La adquisición del din[1] y de la conducta correcta son las únicas condiciones primarias para vivir de una manera acorde con la condición humana. Allah Todopoderoso ha enviado al Profeta Muhammad (s.a.s) como ejemplo sin par para toda la humanidad para que pueda vivir con fe y siguiendo el camino recto. La obligación del Mensajero (s.a.s), después de habernos instruido en lo referente al din, era salvarnos de las características egoístas del nafs y elevarlas hacia las más loables.
Allah Todopoderoso ha revelado lo siguiente sobre el Profeta Muhammad (s.a.s): “Y estás hecho de un carácter magnánimo.” (Al-Qalam, 68:4)
Por lo tanto, la única manera de prosperar en este mundo y en el Más Allá es beneficiándose del ejemplo de su excelente carácter, vida y conducta, algo que podemos lograr solamente por medio de su espiritualidad.
El Universo es la manifestación del amor Divino, y la verdadera esencia de esta manifestación es la luz de Muhammad (s.a.s). La felicidad en este mundo y en el Más Allá se puede alcanzar solamente a través del amor que tengamos por él. La historia es testigo de que la prosperidad viene cuando una nación se adorna con el amor por el Profeta del Islam (s.a.s). La única manera de preservar la infinita gracia, la belleza y la oculta profundidad con las que hemos sido agraciados tan generosamente, es obedeciendo a Allah y viviendo según el excelente ejemplo del Profeta Muhammad (s.a.s).
El Bendito Profeta (s.a.s) tenía una fuente llamada gharra, que llevaban normalmente cuatro personas. Un día, al mediodía, después de la salah duha, entraron con la fuente llena de cocido y los Compañeros se reunieron alrededor de ella. Estaba entre ellos el Profeta (s.a.s), quien se arrodilló con un claro intento de ocupar el menor espacio posible. Un beduino que estaba presente, claramente desilusionado con aquel comportamiento que le pareció demasiado modesto, comentó:
“¿Qué manera de tomar asiento es esa?”
A lo que la Luz del Ser (s.a.s) respondió:
“Allah, Glorificado sea, hizo de mi un siervo modesto y digno, no un tirano obstinado.” (Abu Dawud, 17/3773)
Declaraba, así, de manera contundente, que nunca podría comportarse con arrogancia y presunción.
En otra ocasión dijo para el asombro de los Compañeros allí presentes:
“Nadie puede entrar al Paraíso solamente por sus actos.”
Le preguntaron:
“¿Ni siquiera tú?”
Contestó:
“No. Ni siquiera yo. Si no fuera por la gracia de mi Señor, mis actos no me podrían salvar. No podría entrar si no me concediese Su compasión y Su misericordia.” (Bujari, Riqaq, 18; Muslim, Munafiqun, 71-72; Ibn Mayah, Zuhd, 20; Darimi, Riqaq, 24)
El Noble Profeta (s.a.s) advirtió repetidas veces de la desgracia que les espera en el Más Allá a aquellos que muestran presunción, arrogancia o vanidad. Algunos de los ahadiz del Profeta (s.a.s) advierten de este hecho:
“El Día del Juicio Allah no mirará a la cara a los que arrastren sus ropas por el suelo debido a su orgullo.” (Bujari, Libas, 1,5)
“A quien lleve el vestido de la fama en la tierra, Allah le hará llevar el vestido de la perdición en el Más Allá.” (Ibn Mayah, Libas, 24)
El Profeta (s.a.s) solía donar la parte de los botines de guerra que le correspondía, para poder así conservar mejor la humildad y un estilo de vida muy parecido al de los más desfavorecidos de su ummah.
Se consideraba mediador de caridad, entendiendo que es Allah, Glorificado sea, el verdadero Dueño y Dispensador de todo. Con ocasión de la campaña de Hunain y Taif le acompañaba, aunque todavía no era Musulmán, uno de los nobles de los Quraish, Safwan ibn Umayya. Viendo que miraba a una partida del botín reunido en Yiranah con profunda admiración, el Profeta (s.a.s) le preguntó:
“¿Te gusta?”
Cuando éste respondió afirmativamente, el Profeta (s.a.s) le dijo:
“Cógelo… es todo tuyo.”
Incapaz de controlar su excitación, Safwan exclamó entonces:
“Solamente el corazón de un profeta puede ser tan generoso.”
A continuación pronunció el testimonio de fe, convirtiéndose así al Islam.[2] De vuelta a su tribu, reunió a la gente y les dijo:
“¡Oh gente mía, id corriendo y aceptad el Islam… Muhammad regala en abundancia y no teme caer en la pobreza ni le asusta la necesidad!” (Muslim, Fadail, 57-58; Ahmad, III, 107)