La persecución del Noble Profeta (s.a.w) aumentó con el fallecimiento de su tío y de su esposa. Los ataques se intensificaron, llegando a ser insoportables. Buscando una solución, con Zaid a su lado, el Profeta (s.a.w) decidió viajar a Taif,una ciudad a unos 120 km de Mekka.
Una vez allí, habló del Islam con la práctica totalidad de sus habitantes, llamándoles al tawhid, exhortándoles a que abandonasen la adoración de ídolos y tomasen consciencia de ser siervos de Allah.
Sin embargo, su llamada causó una reacción negativa en la gente que seguía sus egos, con el triste resultado de que no solamente hicieron caso omiso de sus palabras, sino que además recurrieron a la violencia. Empezaron por mofarse y burlarse de él, y pronto ordenaron a sus esclavos que le esperasen a lo largo de las calles y le tirasen piedras. Y así lo hicieron hasta que hubo salido de la ciudad.
Incluso ya fuera, le seguían apedreando. Los pies del Profeta (s.a.w) por quien se creó el Universo sangraban hasta el punto que sus sandalias estaban empapadas de sangre. También su fiel compañero Zaid (r.a) estaba herido ya que intentaba proteger al Mensajero de Allah (s.a.w) con su propio cuerpo, gritando:
– ¡Desistid! ¡El hombre al que estáis apedreando es un Profeta!
Con gran dificultad lograron entrar en un jardín que pertenecía a unos mequinenses, y se resguardaron bajo una palmera datilera. La tierra y los cielos en lo alto estaban sumidos en la tristeza, igual que los ángeles Yibril, Mikail, Israfil y Azrail. Con Yibril a la cabeza, y con el permiso de Allah, los ángeles se lanzaron hacia el Profeta (s.a.s).
– A una palabra tuya destruiremos a toda esa tribu,-dijeron.
A pesar del espantoso trato que había recibido, el Profeta de la Misericordia (s.a.w), sin el menor rencor en su corazón, se volvió hacia las Puertas del cielo:
– ¡Oh Allah! Te someto mi propia vulnerabilidad; me he quedado sin fuerzas y me han ridiculizado. ¡Oh el Más Compasivo! Si no estás enojado conmigo, no me importan las aflicciones que haya podido sufrir. ¡Oh Allah! Guía a esta tribu, porque no saben. ¡Oh Allah! Sólo a Ti pertenece el perdón. (Ibn Hisham, II, 29-30; Haisami, VI, 35; Bujari, Bad’ul Jalq, 7)
Sintiendo pena por el Bendito Profeta (s.a.w), los dueños del jardín, del clan de Rabia, enviaron a su esclavo Addas para que le ofreciera una fuente de uvas. Al aceptarlo, el Profeta (s.a.w) dijo;
– en el Nombre de Allah, y empezó a comerlas. Sus palabras llamaron la atención de Addas ya que nunca las había oído antes.
“Nadie aquí las dice ni las sabe,” murmuró, y luego dijo en voz alta:
– Eres diferente de los que viven por aquí. ¿Puedo preguntarte, quién eres?
El Profeta (s.a.w) respondió con una pregunta:
– ¿De dónde eres tú? ¿De qué religión?
– Soy de Nineveh; cristiano.
– Así que eres de la ciudad del noble Yunus ibn Matta,– comentó el Mensajero de Allah (s.a.w).
Addas estaba muy sorprendido.
– ¿Sabes algo de Yunus?
– Es mi hermano. Era Profeta, como lo soy yo.
En ese momento el corazón de Addas se llenó de fe, y poniéndose impetuosamente en pie, tomó las manos del Profeta (s.a.w) y pronunció las palabras del tawhid. (Ibn Hisham, II, 30; Yaqubi, II, 36)
Cuando sus dueños le reprocharon lo que había hecho, Addas se defendió diciendo:
– Nunca en mi vida he conocido a un hombre como él. Dijo lo que solamente un Profeta puede saber. (Ibn Hisham, II, 31)
¡Afortunado Addas (r.a) que respondió a la llamada del Profeta (s.a.w) en los momentos más difíciles de su vida, adquiriendo el honor de ser Musulmán y el gran consuelo que ello suponía!
El Mensajero de Allah (s.a.w) estaba tan contento de que se hubiera hecho Musulmán, que se olvidó de todos sus sufrimientos.
Hoy, en el lugar en el que Addas aceptó Islam hay una mezquita, y el jardín donde éste le ofreció las uvas al Mensajero de Allah (s.a.w) permanece intacto, como si el tiempo no hubiera pasado por aquel lugar.