Beneficiarnos de la forma más provechosa del inigualable ejemplo del Bendito Profeta (s.a.s) adquiriendo, al mismo tiempo, cercanía con el excelente comportamiento de los Compañeros, requiere, ante todo, unificar el corazón y dirigirlo en una sola dirección. La siguiente ayah del Qur’an expresa esta idea de forma clara:
“Realmente en el Mensajero tenéis un hermoso ejemplo –uswat’ul-hasanah- para quien tenga esperanza en Allah y en el Último Día y recuerde mucho a Allah.” (Al-Ahzab, 33:21)
Vemos, pues, que “tener esperanza en Allah y en el Más Allá” y “recordar mucho a Allah”, son pasos obligados para recibir parte del ejemplar carácter del Profeta (s.a.s).
Así como los actos de adoración se realizan en determinados momentos, la creencia en Allah Todopoderoso es algo que debe ser constante. Cada instante es una oportunidad que no podemos desaprovechar de recordar al Todopoderoso, Glorificado sea, y buscar Su complacencia. Mantenernos en el estado de dhikr’ud-daim, recuerdo constante, es necesario para proteger al corazón de la debilidad, reforzar su resistencia a Shaytan y a sus susurros y, por encima de todo, asegurar de que no haya un solo instante en el que nos olvidemos del Todopoderoso.
Allah, Elevado sea, nos ordena esto mismo en numerosas ayaat:
“¡Vosotros que creéis! Recordad a Allah invocándole mucho.”[1] Pero dado que este tipo de ayaat no especifica el número de veces que debemos recordarle, la orden del dhikr, el recuerdo, debe ser entendida como el mayor número de veces posible.[2] Esto quiere decir, que el creyente debe recordar a Allah en todo momento y en todo lugar, en la medida de su capacidad.
En otra ayah se afirma:
“Y dicen los que no creen: ¿Por qué no se le desciende un signo de su Señor? Di: Es cierto que Allah extravía a quien quiere y guía hacia Él a quien a Él se vuelve.” (Ar-Rad, 13:27-28)
Recordar a Allah sin que haya duda en nuestro corazón, no es simplemente repetir el nombre de Allah”, sino más bien instalar el Nombre Divino en el corazón, donde reside la capacidad de sentir, y dejar que encuentre su lugar en él y le infunda serenidad y gozo. Enrolar al corazón en el recuerdo Divino sirve para limpiarle de toda enfermedad, purificarle de toda suciedad y permitir, así, que entre la luz. De esta forma, el corazón se abre a la más refinada sensibilidad, y se prepara para recibir los misterios Divinos. Cuando cada latido del corazón está afinado con la Verdad, las intenciones y las acciones adquieren su máximo valor.
El Mensajero de Allah (s.a.s) dijo al respecto:
“El signo del amor a Allah es el amor por Su recuerdo.” (Suyuti, II, 52)
Los enamorados nunca cesan de pensar en el amado. Siempre están hablando de él. Nunca permiten que se salga de sus corazones. En verdad que los creyentes anhelan una vida con iman y con el recuerdo constante de la Divinidad en lo más profundo de sus corazones. Sentados, erguidos o acostados, se sumergen en la profunda contemplación de la delicada y sutil sabiduría que se esconde detrás de la creación de los cielos y de la tierra y, asombrados, exclaman:
“¡Señor nuestro! No creaste todo esto en vano. ¡Gloria a Ti, presérvanos del castigo del fuego!” (Ali Imran, 3:191)
Allah tiene poco que ver con un corazón que no haya adquirido la profundidad y haya sentido la advertencia que se mencionan en la siguiente ayah:
“¡Perdición para aquellos corazones que están endurecidos para el recuerdo de Allah; esos están en un claro extravío!” (Zaman, 39:22)
Como indica esta ayah, mantenerse alejados del dhikr es la mejor manera de perder la integridad humana.
En otras palabras, adherirse al Bendito Profeta (s.a.s) y beneficiarse de su inigualable comportamiento, exige un corazón lleno del amor Divino, alejado de los deseos carnales, y adornado con el recuerdo constante de Allah Todopoderoso. Así provistos, podremos realizar el gran viaje al encuentro de nuestro Señor en el Más Allá.
La Adherencia al Profeta de Allah (s.a.s) a través del amor
El resultado natural de un verdadero amor por el Profeta (s.a.s) es una incondicional devoción por su camino, y una sincera lealtad y sumisión a su sunnah.
No es una mera petición de principio lo que acabamos de anunciar. Estamos hablando de someternos a la enseñanza de Muhammad Mustafa (s.a.s), quien en todos los aspectos es una misericordia para la humanidad. En la siguiente ayah de Qur’an se nos recuerda el profundo grado de misericordia y compasión que tenía por todos los creyentes:
“En verdad que os ha llegado un Mensajero salido de vosotros mismos; es penoso para él que sufráis algún mal, está empeñado en vosotros y con los creyentes es benévolo y compasivo.” (At-Tawba, 9:128)
Así describe el Profeta (s.a.s) la inmensa compasión que sentía por su ummah:
“¡Creyentes! Que Allah os guarde y os proteja de todo mal y os ayude. Que Allah os eleve y os guíe al camino recto. Que Allah os libre de toda adversidad y preserve vuestro Din.” [3]
El Bendito Profeta (s.a.s) es una luz que guía en la oscuridad de la existencia. Fue la cima de la misericordia que, a través de sus palabras, de su comportamiento y de una vida íntegra, abarcó a toda la humanidad. Su total entrega a los demás con el fin de guiarles, le ocasionó indecibles sufrimientos. Tan grande era su pasión y su celo por mantener a su ummah en el camino recto, y por asegurarse de que todos serían perdonados, que a veces le llegaba la amonestación Divina para evitar que se auto dañase a sí mismo:
“Y tal vez te vayas a consumir de pena en pos de ellos si no creen en este relato.” (Al-Kahf, 18:6)
“Tal vez te estés consumiendo porque no son creyentes.” (As-Shuara, 26:3)
Estas ayaat nos muestran que, llevado por su inagotable compasión, el Noble Profeta (s.a.s) deseaba con todas sus fuerzas que la humanidad entera creyese en Allah Todopoderoso para salvarse de los tormentos del Infierno.
Ahora es nuestro turno responder adecuadamente a la inmensa benevolencia y al amor que el Profeta de la Misericordia manifestó en todo momento por su ummah.
Dependiendo de cómo logremos interiorizar los hal (estados espirituales) del Profeta (s.a.s) bajo la guía del Qur’an y, de nuevo, acorde con la conducta del Profeta (s.a.s), se irá elevando gradualmente nuestro amor por él. ¿Cómo sintieron verdaderamente los Compañeros, quienes lo sacrificaron todo en su camino, al Profeta (s.a.s)? ¿Cómo lograron transformar su conducta hasta semejarla a la del Mensajero de Allah (s.a.s) y reflejar su comportamiento en sus vidas? ¿Y dónde estamos nosotros realmente? Nuestro amor por el Profeta (s.a.s) debería ser capaz de pasar este examen, y abrir las puertas de nuestro corazón a sus virtudes. Todas nuestras faltas, todas nuestras insuficiencias y, por encima de todo, nuestras rebeliones internas, deberían purificarse en el torrente de su comportamiento, un océano de significados y sabiduría donde buscar la chispa de vida que renueve nuestra espiritualidad.
El secreto de llegar a Allah –wasl ila’Allah– Glorificado sea, reside en el hecho de acercarnos, con un corazón no tintado, al Qur’an, la palabra del Todopoderoso, y a la sunnah del Profeta (s.a.s), amando, al mismo tiempo, lo que Allah ama, y rechazando todo aquello que Allah y Su Mensajero rechazan.
Estar al unísono con lo que es amado por la Divinidad, mantiene el corazón vivo y activo, dirigiéndolo hacia el bien. El amor y su contrario, el odio, nunca van juntos en un mismo corazón. Pero dado que no puede permanecer vacío, la ausencia de uno de ellos sería la razón de la existencia del otro. La diferencia de estos opuestos es tan infinita como la distancia entre el ala’ul-illiyyin, lo más elevado de lo elevado, y el asfal’us-saflin, lo más bajo de lo bajo.
El poeta Kemâl Edib Kürkçüoğlu, instruye y advierte a los creyentes que descuidan el amor y la sunnah del Mensajero de Allah (s.a.s):
Ser arrojado lejos de su atención,
en ambas vidas cosechará el negligente la ruina…
¡Que Allah nos haga ser una ummah devota y llena de amor por Su Mensajero!
Mientras la gente a la que había ofrecido su guía le apedreaba brutalmente, el Profeta (s.a.s) pedía por ellos lleno de compasión. Zayd ibn Harithah le comentó asombrado:
“¿Suplicas por ellos, Mensajero de Allah, mientras te inflingen el más detestable suplicio?”, a lo que el Profeta (s.a.s) respondió:
“¡Qué otra cosa puedo hacer! He sido enviado como una misericordia, no como un castigo.” ¿Acaso estas palabras no son suficiente testimonio del inalcanzable nivel de su compasión?
Con la añorada profecía del Noble Mensajero (s.a.s), la humanidad quedó unificada con su más perfecta luz y guía. Por ello, los que hoy viven sumidos en su egotismo y al margen de tal acontecimiento, son más censurables todavía que los que estaban inmersos en la ignorancia antes de la llegada de aquel Modelo inimitable.
