Zuhd, 44/2377; Ibn Mayah, Zuhd, 3; Ahmad, I, 301.
[16]. Baihaki, Shabu’l-Iman, Beirut 1990, V, 225.
[17]. Ver Muslim, Nudhur, 8; Abu Dawud, Ayman, 21/3316; Tirmidhi, Zuhd, 50; Ahmad, IV, 239.
[18]. Bujari, Menakib 25, Eyman 3; Muslim, Salah, 119; Ibn-i Hibban, IV, 534.
[19]. Muslim, Fadail, 79.
[20]. Ali al-Muttaqi al-Hindi, Kanzu’l-Ummal, Beirut 1985, IV, 176/10044.
[21]. Ibn-i Abdilberr, El-Istiab ts., I, 214-215; Ibn-i Esir, Usdu’l-Gabe, Kahire 1970, I, 295.
[22]. Ver Ibn Sad, II, 197; Bujari, ITV, 47, 49; Muslim, Salam, 43; Nasai, Tahrim, 20; Ahmad, IV, 367, VI, 57; Ayni, XXI, 282.
[23]. Suyuti, Al-Yamiu’s-Saghir, Egipto 1321, I, 146.
[24]. Alusión a: “Y sé constante en la compañía de aquellos que invocan a su Señor mañana y tarde anhelando Su faz; no apartes tus ojos de ellos por deseo de la vida de este mundo ni obedezcas a aquel del que hemos hecho que su corazón esté descuidado de Nuestro recuerdo; y sigue su pasión y su asunto está desbocado.” (Al-Kahf, 18:28) En esta ayah Allah encomienda al Profeta (s.a.s) y a los pobres -los primeros que entraron al Islam- que tengan mucha sensibilidad, paciencia y perseverancia ante las posibles dificultades que puedan tener que pasar.
[25]. Muslim, Ayman, 36-38.
[26]. Nasai, Yihad, 6; Ahmad, III, 429; Suyuti, I, 125.
[27]. A los camellos les gusta mucho el canto de este tipo, que se llama hida, y buenas voces, de allí que los pastores lo utilicen para que se muevan con más rapidez.
[28]. Es imposible detectar cualquier motivo o deseo personal en cualquier matrimonio que consideremos del Profeta Muhammad (s.a.s). En su juventud nunca había solicitado la mano de nadie, para luego, a los 25 años aceptar la proposición de Jadiya, una viuda de 40 años muy respetada en Meca. Fue éste un matrimonio ejemplar desde todos los puntos de vista. No se volvió a casar hasta mucho más tarde, después de la muerte de Jadiya, cuando tenía 54 años de edad. La razón principal de sus matrimonios posteriores fue la necesitad de educar a las Musulmanas en el Din, objetivo que más fácilmente se cumplía a través de esposas que transmitían el conocimiento que ellas mismas recibían. Estos matrimonios fueron contraídos en la época en la que fue imperativo enseñar, propagar y trasmitir el Islam a todos los rincones de la recién instaurada nación musulmana. Todas sus esposas, a excepción de Aisha, eran viudas o mujeres divorciadas, con hijos y gran necesitad de protección. Para más información ver Osman Nuri Topbas, Hazret-i Muhammad Mustafa, I, 130-140.
[29]. Bujari, Anbiya, 54; Muslim, Salam, 151, 154; Birr, 133; Nasai, Kusuf, 14.