En estos tiempos en los que nos ha tocado vivir, donde el ego ha tomado el poder y ha hechizado al hombre para que realice todos sus deseos, nos encontramos en una necesidad aún más desesperada de construir nuestros caracteres siguiendo el modelo de la Luz del Ser (s.a.s). Sin duda, la más fructífera influencia durante los gloriosos días de nuestra historia, fue la existencia de creyentes, gente virtuosa y verdaderos herederos del Gran Profeta (s.a.s). Fueron los encargados de presentar a la sociedad, en su propia carne, su inestimable carácter. Por el contrario, lo que hoy presenciamos es una lamentable falta de espiritualidad, una abrasadora decadencia debida, precisamente, a la falta de hombres como aquellos.
Para reconstruir, de nuevo, una tal sociedad basada en unos preceptos morales que habían sido extraídos de la vida del Bendito Profeta (s.a.s), debemos reunirnos alrededor de estos hombres virtuosos, de estos héroes del corazón que tanto abundan en nuestra gloriosa historia.
Debemos escucharles, comprender su pensamiento y su estilo de vida, para compartir su riqueza interior. Es decir, debemos reflexionar sobre cómo conciben el paso por esta vida y abren el camino de la felicidad, tanto para ellos como para el resto de la humanidad; cómo utilizan su intelecto, sus vidas y los medios que Allah, Glorificado sea, les ha concedido.
El Espejo de Su Amor y de Su Comportamiento: Asr’us-saadah
El comportamiento del Bendito Profeta (s.a.s) era tal elixir de inspiración, y ejercía sobre los corazones una tal influencia, que en un breve periodo de tiempo, aquella ignorante sociedad que vivía en la barbarie ignorando incluso los más elementales derechos humanos, se elevó a un estadio que poco tiempo antes les hubiera parecido un sueño. Eran ahora “los Compañeros”, a quienes incluso hoy envidiamos y admiramos por encima de todo. Fueron unidos bajo una misma religión, una misma bandera, una misma ley y una misma cultura. Aquellas dispersas y anárquicas tribus quedaron unificadas bajo el estandarte de un mismo gobierno y una misma civilización.
El Noble Profeta educó al ignorante y al salvaje, transformando la crueldad en civilización, y la vileza en columnas de piedad y bondad, sustentadas en el amor y el temor por el Todopoderoso.
Una sociedad ignorante que durante siglos había sido incapaz de dar una figura de relieve, gracias al enriquecimiento espiritual que trajo el Bendito Profeta (s.a.s) en poco tiempo originó numerosos individuos que comenzaron a destacar por encima de los mejores hombres de la humanidad y, como llamas de conocimiento y sabiduría, llevaron la inspiración arraigada fuertemente en sus corazones a los cuatro rincones del mundo. Esa Luz de eternidad que descendió en medio del desierto, instauró la verdad, la justicia y la guía para todos los seres humanos. Se manifestó el misterio de law’laka law’laka[4] y se desveló la razón por la cual el universo había sido creado.
La gente de Asr’us-saadah, la Era de la Bendición, elevada bajo la supervisión del Noble Profeta (s.a.s), el más espléndido ejemplo con el que la humanidad podía haber soñado, era ahora una sociedad de marifah, de verdadera sabiduría. Fue un tiempo de profunda contemplación, un tiempo de adquirir cercanía con el Todopoderoso y Su Mensajero. Colocando el tawhid en el centro de sus pensamientos e ideales, los Compañeros derrotaron en sus corazones a la idolatría y al vicio. La vida y los bienes terrenales pasaron a ser medios. Probaron el dulce sabor del iman al tiempo que la misericordia se profundizaba en su interior. El servicio por la causa se convirtió en un estilo de vida. La quintaesencia del carácter islámico cristalizó en el sacrificio sin límites al que se entregaban los Compañeros cada día. Con el solo objetivo de oír un hadiz del Bendito Profeta (s.a.s), un Compañero era capaz de viajar durante todo un mes, para luego regresar a su ciudad sin haberlo oído, ya que la mala conducta del transmisor con su caballo, le descalificaba y hacía dudosa su veracidad.
Entonces, ¿qué es lo que obtenían los Compañeros del Bendito Profeta (s.a.s)?
Iniqas, un reflejo, un destello modélico, el ser uno con él; adquirir aqrabiyyah, cercanía con Allah, Glorificado sea, y Su reconocimiento en el corazón.
De esta forma, el bien y la justicia se manifestaron con toda su belleza en sus corazones, y el mal y la opresión quedaron al descubierto con toda su ignominia.
Los Compañeros desarrollaron una nueva comprensión del Todopoderoso, del universo y de ellos mismos. Su meta era ahora ser uno con la hal del Profeta de la Gracia (s.a.s) de la misma forma que el sol se refleja en un diminuto espejo.
Dentro del recinto de la pequeña ciudad-estado musulmana fundada en Medina había unas cuatrocientas familias. En tan sólo 10 años, sus límites se extendieron al Irak y la Palestina. Los Compañeros estaban en guerra con Bizancio y Persia en el momento en el que el Noble Profeta (s.a.s) era enterrado, si bien su modo de vida había variado muy poco en ese tiempo. Seguían llevando una vida de abstinencia. El exceso, la gula, la avaricia, el lujo y la pompa era conceptos desconocidos para los Compañeros, imbuidos, como estaban, de una constante consciencia de que “la tumba es lo que nos espera mañana”. Por ello, huían de la tendencia a inclinarse por los placeres de este mundo, y a ocuparse demasiado en ellos. Con el entusiasmo de un verdadero iman, los utilizaban como medios para guiar a la humanidad a su salvación. Modelaron sus vidas en la impaciente búsqueda de complacer a Allah, Glorificado sea.
Sin la menor duda, una de las razones fundamentales para explicar la rápida expansión del Islam, como un destello de la luz del alba que llegaba a los oprimidos y explotados, fue el hecho de que los Compañeros mostraron el carácter perfecto del Musulmán allí donde ponían sus píes. Los Compañeros, la elite de los estudiantes del Bendito Profeta (s.a.s), eran creyentes por excelencia, honestos y justos, que, iluminados por la luz profética, albergaban en sus corazones verdaderos tesoros de benevolencia. No miraban a los siervos del Todopoderoso sino con ojos llenos de compasión.
En el eje de la amistad habían colocado a Allah, Glorificado sea, y a Su Mensajero, quien les había llevado de una sociedad de iletrados, a la cima de la más refinada civilización. Sus corazones estaban siempre llenos de emociones, preguntándose constantemente “¿Qué quiere Allah que hagamos?” o “¿Cómo le gustaría al Mensajero de Allah que nos comportásemos?”
Los siglos que siguieron al gran acontecimiento de la profecía de Muhammad (s.a.s) fueron modelados por ellos, teniendo como resultado el establecimiento de una “Era de Bendición” para toda la humanidad.
Liberados del malvado nafs’ul-ammara, “el tirano yo”, se convirtieron en creyentes que constantemente se cuestionaban a sí mismos, y se elevaron por encima de su barbarismo hasta alcanzar un carácter angelical.
Qarafi (m. 684 AC), una de las figuras más importantes en la metodología de la ley Islámica, afirmó lo siguiente:
“Si el Noble Mensajero (s.a.s) no hubiera realizado otro milagro, la rectitud de los Compañeros que educó bastaría para probar que era un Profeta.”
Fueron el Milagroso Qur’an personificado, cimas de la virtud y excelsos en la prudencia y en todos los valores humanos.
En aquella época, la razón y el corazón, perfectamente armonizados, fueron los medios con los que los creyentes alcanzaron la perfección moral. Manteniendo vivos los elementos más emotivos, profundizaron cada vez más en el pensamiento, y mantuvieron despierta la consciencia de que este mundo es una escuela donde pasar las más variadas pruebas. Los corazones se familiarizaron con los flujos del poder Divino. Largas expediciones hasta Samarkanda y la China para establecer el bien y prohibir el mal fueron siendo habituales hasta que la llama de la creencia llegó al Andalus. Aquella sociedad de ignorantes se transformó en una sociedad poseedora del verdadero conocimiento. Las noches se mutaron en días; los inviernos en primaveras. Se desarrolló la atenta observación de los fenómenos naturales, convirtiéndose en objeto de investigación el hecho de que el cuerpo humano viniese de una gota de líquido, el pájaro surgiese de un huevo, los árboles de una insignificante semilla, así como otras muchas maravillas. La vida humana fue redirigida en dirección a lograr la complacencia del Creador. Sentimientos de misericordia y compasión, así como la urgencia por extender la verdad adquirieron una relevancia hasta entonces inimaginable.
Los momentos en los que los Compañeros comunicaban el tawhid se convirtieron en los más dulces y llenos de significado de sus vidas. En una ocasión, un ilustre Compañero agradeció a su verdugo el hecho de que le concediera 3 minutos antes de ser colgado, diciendo:
“Esto significa que tengo otros tres minutos para disfrutar del bien.”
En una cáscara de nuez, los Compañeros vivían con y para el Qur’an, dedicando sus vidas al Libro Sagrado, y mostrando un sentido del sacrificio y la perseverancia como nunca antes se había visto en la historia. A pesar de haber sido torturados y de haber sufrido la más cruel persecución, nunca renunciaron a un átomo de su creencia. Establecieron en sus vidas las ayaat enviadas por el Todopoderoso: emigraron, dejaron atrás sus hogares y sus bienes, probando, así, que estaban dispuestos a cualquier sacrificio en el camino de Allah Todopoderoso.
Su mayor aspiración era aprender y vivir correctamente cada ayah, sin alejarse lo más mínimo del Qur’an incluso en los momentos de máximo peligro. Abbad (r.a), había sido asignado en el puesto de centinela por el Profeta (s.a.s) con el fin de impedir que el enemigo penetrase en el campamento musulmán. Después de que varias flechas cayesen cerca de donde estaba haciendo la salah, informó a su compañero Ammar (r.a) del ataque sufrido. Éste le preguntó sorprendido la razón por la cual no le había avisado antes, a lo que Abbad le contestó:
“Estaba recitando una surah del Qur’an y no quise romper la salah antes de haber completado su recitación. Pero cuando me alcanzaron las flechas, dejé de recitar y me incliné en la posición de ruqu. Por Allah, si no hubiera sido por el temor a perder este puesto que el Profeta nos ordenó encarecidamente que guardásemos, hubiera preferido morir antes que acortar la recitación de esta surah.” (Abu Daud, Taharat, 78/198; Ahmad, III, 344; Ibn Hisham, III, 219; Waqidi, I, 397)
La vida de los Compañeros giraba completamente alrededor del Qur’an. Cada uno de los actos de adoración, era para ellos una oportunidad de saborear el más exquisito manjar. Cada ayah revelada era sentida como un festín bajado del cielo. Todos sus esfuerzos estaban encaminados a comprender el Qur’an y a ponerlo en práctica en sus vidas de la forma más correcta posible. Qué magnífico retrato de la virtud debió ser el de aquella Compañera a quien le pareció que la mejor dote que podía recibir de su esposo era que le enseñara todo lo que supiese del Qur’an.[5]
Pasaban gran parte de la noche recitando el Qur’an y haciendo salah supererogatorias. Los caminantes ocasionales que llegaban a la ciudad durante las horas de la noche, escuchaban aquellos murmullos coránicos como si fueran revoleos de abejas. Incluso en las circunstancias más adversas, el Noble Mensajero (s.a.s) nunca dejó de enseñar el Qur’an a sus Compañeros.
Según la transmisión que nos ha llegado de Anas (r.a), Abu Talha (r.a) se dirigió un día a donde estaba el Bendito Profeta (s.a.s) y le encontró de pie, enseñando el Qur’an a los Estudiantes de Suffa. Llevaba una piedra atada a la cintura que le mantenía recta la espalda y evitaba que se curvara a causa del hambre que sufría. (Abu Nuaym, Hilya, I, 342)
Toda su ansiedad se dirigía a la perfecta comprensión del Libro de Allah, a su memorización y exacta pronunciación. A consecuencia de lo cual, y habiendo tomado al Bendito Profeta (s.a.s) como ejemplo, la ciudad de Medina se convirtió en un auténtico torrente de sabios y haffaz, quienes han memorizado entero el Qur’an.
Así fue la Era de la Bendición.
Uno se pregunta si todos los especialistas en sicología, sociología, antropología social, pedagogía y filosofía unieran sus fuerzas, ¿podrían crear una pequeña sociedad impregnada de virtudes que pudiera al menos acercarse un poco a la sociedad de la Era de la Bendición? Imposible. Incluso el trabajo de Farabi Madinat’ul-Fadila –La Ciudad Virtuosa- un proyecto que se proponía recrear la sociedad ideal, está ahora abandonado y el solar convertido en pasto para las termitas.
Emotivos himnos de Amor al Profeta (s.a.s)
La sola fuente de misericordia que puede llevarnos al océano del Amor Divino es el Bendito Profeta (s.a.s). Amarle y obedecerle, es amar y obedecer a Allah, Glorificado sea. De la misma forma que rebelarse contra el, es rebelarse contra el Todopoderoso.
Allah ha dicho en el Qur’an:
“Di: Si amáis a Allah, seguidme, que Allah os amará y perdonará vuestras faltas. Allah es Perdonador y Compasivo.” (Ali Imran, 3:31)
Inmediatamente después de لاَ إِلَهَ اِلاَّ الله (no hay más dios que Allah), la confesión de fe, vienen las palabras مُحَمَّدٌ رَسُولُ الله (Muhammad es Su Mensajero). Cada palabra del tawhid que pronunciamos, cada salawat con el que recordamos al Bendito Profeta (s.a.s), nos acerca al amor del Real. Y es a través de Su amor como adquirimos el gozo en ambos mundos, y obtenemos el triunfo espiritual. El universo es una manifestación del Amor Divino, de la esencia de la cual surge la Luz de Muhammad. Y no hay otro camino para llegar a esa Esencia que el amor por el Mensajero de Allah (s.a.s).
La espiritualidad que infunden los actos de adoración, el refinado comportamiento, la delicadeza que gobierna la conducta moral, la dulzura del corazón, la belleza que se transluce en el rostro, el exquisito lenguaje, la bendición de los sentimientos, la profundidad de la mirada interior, todo ello son destellos del amor de la Luz del Ser (s.a.s) reflejada en los corazones.
Con inigualable belleza nos lo recuerda Mawlana Rumi:
“Ven, o corazón, al festín de la unión con Muhammad… pues la luz que ves en el universo no es sino el resplandor que sale del rostro de esta bendita persona.”
Por esta razón, seguir los pasos del Noble Mensajero de Allah (s.a.s) es un medio inevitable para alcanzar el amor y la complacencia del Todopoderoso. Convertirnos en un insan’ul-kamil –hombre perfecto- es una tarea fuera de nuestras capacidades a menos que sigamos de cerca la sunnah del Gran Profeta (s.a.s), y alcancemos la verdadera paz y la verdadera bendición del Din de Allah. Allah, Glorificado sea, eligió al Profeta Muhammad (s.a.s) como arquetipo del “hombre perfecto”, haciéndole una misericordia para todos los mundos y un ejemplo a imitar por los creyentes.
Qué importante debe ser ese “obrar de acuerdo a” que Allah lo ha especificado como una condición para amar a Sus siervos.
En el origen de este sublime sentimiento, encontramos un sincero y genuino amor por el Mensajero de Allah (s.a.s) desde lo más profundo del corazón. Con respecto a obedecerle, nuestro único uswat’ul-hasanah, Allah, Glorificado sea, ha dicho en el Qur’an:
“…Y lo que os de el Mensajero tomadlo, pero lo que os prohíba, dejadlo. Y temed a Allah, es cierto que Allah es fuerte castigando.” (Al-Hashr, 59:7)
“¡Vosotros que creéis! Obedeced a Allah, obedeced al Mensajero y no echéis a perder vuestras obras.” (Muhammad, 47:33)
“Quien obedezca a Allah y al Mensajero, ésos estarán junto a los que Allah ha favorecido: los Profetas, los veraces, los que murieron dando testimonio y los justos. ¡Y qué excelentes Compañeros!” (An-Nisa, 4:69)
El Qur’an, una proclamación Divina revelada por el Todopoderoso, se manifestó igualmente en el mundo interior del Noble Profeta (s.a.s). Esta aseveración queda patente en el hecho de que los misterios del Libro Sagrado están expuestos de forma que quedamos envueltos en la espiritualidad del Mensajero de Allah (s.a.s). Si fuéramos honrados, como lo fueron los Compañeros, con la entrada a ese mundo para beneficiarnos de las manifestaciones de la Belleza Divina, tales como la sabiduría que subyace en lo permitido y lo no permitido, un inmenso conocimiento quedaría abierto a nuestros intelectos y a nuestros corazones. En otras palabras, si fuéramos capaces de leer la Palabra Divina con la comprensión que fluye del corazón del Profeta (s.a.s), entonces podríamos, como los Compañeros de la Era de la Bendición, convertirnos en mariposas nocturnas girando alrededor de la llama de su amor, podríamos gustar el éxtasis de la devoción y exclamar con los Compañeros a cada una de sus órdenes, de sus palabras o incluso de sus gestos:
“¡Que mi madre, mi padre… mis pertenencias, incluso mi vida, sean sacrificados por ti, Mensajero de Allah!”
La bendita existencia del Profeta (s.a.s) es para la humanidad un objeto de amor y una fuente de inspiración. El sabio sabe que la razón de la existencia no es otra que el amor que acoge la Luz de Muhammad (s.a.s). Así, pues, el universo entero está virtualmente dedicado a Muhammad Mustafa (s.a.s), la Luz del Ser. Ha sido creado en su honor como una envoltura para su Luz. Su personalidad alcanzó tal grado de perfección, que Allah Todopoderoso le llamó “el Amado”.[6]
¡Benditos sean los creyentes que albergan un sincero afecto por Allah y Su Mensajero, y un amor que engloba a todos los otros tipos de amor imaginables!
La cercanía a la Verdad de Muhammad (s.a.s) no es tanto el resultado de un proceso racional o intelectual, sino la consecuencia inevitable del amor y el afecto que sintamos por él.
Los cielos del mes de Rabiulawwal, en el que el universo fue bendecido, se abrieron como una misericordia y una compasión para los creyentes.
Según varias fuentes, otra de las afortunadas mujeres por haber sido la madre de leche del Noble Profeta (s.a.s) fue Suwaybah, la esclava de Abu Lahab, tío del Profeta y uno de sus más encarnizados enemigos.
Cuando Suwaybah anunció el bendito nacimiento, Abu Lahab, sin que hubiera ninguna razón aparente para ello, la liberó como una forma de recompensarle. (Halabi, I, 138) Incluso el gozo que sintió Abu Lahab movido por un mero sentimiento tribal, fue suficiente para aliviarle del tormento todos los lunes por la tarde como lo ha explicado Abbas (r.a):
“Un año después de su muerte, vi a mi hermano Abu Lahab en un sueño. Se encontraba en un estado deprimente.
‘¿Cómo te han tratado?’ le pregunté.
‘Por liberar a Suwaybah como una forma de celebrar el nacimiento de Muhammad’, me dijo ‘mi tormento es aliviado todos los lunes. En ese día un chorro de agua fresca sale de entre mi dedo pulgar y el índice.’” [7]
Ibn Yazari hizo el siguiente comentario:
“Si el tormento de un enemigo del Profeta del calibre de Abu Lahab es aliviado simplemente por haber sentido alegría por su nacimiento llevado por sentimientos tribales, uno debería ponderar las inimaginables bendiciones que le esperan a un creyente, quien por respeto a la noche del nacimiento del Profeta, abre su corazón al amor por la Eterna Gracia del Universo. Lo que debemos hacer durante el mes de su bendito nacimiento, es reavivar su recuerdo a través de edificantes charlas; enmendar el daño que hayamos podido hacer a nuestros hermanos; dar parte de nuestra riqueza a los más necesitados, a los huérfanos, a los abandonados y a los que sufren la soledad del egoísmo humano: leer el Qur’an y escucharlo de otros…”
El Amor de los Compañeros por el Profeta de Allah (s.a.s)
Hasta tal punto se ganó el Noble Profeta la simpatía y el afecto de sus Compañeros, que resulta imposible describir el inmenso amor que por él fueron alimentando en lo más profundo de sus corazones. Ese amor, que de otra manera hubiera sido imposible de lograr, sólo puede establecerse a través del Amor y la Inspiración Divinos.
Como una fortaleza edificada con amor, los Compañeros formaron un vinculo de lealtad alrededor del Mensajero de Allah (s.a.s) sin precedentes en la historia, convirtiéndose en estrellas cuya luz guió y guía a todos aquellos que buscan la Verdad. Hasta tal punto estaban unidos al Profeta, que hubo muchos de sus Compañeros que caminaban por los lugares por los que él caminaba, se detenían donde él se detenía y olían la rosa que él había olido.
Nos han llegado innumerables expresiones de aquel épico amor que los Compañeros sentían por el Bendito Profeta (s.a.s). A continuación citamos algunas de ellas:
La honarable Aisha (r.a) solía describir la belleza del rostro Profeta (s.a.s) de la siguiente manera:
وَلَوْ سَمِعَ أَهْلُ مِصْرَ أَوْصَافَ حَدِّهِ
لَمَا بَذَلوُا فِي سَوْمِ يُوسُفَ مِنْ نَقْدٍ
لَوَائِمُ زُلَيْحَا لَوْ رَأَيْنَ جَبِينَهُ
لَآثَرْنَ بِالْقَطْعِ الْقُلُوبَ عَلَى اْلأَيْدِ
“Si hubiera la gente de Egipto oído de su belleza,
no se habrían gastado un céntimo en comprar a Yusuf.
Si los que condenaron a Zulaiha hubieran visto su rostro,
no sólo sus manos sino también sus corazones habrían sido cortados por los cuchillos…”
Como lo evidencian las palabras del tawhid, el Noble Profeta (s.a.s) es ciertamente un “siervo” ya que es un ser humano, pero en esencia, es la “cima de los Profetas”. Aziz Mahmud Hudayi articuló de forma poética su experiencia al contemplar estos misterios:
“El universo es un espejo que por el favor de la Verdad toda cosa contiene.
¡Atención! En el espejo de Muhammad Allah se refleja y allí se tiene…”
El Bendito Profeta (s.a.s) es el centro de la manifestación del Amor Divino que desarrolla terrenales y metafóricos amores envueltos en grandeza. En el momento en el que el creyente comienza a temblar ante la presencia espiritual del Bendito Profeta (s.a.s), a sentir inexpresables sentimientos de belleza en su corazón, y vacía su alma de todas las apariencias y siluetas del ego, es entonces cuando ha entrado en el camino de ser uno con él y con su amor Divino.
“Ambos mundos fueron creados para un corazón. Piensa en el significado de la expresión ‘si no hubiera sido por ti, no habría creado el universo’”, dice Mawlana Rumi –quddisa sirruh-.
Por esa razón, el amor por el Mensajero de Allah (s.a.s) es el medio más efectivo para ser honrados en ambos mundos, y gracias a este amor incondicional, los Compañeros alcanzaron los más altos rangos de honorabilidad.
A continuación citamos otro ejemplo del inigualable amor que los Compañeros sentían por el Profeta (s.a.s):
En el camino a la Cueva de Sawr durante la Hégira del Profeta (s.a.s), Abu Bakr (r.a) caminaba un rato detrás de él, y otro rato delante de él.
“¿Por qué caminas de esta forma?” le preguntó el Profeta (s.a.s) a Abu Bakr extrañado por su manera de actuar.
“Temo que los idólatras te ataquen por detrás, y es entonces cuando me coloco detrás de ti”, le respondió Abu Bakr (r.a). “Y cuando pienso que podrían atacarte de frente, rápidamente me coloco delante de ti.”
Era ya la tarde cuando llegaron a la entrada de la Cueva.
“Por favor, espera aquí hasta que yo inspeccione la cueva, Mensajero de Allah”, le dijo Abu Bakr (r.a). A continuación, entró en la cueva, revisó cada rincón y taponó los agujeros con trozos de sus ropas y otros materiales que iba encontrando por allí. Al final utilizó la mayor parte de su vestimenta y sólo quedó un agujero sin tapar que cerró con la planta del pie.
“Ya puedes entrar, Mensajero de Allah.”
Dándose cuenta de lo sucedido a la mañana del día siguiente, el Noble Profeta le preguntó sorprendido:
“¿Dónde has puesto la túnica, Abu Bakr?”
Abu Bakr (r.a) le contó cómo había encontrado la cueva y lo que tuvo que hacer para asegurarse de que ninguna serpiente o escorpión pudiera atacarle. Conmovido por aquel acto de suprema magnanimidad, el Mensajero de Allah (s.a.s) levantó las manos y pidió por él.[8]
Parecido grado de devoción por el Profeta (s.a.s) manifestó una mujer que había perdido a su marido, a su padre y a sus dos hijos en la batalla de Uhud:
“¡Muhammad ha muerto!” Fueron las terroríficas palabras que hicieron temblar el cielo de Medina aquel día, haciendo llegar al firmamento gritos de desesperación. Toda la gente había salido a las calles para ver si traían nuevas noticias los que iban llegando a la ciudad del campo de batalla. A pesar de que Sumayra, una mujer de los Ansari, había recibido la dramática noticia de la muerte de su esposo, de su padre y sus dos hijos, su preocupación y su ansiedad era por saber si el Profeta Muhammad (s.a.s) estaba bien o había sufrido alguna herida.
“¿Está bien?” preguntaba sin cesar.
“Alhamdulillah, está vivo y se encuentra bien”, respondían los Compañeros, “exactamente como deseas que esté.”
“Mi corazón no descansará hasta que no le vea sano y salvo. Mostradme al Mensajero de Allah”, respondió todavía con nerviosismo.
Cuando le mostraron al Bendito Profeta (s.a.s), la valiente Sumayra corrió hacia él y, agarrando un extremo de su camisa, exclamó:
“¡Que mis padres sean sacrificados por ti, Mensajero de Allah! Mientras estés vivo, poco me importa lo demás.” (Waqidi, I, 292; Haythami, VI, 115)
Anas Ibn Malik (r.a) nos ha transmitido el siguiente relato:
“Vino un hombre a donde estaba el Mensajero de Allah (s.a.s) y le preguntó:
‘¿Cuándo llegará el Día del Juicio Final?’
‘¿Qué has preparado para el Día del Juicio Final?’ preguntó a su vez el Profeta (s.a.s).
‘El amor por Allah y Su Mensajero’, respondió el hombre.
Al oír aquellas palabras le dijo el Mensajero de Allah (s.a.s):
‘Entonces estarás con los que amas.’”
Comentando esta narración, Anas (r.a) añadió:
“Aparte de haber entrado en el Islam, nada nos ha hecho más feliz que las palabras del Mensajero de Allah ‘estaréis con aquellos a los que amáis’. Y también yo amo a Allah y a Su Mensajero, y a Abu Bakr y a Ùmar; y aunque no he podido igualarles en obras, espero estar con ellos.” (Muslim, Birr, 163)
Sin duda que para encontrar un lugar dentro de las prometedoras palabras del Mensajero de Allah (s.a.s), todo creyente debe embellecer su corazón con el amor por la luz inspiradora del Profeta (s.a.s).
Cuando murió el Bendito Mensajero (s.a.s), los Compañeros eran como velas derritiéndose de dolor. Aquel día, debido a la separación del Gran Amigo (s.a.s), los corazones fueron instantáneamente abrasados con el fuego de la añoranza, y arrastrados de un estado de desesperación a otro. Incluso ‘Umar (r.a) perdió por un momento la consciencia acosado por punzadas de gran intensidad, hasta que Abu Bakr (r.a) se levantó y calmó a la gente. Aquellos corazones llenos de amor por su amado Profeta (s.a.s) que no podían resistir un día sin verle, tendrían ahora que soportar la gran prueba de no verle más hasta el final de sus vidas. Incapaz de soportar este dolor por más tiempo, Abdullah ibn Zaid (r.a) elevó las manos al cielo y le suplicó al Todopoderoso:
“¡Allah! ¡Ciega mis ojos! No permitas que vea nada de este mundo después de que el Profeta (s.a.s) a quien amo más que a nada en la vida, se ha ido.” Su plegaria, en medio de sinceras lágrimas, le fue concedida y se volvió ciego en ese mismo instante.[9]
De esta manera, cuando Abu Bakr (r.a) intentaba narrar un hadiz del Bendito Profeta (s.a.s), el sólo recuerdo de su amado Compañero (s.a.s) le hacía romper a llorar sin poder pronunciar una palabra.
Así describe Abu Huraira (r.a) esta situación:
“Una vez subió Abu Bakr al mimbar y dijo:
‘Como sabéis, el Mensajero de Allah estuvo aquí de pie en el mismo lugar en el que estoy yo ahora…’ Y comenzó a llorar, incapaz de continuar. Al cabo de un rato repitió esas mismas palabras y de nuevo se le saltaron las lágrimas. Lo intentó por tercera vez para volver a llorar amargamente.” (Ver Tirmidhi, Daawat, 105/3558; Ahmad, I, 3)
A pesar de haber estado siempre junto al Profeta, Abu Bakr le echaba constantemente de menos, y después de la muerte del Mensajero de Allah (s.a.s), la añoranza se hizo mucho más fuerte y ya sólo pensaba en unirse a él.
La honorable Aisha nos relata la emoción que sintió su padre, cerca ya de la muerte, al pensar que pronto estaría con su amado Profeta:
“Mi padre Abu Bakr preguntó en el lecho de muerte:
‘¿Qué día es hoy?’
‘Lunes’, le contestamos.
‘Si muero esta noche’, nos dijo, ‘no esperéis hasta mañana para enterrarme… pues mi tiempo favorito es el que más se acerca a mi reunión con el Mensajero de Allah (s.a.s).’” (Ahmad, I, 8)
Entre los Compañeros había algunos que envidiaban a los enfermos, pensando que su añoranza por reunirse con el Profeta (s.a.s) estaba ahora más próxima de ser apaciguada, y le enviaban saludos con ellos al Sultán de los Corazones (s.a.s). Muhammad ibn Munqadir (r.a), por mencionar a uno de ellos, había visitado a Yabir (r.a), uno de los Compañeros inmerso en un profundo amor por el Profeta (s.a.s), durante el último periodo de su enfermedad. Dándose cuenta de que estaba a las puertas de la muerte, intentó consolarle con las siguientes palabras:
“Da mis saludos al Mensajero de Allah…” (Ibn Mayah, Yanaiz, 4)
Los Compañeros, aquellos devotos amantes del Profeta de Allah (s.a.s), sentían un inmenso placer en escuchar relatos sobre él.
Bara (r.a.) nos cuenta el intenso deseo de su padre por escuchar algún relato del Mensajero de Allah (s.a.s) siempre que se presentaba la más mínima oportunidad:
“Abu Bakr As-Siddiq le había comprado a mi padre una silla de montar por trece dirhams y le dijo:
‘Dile a Bara que me la lleve a casa si puede.’
‘No lo haré’, dijo mi padre. ‘No hasta que me cuentes como hiciste Hégira de Meca a Medina junto al Mensajero de Allah (s.a.s) con los idólatras pisándoos los talones.’
Abu Bakr (r.a.) entonces recordó aquella jornada de la siguiente manera:
‘Abandonamos la cueva y seguimos viaje. Caminamos toda la noche y todo el día siguiente. Eché un vistazo a la zona con la esperanza de encontrar alguna sombra con la que protegernos de aquel calor sofocante. Allí cerca encontré una roca que hacía algo de sombra. Rápidamente nivelé el suelo y eche una manta para que se sentase el Profeta de Allah.’
‘Por favor, Mensajero de Allah,’ le dije. ‘Descansa.’
El Profeta de Allah se sentó un momento, y yo me puse a vigilar por temor a que pudiera llegar alguien y descubrirnos. Pero lo que divisé fue a un pastor que dirigía sus ovejas hacia la roca buscando, como yo antes, una sombra.
‘¿Para quién pastoreas?’ le pregunté. Me dijo un nombre de los Quraysh a quien yo conocía.
‘¿Tienen leche las ovejas?’ le pregunté.
‘Sí,’ me replicó.
‘¿Entonces, puedes ordeñar una y darnos algo de leche?’ le dije.[10]
‘Claro’, me respondió. ‘Con mucho gusto.’
Entonces, el pastor, cogió a una de las ovejas. Le pedí que se lavase las manos y las ubres de la oveja. Así lo hizo, y enseguida me ofreció una buena cantidad de leche. Conmigo llevaba un odre de cuero lleno de agua para el Mensajero de Allah (s.a.s), que había cerrado con un trozo de tela. Vertí un poco de esta agua en la leche para que se enfriara un poco y se la ofrecí al Mensajero de Allah que acababa de despertarse de una corta cabezada.
‘Por favor, Mensajero de Allah… Toma esta leche’, le dije.
Se la bebió y fue entonces cuando me sentí más tranquilo…’” (Bujari, Ashab’un-Nabi, 2; Ahmad, I, 2)
Los Compañeros sentían un amor y un respeto tan grande por el Bendito Profeta (s.a.s), que algunos de ellos no se cortaban el pelo por la simple razón de que el Profeta (s.a.s) había puesto sus manos en sus cabezas. (Abu Daud, Salat, 28/501)
Otro bello relato que muestra el profundo amor que sentían los Compañeros por el Mensajero de Allah (s.a.s) nos viene de las Compañeras, encargadas de transmitir este amor a sus hijos. Les regañaban si pasaban mucho tiempo sin visitar al Profeta (s.a.s). Una de esas niñas era Huzaifa (r.a) a quien su madre había amonestado por no haber visitado al Profeta (s.a.s) desde hacia unos cuantos días. Ella misma nos cuenta el suceso:
“Mi madre me preguntó cuándo había sido la última vez que había visto al Profeta. Yo le contesté que hacía ya varios días. Me mandó salir de la habitación y me regañó severamente. Le dije:
‘No enloquezcas de esta manera, madre. Hoy mismo iré a donde el Profeta y haré la salah del Magrib con él. Y también le pediré que suplique por nosotras para que Allah nos perdone a las dos.’” (Tirmidhi, Manaqib, 30/3781; Ahmad, V, 391-392)
La condición de Bilal (r.a), el muaddhin de la mezquita del Profeta (s.a.s), era muy diferente. Una vez que el Mensajero de Allah (s.a.s) abandonó este mundo, Bilal perdió literalmente la lengua. Incluso el cuchillo más afilado no hubiera podido separar sus labios. A pesar de su grandeza, Medina se había empequeñecido a sus ojos.
Añorando los dulces días del pasado en los que el Bendito Profeta (s.a.s) estaba con ellos, el Califa Abu Bakr le pidió repetidamente a Bilal que diera el adhan una vez más. Pero Bilal no podía pronunciar aquellas nobles palabras sabiendo que su amado Compañero (s.a.s) no estaría allí para escucharlas.
“Si me preguntas como me siento, te diré que he perdido todo el poder para dar el adhan después del fallecimiento del Mensajero de Allah… Así, pues, no me pidas más que lo haga.”
Pero Abu Bakr (r.a) no estaba dispuesto a perder para siempre aquella llamada de los labios de Bilal (r.a)
“¿Crees que es poca la pérdida del Profeta para que también prives a la ummah de su muadhhin?”
Sintiendo que no podía seguir rehusando la petición de Abu Bakr, se dirigió a la mañana siguiente a la mezquita del Profeta, subió al minarete y se dispuso a dar el adhan de la salah de fayr. A pesar de que intentó superar con todas sus fuerzas la profunda emoción que sentía, la voz seguía sin salir paralizada por las lágrimas que fluían por sus mejillas. Abu Bakr no volvió a pedirle nunca más que diera el adhan.
Bilal (r.a) no pudo seguir en Medina por más tiempo, una ciudad que le traía sin cesar el recuerdo del Bendito Profeta (s.a.s). Ese mismo día, después de la salah de fayr, abandonó Medina y partió hacia Damasco. Infundido con el deseo de reunirse con su amado Profeta, participó en numerosas batallas, alejándose de él, una tras otra, el martirio que tanto deseaba. Pasaron los años, y tampoco la terrible peste que asoló Damasco, se habla de 25.000 muertos, logró arrancarle de su destino. Su corazón seguía latiendo y seguía ardiendo con la abrasadora llama de la separación.
Un día vio al Mensajero de Allah (s.a.s) en un sueño.
“¿Cuánto tiempo más debe durar esta separación, Bilal?” le dijo con pesar. “¿Acaso no es tiempo de que me visites?”
Inmerso en una gran tristeza y melancolía, se despertó súbitamente y sin más demora salió de casa con la intención de visitar la tumba del Noble Profeta (s.a.s) en Medina. Cuando llegó al lugar donde se encontraba su amado Compañero (s.a.s) y las lágrimas formaban un escudo que le impedía ver otra cosa que no fuera el punzante dolor que sentía, llegaron Hasan y Husein. Emocionado al ver a los nietos del Noble Profeta (s.a.s) quien solía llamarles “la dulce albahaca del Paraíso”, los abrazó tiernamente.
“Nada nos haría más feliz que oírte dar el adhan, Bilal”, le pidieron, y esta vez Bilal no pudo resistirse. Su adhan sacudió a toda Medina. Cuando llegó a la parte que dice Ashadu anna Muhammadan rasulullah, hombres y mujeres abandonaron sus hogares y salieron a la calle encaminándose a la mezquita pensando que el Noble Profeta (s.a.s) había vuelto a la vida. Desde el día en el que falleció el Profeta (s.a.s), nunca antes la gente de Medina había derramado tantas lágrimas.[11]
Este celebre Compañero, un genuino devoto del Profeta (s.a.s), falleció finalmente en Damasco a la edad de 60 años.
Se nos ha transmitido que un poco antes de morir exclamó lleno de gozo: “Mañana, si Allah quiere, estaré con el Mensajero de Allah y sus Compañeros.”
Su esposa mostraba un gran pesar al ver a su esposo en el lecho de muerte, pero Bilal (r.a), por el contrario murmuraba lleno de júbilo, “¡qué maravilloso! (Dhahabi, Siyar, I, 359)
El amor exuberante de los Compañeros por el Profeta de la Misericordia (s.a.s) puede verse también en sus transmisiones de los ahadiz. Conscientes de la gravedad que supondría cambiar el significado o una simple palabra de los dichos del Profeta (s.a.s), era muy común verles temblar y volverse pálidos cuando comenzaban a narrar un hadiz. Abdulah ibn Mas’ud (r.a), por ejemplo, sudaba y temblaba al narrar un hadiz del Profeta (s.a.s). Nunca lo terminaba sin añadir “… dijo esto mismo o algo similar.” (Ibn Mayah, Muqaddimah, 3)
Hasta tal punto era amado incluso por el mundo inanimado, que el tronco de palmera sobre el que se solía apoyar cuando hablaba a la gente en la mezquita, sollozaba de nostalgia por el Profeta cuando fue retirado de allí y sustituido por unos peldaños de madera. Los enfermos que sorbían un poco de agua de la escudilla donde el Profeta había hecho wudu, se curaban. Los que comían con él, oían las invocaciones de los bocados.[12] Sakal-i sherif, algunos pelos de su cabellera y de su barba han sido guardados hasta hoy como parte de su legado.
El líder en la planicie de la resurrección en el Más Allá es Él…
El intercesor por los pecadores es Él,
El que suplica ummatii, ummatii (mi ummah, mi ummah) es Él,
La bandera de liwa’ul-hamd en el Más Allá está en Sus manos,
Todos los Profetas están bajo su sombra,
Las manos que abrirán, por primera vez, las puertas del Paraíso, también serán las suyas…
Es Sheij Galib quien de forma vibrante describe la escena:
En el mimbar de las regiones eternas, tu discurso es leído
ante el tribunal del último Juicio, es aceptado tu veredicto.
Tu gulbang’i qudum[13] es cantado sobre el Trono,
tu noble nombre es pronunciado en los Cielos y en la tierra
La fuente del amor después de los Compañeros
El gran amor y el afecto sin límite por el Bendito Profeta (s.a.s), una misericordia para todos los mundos, continuaron con la misma intensidad después de los Compañeros, conscientes de que sólo a través del amor, que como un torrente se apresuraba a desembocar en el océano de la unión con el Profeta (s.a.s), se puede obtener la paz y la bendición en ambos mundos.
El Mensajero de Allah (s.a.s) anunció que sus amantes no cesarán hasta que llegue la Última Hora:
“Algunos de los que más profundamente me amarán de entre mi ummah serán aquellos que vendrán después de mí. Por seguirme, estarán dispuestos a sacrificar sus familias y sus bienes.” (Muslim, Yannat, 12; Hakim, IV, 95/6991)
¡Que Allah, Glorificado sea, nos incluya, Sus más desafortunados esclavos, entre aquellos a los que hace referencia el hadiz!
Amin.
El siguiente relato, transmitido por Abdullah ibn Mubarak, revela cómo el amor por el Profeta Muhammad (s.a.s) transciende todo dolor corporal:
“Estaba junto al Imam Malik, quien narraba algunos ahadiz del Mensajero de Allah (s.a.s), y pude observar la agonía que sufría. Completamente pálido, siguió con las narraciones del Profeta como si nada pasase. Cuando terminó la lección y salieron los estudiantes, le dije:
‘Abu Abdullah… Parecía como si algo malo te estuviera sucediendo.’
‘Sí’, respondió. ‘Un escorpión llegó de no sé dónde y me picó varias veces durante la lección, pero decidí aguantar el dolor por respeto al Mensajero de Allah.’”[14]
También por respeto al Mensajero de Allah (s.a.s), el Imam Malik nunca montaba a caballo o en camello dentro de Medina por no hollar por donde posiblemente hubiera caminado el Profeta (s.a.s). Cuando llegaba alguien a su casa para clarificar el significado de algún hadiz, por respeto a las palabras del Profeta que iban a ser pronunciadas, hacia wudu, se colocaba un turbante y se perfumaba. Sólo entonces aceptaba que entrase el visitante. De esta forma se preparaba espiritualmente para recibir la Gracia de comentar las palabras del Noble Profeta (s.a.s) de la forma más adecuada y efectiva posible. El Imam hablaba siempre en voz baja en el Rawdah, el área que hay entre el mimbar y la bendita tumba del Profeta (s.a.s) en la Mezquita de Medina. Una vez le llamó la atención a Abu Yafar Mansur, el entonces Califa, cuando en un momento dado levantó demasiado la voz:
“Baja la voz en esta zona, Califa. Allah ordenó no levantar la voz en Presencia del Mensajero de Allah a un grupo de hombres mucho más virtuosos que tú…”
Y fue también el Imam Malik quien perdonó al Gobernador de Medina, quien le había causado injustificables molestias, con estas palabras:
“Me sentiré avergonzado de exigir mis derechos en el Más Allá a un miembro de la familia del Profeta de Allah (s.a.s).”
Entre los notables de la ummah, célebre por su amorosa devoción al Profeta de la Misericordia (s.a.s), se encuentra Sayyid Ahmad Yasawi. Llevado por su profundo amor por el Profeta (s.a.s) no quiso vivir por encima del nivel de la tierra cuando cumplió 63 años, la edad en la que había fallecido el Mensajero de Allah (s.a.s), y durante los últimos diez años de su vida, continuó llamando a la gente al camino recto desde un lugar subterráneo parecido a una tumba.
El gran conocedor del hadiz, Imam Nawawi, nunca comió sandia en su vida por la simple razón de que no había encontrado un solo hadiz en el que se describiera la forma en la que el Profeta de Allah (s.a.s) la había comido.
Para el Sultán Yavuz Selim, uno de los más poderosos emperadores de la historia, el encuentro con un noble y sincero siervo de Allah era el mayor acontecimiento que le podía ocurrir a un ser humano en este mundo. En este delicioso pareado expresa el Sultán este sentimiento:
Ser Sultán en este mundo es algo superficial y aburrido,
pero ser discípulo de un venerable siervo de Allah, supera a todo lo imaginable…
Había la costumbre en el tiempo de los otomanos de gravar en los anillos algún pareado o alguna cita. Para expresar cómo el Todopoderoso había creado el universo en honor a la amada Luz del Profeta Muhammad, el Sultán Bezmi Alem Valide mandó gravar la siguiente inscripción en su sello imperial:
Del amor, nació Muhammad,
Sin Muhammad… el amor es abandono
De su manifestación Bezmi Alem surgió…
Así describió Fuzuli el fuego en su famoso Su Kasidesi:
No me privéis, oh ojos míos, de vuestra agua de amor para aplacar el fuego de mi corazón,
Aunque bien sabéis que para combatir tan gigantescas llamas, el agua no es cura
Perplejos, mis ojos no saben de dónde los cielos toman su color,
¿Son las lágrimas que inundan mis ojos las que los han coloreado, o es que tienen el color del agua?
Que no se lamente el jardinero por regar el jardín de rosas,
Pues una rosa como Su rostro no se abrirá aunque la regasen mil jardineros
Si mi último aliento llegase sin haber podido cumplir mi deseo de besar Su mano, amigos míos
Haced un cuenco con mi lodo y llevárselo a mi amado lleno de agua
Todas sus vidas, estrellando sus cabezas de roca en roca,
Para alcanzar los lugares en los que caminaba, como una trainera, fluyen en el agua
“Una extraordinaria luz alrededor de la cual, incluso el sol gira”, un comentario poético de Suleyman Çelebi, para quien incluso el sol gira alrededor del Bendito Profeta (s.a.s).
El Sultán Ahmad llevaba una imagen de las huellas del Noble Profeta (s.a.s) impresa en su turbante, para que su evocación le inspirase el mejor comportamiento a seguir en cada momento. Debajo de esa imagen escribió este poema:
¿Y qué si llevo encima de mi cabeza, como una corona,
el pie puro del Sultán de los Profetas?
En el jardín de los Profetas, él es la Rosa de intensa fragancia
Así, pues, corónate, Ahmad, con el pie de esa Rosa
Aziz Mahmud Hudayi expresa este mismo amor con las siguientes palabras:
Tu llegada es una misericordia, un bendito placer,
Una cura para los enfermos de amor, Profeta, es contemplar tu rostro,
Intercede por Hudayi, ya sea dentro o fuera,
Arrollado junto a tu puerta, es un esclavo suplicante
En su camino a la Ka’abah, y con Medina todavía visible en el horizonte, el poeta Nabi se sintió profundamente herido al ver a un pashá (general del ejército) estirar su piernas inconscientemente en dirección al bendito Rawdah. Dolorido por aquella escena, tomó un trozo de papel y escribió el siguiente poema para expresar su respeto al Bendito Profeta (s.a.s):
Abandona toda irreverencia, esta es la tierra del Señor Amado,
donde se concentra la mirada Divina; este es el lugar del Profeta.
Entra en este santuario, Nabi, con la mejor de las conductas,
es el busegah[15] de los Profetas, el recinto sagrado…
La sincera inspiración que había fluido directamente del corazón de Nabi, fue la causa de la milagrosa señal del Profeta Muhammad (s.a.s), y así, los muadhines de la Rawdah recitaron el poema en voz alta desde los minaretes durante la salah de fayr. Desconcertado y conmovido, Nabi entró en la mezquita empapado en lágrimas.
- Esad Effendi, uno de los grandes sheijs del pasado, describe en este poema cómo quedó reducido a cenizas por las llamas del amor al Profeta:
Por tu fascinante apariencia, la primavera está ardiendo,
Ardiendo está la rosa, el ruiseñor, el jacinto, el barro y el espino… todo arde
Los rayos que emanan de tu resplandeciente rostro abrasan a los enamorados,
Está ardiendo la lengua, el corazón, los sollozantes ojos por tu amor… arden
¿Cómo es posible lavar a los mártires del amor con todo este fuego?
Ardiendo está el cuerpo, el sudario, la dulce agua purificadora… arde
El emotivo poeta, de origen cristiano y que adoptó el nombre de Yaman Dede tras experimentar la cegadora Luz de Muhammad (s.a.s), se convirtió en un sincero creyente y en un amoroso devoto del Bendito Profeta (s.a.s). Con este hermoso poema describe sus sentimientos por el Amado:
No sentiré dolor si exhalo, sediento, mi último aliento en un abrasador desierto
No siento humedad en los océanos, hay volcanes explotando en mi corazón,
Si de los cielos cae lluvia de llamas, a penas sentiré su resplandor,
Retira tu hermosa apariencia, o Profeta, pues me ha cegado
Morir en tu regazo rodeado de tu amor, qué éxtasis sería,
¿Tan imposible es morir en tu habitación, o mi Señor?
Se sentirían a salvo mis ojos si muriesen en tu amor,
Retira tu hermosa apariencia, o Profeta, pues me ha cegado
Mi corazón roto, me siento descuartizado, sólo en ti esta mi cura
Abrasado por el fuego, mis labios susurran tu nombre alrededor del trono,
Bendice a esta pobre nada cuando le plazca a tu corazón,
Retira tu hermosa apariencia, o Profeta, pues me ha cegado
Kemal Edib Kürkçüoglu describe con poética elocuencia la convulsión que sufrieron los cielos con el Miray, la Ascensión, del Profeta (s.a.s):
En la noche del Miray por mirar a su rostro,
La tierra, en gratitud, los cielos se han postrado
Emocionadamente vestido con su ihram cada tarde
El Santo Espíritu arde en deseos de entrar como invitado a través de su puerta
Quien lo ve una vez, exclama ‘Allah, Allah’, con la esperanza,
Perdida la razón, de ver su rostro otra vez…
El Mensajero de Allah (s.a.s) poseía un carácter tal que todo aquel que le aceptaba como su guía y le seguía, desarrollaba una personalidad única, como estrellas en el cielo. Los Compañeros, los nobles amigos de la Verdad adquirían la virtud en función de su cercanía a la Luz del Ser (s.a.s).
No hacemos sino preguntarnos: ¿qué parte nos corresponde de los sentimientos internos de Abdullah ibn Zayd, Bilal Habashi, Imam Nawawi, Sayyd Ahmad Yesevi y de otros como ellos? Tomando como referencia el amor que manifestaron los Compañeros, también nosotros debemos medir nuestro amor por el Profeta (s.a.s), sopesar hasta qué punto merecemos formar parte de su ummah, e inyectar una dosis de espiritualidad que despierte nuestros corazones.
Los nobles Musulmanes que acabamos de citar son, sin duda, personificaciones de las más elevadas virtudes, resplandecientes estrellas que brillan en el firmamento de la Verdad. Pero lo que les ha convertido en estrellas en los cielos del corazón de los Musulmanes es la intensidad de su amor y devoción por el Profeta (s.a.s).
Sabemos que el amor es como una corriente eléctrica entre dos corazones. Para ser un creyente es vital que el corazón adquiera esta capacidad. El trauma y la tragedia que hoy sufre el ser humano deriva de esta incapacidad del corazón y de la pérdida de la consciencia del enorme potencial que posee, quedando aplastado bajo el martillo del ego. Arrastrados por las inclinaciones mundanas y egoístas, hemos perdido el camino que revigoriza el espíritu. Llegar al Amor Verdadero desde el amor metafórico, de la misma forma que Maynun en su viaje desde Layla hasta su Señor, es posible a través de un proceso por el cual un corazón desnudo y vacío adquiere, a través de un entrenamiento, la capacidad del Amor Verdadero. El amor del que la humanidad tiene hoy una desesperada necesidad. Todo el mal que vemos a nuestro alrededor, todas las atrocidades y tiranías tienen su origen en la falta de amor.
La grandeza del amor se mide por el sacrificio del que es capaz el amante en los momentos de necesidad. Un verdadero amante debe ser capaz de sacrificar su vida cuando sea necesario, sin tan siquiera tener el sentimiento de que ha hecho un sacrificio. Más bien su corazón permanece sereno, como si hubiera pagado una deuda. Por el contrario, aquellos que ignoran lo que es el amor verdadero han desistido de entrar en el camino de la maduración, prefiriendo que sea su ego quien les domine y les haga malgastar sus vidas miserablemente.
La confianza –amanah, esa fe que mueve montañas, es de hecho un privilegio concedido por el Todopoderoso a la humanidad. La condición previa para adquirir este privilegio radica en alcanzar el amor verdadero. Sólo morando en el amor verdadero conseguiremos poner un fin a la batalla que se libra en el interior del ser humano. Una persona madura, a través de los reflejos de inspiración obtenidos de un carácter ejemplar, libera a su corazón de las inclinaciones animales y lo convierte en un jardín del Paraíso donde se abren innumerables ventanas a los espectáculos Divinos.
“Y cuando le haya completado y le haya insuflado parte de Mi espíritu, caeréis postrados ante él”, (Al-Hiyr, 15:29) afirma nuestro Señor en el Qur’an, recordándonos la sublime esencia que, de Sí mismo, ha otorgado al hombre. Una vez que esa esencia, a través del amor, acompaña al Creyente a un estado de maduración, el corazón comienza a cubrir la distancia hacia el mundo de los misterios Divinos, donde se encuentra la esencia del hombre y del universo. En ese momento se nos concede la manifestación de un corazón puro.
Cuando alcanzamos ese grado de madurez, los velos de la ignorancia, que hasta entonces separaban al siervo de su Señor, se rasgan y dejan traslucir el secreto de ‘muere antes de morir’. El mundo y su efímera pompa pierden consistencia hasta que desaparecen del corazón. El espíritu, entonces, saborea el éxtasis de acercarse a su Hacedor.
Aquellos que no han gustado el verdadero amor son incapaces de eliminar las características animales que rodean el carácter humano, y de adentrarse en el mundo angelical. El corazón de alguien que no sabe cómo amar, es parecido a una tierra estéril. El amor es la morada de la sabiduría, ya que es la razón de la existencia.
La Misericordia Divina, necesaria para que la humanidad salga de la depravación y se zambulla en la Gracia, es el Mensajero de Allah (s.a.s), el modelo inigualable para el ser humano. El camino a la verdadera felicidad debe estar sostenido en el aprendizaje del verdadero amor, en la aniquilación en su carácter y en su inquebrantable liderazgo.
El Bendito Profeta (s.a.s) es el amado de todo el universo y la razón de su existencia. Es el guía en la unión del siervo con su Señor. Con las características que conforman su conducta, algunas comunicables y otras imposible de articular aun con la más expresiva de las descripciones, el Mensajero de Allah (s.a.s) nos proveyó, hasta exhalar su último aliento, con el mejor ejemplo de un siervo del Real.
En pocas palabras, es una misericordia que engloba a toda la existencia. Los corazones que le anhelan, arderán para siempre en su amor, inhalando en cada respiración la nostalgia de reunirse con él. Y en medio de esas llamas del corazón, suplicarán:
“Libérame de tu hermosa apariencia, o Profeta, pues estoy ardiendo,” un grito a través del cual darán riendo suelta a un amor que se intensifica a cada instante.
Es este amor el que ha convertido a creyentes como Nahauddin Naqshiband o Yunus y Mawlana Rumi en resplandecientes estrellas del firmamento espiritual. Con este amor Mawlana Rumi se adentró en los dominios de la felicidad; una felicidad que era unión con el Eterno, el Supremo. En el momento en el que empiezan a caminar hacia la eternidad en virtud de haber abandonado los deseos carnales, nada que no sea el Eterno les puede satisfacer. Después de todo, ¿cómo podría la verdadera felicidad, la que es eterna, mezclarse con la mortal, tocada de impermanencia? El sendero hacia los benditos dominios de la Gracia pasa a través de la sumisión al amor y el afecto por ellos.
Las siguientes palabras de Mawlana Rumi revelan de alguna forma su estado de gozo:
“Mientras esté vivo, estaré al servicio del Qur’an. Una mota de polvo en el camino de Muhammad (s.a.s), me siento distante de la persona que utiliza palabras diferentes a las mías.”
La esencia de convertirnos en una mota de polvo en el camino del Noble Mensajero (s.a.s), es una experiencia amorosa que dura toda la vida, es obedecerle y seguir su sunnah en toda circunstancia.
Otra forma de adquirir las cualidades necesarias para morar en la Luz del Ser (s.a.s), y permanecer envueltos en su espiritualidad, es pronunciar el salawat’us-sharifah constantemente, seguros de reforzar, así, la unión de nuestros corazones con él, con su inspiración y con su amor.
Salawat’us-sharifah
En el Noble Qur’an, Allah, Glorificado sea, jura por la vida del Profeta (s.a.s). Al mencionar su nombre junto al Suyo, el Todopoderoso hace de la creencia en su profecía una condición sine qua non para ser un siervo digno. Incluso el llamarle en voz alta se considera un acto ofensivo. Más aún, afirma que tanto Él como los ángeles hacen numerosas súplicas, salawat’us-sharifah, por el Profeta (s.a.s), y ordena a su ummah hacer lo mismo.
Como afirma la siguiente ayah suplicar con salawat’us-sharifah es una obligación establecida por Allah para todo creyente:
“Es verdad que Allah bendice al Profeta y Sus ángeles piden por él. ¡Vosotros que creéis! Orad por él y saludadlo con un saludo de paz.” (Al-Ahzab, 33:55)
Ubai ibn Kab (r.a) nos ha transmitido el siguiente relato:
“Había pasado la tercera parte de la noche cuando el Mensajero de Allah se despertó y dijo: ‘O gente, recordad a Allah. Recordad a Allah. Se soplará la primera vez en el cuerno y la tierra temblará. Luego se sonará por segunda vez. La muerte llegará con toda su intensidad; la muerte llegará con toda su intensidad…’ Le dije: ‘Repito mucho el salawat’us-sharifah, O Mensajero de Allah. ¿Cuántas veces debo hacerlo?’ ‘Las que quieras,’ me contestó. ‘¿Sería suficiente si dedicase un cuarto de mis súplicas para ello? –pregunté de nuevo. ‘Dedica tanto tiempo como desees,’ me aconsejó. ‘Pero sería mejor que dedicases más.‘ ‘Entonces dedicaré la mitad.‘ ‘Como quieras, pero sería mejor que dedicases más,’ dijo. ‘¿Qué tal entonces si dedico dos tercios?’ ‘Como quieras, pero sería mejor que dedicases más.’ ‘Entonces, ¿qué tal si dedico todo el tiempo de la súplica al salawat‘us-sharifah,’ le pregunté finalmente. ‘Si lo haces,’ me contestó, ‘entonces Allah te librará de todas tus aflicciones y perdonará tus faltas.’” (Tirmidhi, Qiyamah, 23/2457)
Así pues, los seguidores del Profeta (s.a.s) dicen el salawat‘us-sharifah continuamente, ya que es un medio de aumentar el amor por él en el corazón del creyente. El hecho de seguir plenamente al Bendito Profeta (s.a.s) y beneficiarse de su extraordinario ejemplo viene a través de captar las realidades del Qur‘an y de la sunnah, lo cual, a su vez, es posible solamente con la aproximación al comportamiento del Profeta (s.a.s) y el ahondamiento en las profundidades de su corazón.
Ningún mortal puede describir adecuadamente sus atributos esenciales; su elevado comportamiento y disposición van más allá de la comprensión general de la gente. Los sabios, los sultanes de la espiritualidad, incluso el mismo Yibril, todos aceptaron seguir su camino como el honor más grande, todos quisieron ser de los suyos como el mayor favor que se puede obtener.
Según lo reconocido, todas las salawat empiezan y terminan con la acción de gracias a Allah, Glorificado sea, y súplicas por el Profeta (s.a.w). Hay consenso general sobre el hecho de que Allah, Glorificado sea, siempre acepta el salawat‘us-sharifah, que a su vez, y en su esencia, es una súplica y petición ante el Todopoderoso. Esta es la razón principal por la que empezamos y terminamos con él nuestras oraciones. Es decir, hacerlo entre dos súplicas personales aumenta la posibilidad que éstas sean aceptadas.
“Una súplica,” según nos transmite ‘Umar, “se queda flotando entre el cielo y la tierra, y no se eleva hacia Allah hasta que la acompañen las súplicas por el Mensajero.” (Tirmidhi, Witr, 21/486)
En efecto, una día el Profeta (s.a.w) observó por casualidad que un hombre suplicaba después de la salah sin haber ofrecido las gracias a Allah, Glorificado sea, y sin haber suplicado por él. Comentó:
“Este hombre se ha dado mucha prisa.”
A continuación le llamó para darle el siguiente consejo:
“Cuando uno quiere suplicar, debe primero darle las gracias a Allah, luego suplicar por Su Profeta, y finalmente hacer las súplicas que desee.” (Tirmidhi, Da‘wat, 64/3477)
La importancia que tiene el tawassul en nuestras súplicas, es decir hacerlas en el nombre del Profeta (s.a.w), está reflejada en la siguiente transmisión de Ibn Abbas:
“Los judíos de Jaibar y la tribu de Ghatafan estaban en guerra. Los judíos siempre salían perdedores. Finalmente hicieron la siguiente súplica: ‘Señor, pedimos victoria en el nombre del Profeta Iletrado, cuya aparición en la Época Final has prometido.’Después los Ghatafan fueron derrotados. Sin embargo, una vez que Allah, Glorificado sea, mandó a ese Profeta en cuyo nombre los judíos habían hecho la súplica, éstos rechazaron su profecía y el libro que había traído. Fue entonces cuando Allah proclamó:
“Y ahora que les ha llegado un libro de Allah, que es una confirmación de lo que ya tenían, no creen en él, a pesar de reconocerlo y de que en otro tiempo pidieron auxilio contra los incrédulos. ¡Qué la maldición de Allah caiga sobre los incrédulos!” (Al-Baqarah, 2:89) (Qurtubi, II, 27; Wahidi, p. 31)
Queda, por lo tanto, de manifiesto que incluso los incrédulos se aprovecharon de la abundante misericordia que impregnó el universo con la llegada del Profeta del Islam (s.a.w) y del honor que tenía ante Allah. El Todopoderoso le hizo a Su Profeta (s.a.w) la siguiente promesa:
“Pero Allah no les iba a castigar mientras que tú estabas entre ellos ni tampoco lo iba a hacer mientras todavía podían pedir perdón.” (Al-Anfal, 8:33)
También los incrédulos reciben promesas. Dado que incluso ellos se merecían tal privilegio debido a su proximidad física con el Profeta (s.a.w), las bendiciones que esperan a los creyentes no se pueden ni imaginar, ya que no solamente afirman su creencia en el Ser Supremo, sino que también participan de Su amor como parte de su creencia. Las palabras son incapaces de expresar este hecho, pero no cabe la menor duda de que el grado de felicidad en este mundo y el rango en el Más Allá dependen de la profundidad a la que llega el creyente en su amor por el Profeta (s.a.w).
Así pues, no dejes de suplicar las bendiciones y la paz sobre él, porque también tú necesitarás de su intercesión en la Hora Más Negra.
[1]. Al-Ahzab, 33:41. Ver también, Al-Yum’a, 62:10.
[2]. Dado que no se ha especificado una cantidad, la orden implica el máximo de veces realizadas por la gente más virtuosa.
[3]. Tabarani, Awsat, IV, 208; Abu Nuaym, Hilyatu’l-Awliya, Beirut 1967, IV, 168.
[4]. “Si no hubieras sido, si no hubieras sido, (no hubiera creado el universo).” Ver Hakim, II, 672/4228.
[5]. Bkz. Bujari, Nikah, 6, 32-35; Fedailu’l-Kur’an, 21, 22; Muslim, Nikah, 76.
[6]. Ver Tirmidhi, Manaqib, 1/3616; Darimi, Muqaddima, 8; Ahmad, VI, 241; Haythami, IX, 29.
[7]. Ibn Kathir, al-Bidaya, Cairo 1993, II, 277; Ibn Sa’d, I, 108, 125.
[8]. Ver Ibn Kathir, al-Bidaya, III, 222-223; Ali al-Qari, Mirkat, Beirut 1992, X, 381-382/6034; Abu Nuaym, Hily, I, 33.
[9]. Qurtubi, Al-Yami, Beirut 1985, V, 271.
[10]. Los árabes consideran que la leche de los animales de rebaño se puede ofrecer a los caminantes. Y forma parte de la metodología de la ley islámica aceptar las costumbres como parte de la jurisprudencia. (Suhayli, Ravd’ul-Unuf, Beirut, 1978, II, 152) El Mensajero de Allah (s.a.s) afirmó: “Hay tres grupos de gente con los que Allah no hablará en el Más Allá: los que no dan de beber a los caminantes a pesar de tener agua de sobras; los que al atardecer hacen falsos juramentos para vender la mercancía que les queda; y los que hacen acto de lealtad al Califa si éste les provee, pero dan la espalda si no lo hace.” (Abu Daud, Buyu’, 60/3474)
[11]. Ibn Esir, Usdü’l-Ghaba, I, 244-245; Dhabi, Siyaru A’lam-Nubela, Beirut 1986-1988, I, 357-358.
[12]. Para este y similar milagros ver Bujari, Manaqib, 25.
[13]. Ceremonia musical para recibir a una persona.
[14]. Munawi, Fayzü’l-Qadir, Beirut 1994, III, 333; Suyuti, Miftahu’l-Yannah, pag. 52.
[15]. Un busegah denota cualquier lugar que es besado.