DE LOS LIBROS

SU VIDA EJEMPLAR Y SU LUGAR ENTRE LOS PROFETAS

La vida del Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz, es el mejor ejemplo para todos y cada uno de los seres humanos. Para el líder religioso, como para el jefe de estado. Es la guía para los que deseen entrar en el jardín del amor  Divino. Es el ejemplo más elevado de gratitud y humildad para los que deseen disfrutar de los regalos Divinos. Es ejemplo de paciencia y sumisión en los momentos y lugares de mayor reto. Es el mejor ejemplo de generosidad y desapego hacía lo material. Es ejemplo inigualable de misericordia hacía los débiles, los abandonados y esclavos; ejemplar a la hora de perdonar las injurias y agravios.

Si eres rico, considera la humildad y generosidad del Profeta Muhammad, que Allah le bendiga y le conceda la paz, quien se ganó los corazones de los que dominaban Arabia.

Si eres débil, adopta el ejemplo del Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz, durante la época de Meca gobernada por los opresores y usurpadores politeístas.

Si eres un brillante conquistador, imita el ejemplo de la vida del valiente Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz, quien derrotó a sus enemigos en Badr y Hunayn.

Si pierdes una batalla, que Allah no lo quiera, recuerda el ejemplo del Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz, quien después de la batalla de Uhud inspeccionaba el campo donde yacían sus Compañeros martirizados o heridos con dignidad, coraje y confianza en Allah.

Si eres maestro, contempla el ejemplo del Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz, quien enseñaba los mandamientos de Allah con dulzura y sensibilidad a la Gente del Banco (Ashab al-Suffa) en la escuela de su Mezquita.

Si eres estudiante, guarda en la mente el ejemplo del Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz, quien arrodillado escuchaba al Arcángel Gabriel, el Digno de Confianza (Jibril al-Amin).

Si eres un predicador o un sincero guía espiritual (murshid), escucha la palabra del Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz, quien transmitió el conocimiento a sus Compañeros.

Si te propones defender la verdad, transmitirla a los demás y elevarla, pero no tienes a nadie que te ayude en ello, entonces mira hacía el Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz, quien proclamaba la verdad en Meca contra los opresores y a la vez les invitaba a ella.

Si has vencido a los enemigos, roto su resistencia y triunfado sobre ellos, destruido sus supersticiones y declarado la verdad, entonces imagínate al Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz, el día de la conquista de Meca. Entró en esta sagrada ciudad como un triunfador, pero con gran humildad, sentado en el camello como si estuviera en sajdah, es decir, en postración, para expresar su agradecimiento a Allah.

Si eres agricultor, toma el ejemplo del Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz, quien, después de haber conquistado la tierra de Bani Nadr, Khaybar y Fadak, eligió a los mejores para cultivarla y explotarla de la manera más productiva.

Si estas solo, sin familia, recuerda el ejemplo del huérfano de Abdullah y Aminah, su amado y único hijo.

Si eres un adolescente, fíjate en la vida del Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz, quien, siendo joven, trabajaba en Meca de pastor para su tío Abu Talib.

Si haces viajes de negocios, piensa en la experiencia de la Persona Más Honrada, Muhammad, que Allah le bendiga y le conceda la paz, cuando dirigía la caravana de Meca a Siria y Busra.

Si eres un juez, recuerda la justicia y previsión con las que solucionó la disputa entre las tribus de Meca que deseaban el honor de volver a colocar la Piedra Negra (Hagar al-Aswad) y estaban a punto de recurrir a las armas.

Vuelve de nuevo a la historia y considera el ejemplo del Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz, cuando en su Masjid en Medina trataba igual a los pobres y a los poderosos, y cómo juzgaba entre ellos con igualdad.

Si estás casado, mira atentamente a su puro estilo de vida, la compasión y los profundos sentimientos del Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz, como marido ejemplar.

Si eres padre, estudia el ejemplo del padre de Fatima al-Zahra y el abuelo de Hasan y Husain y su comportamiento con ellos.

Sin tener en cuenta tus cualidades o estado, de día y de noche encontrarás en él el modelo más perfecto; será maestro y guía para ti. Un maestro tan perfecto que al seguir su ejemplo podrás corregir todos tus errores y eliminar el caos en tu vida. Con su luz y guía puedes vencer las dificultades de la vida y alcanzar la verdadera felicidad. En verdad que su vida es un ramo de flores únicas, portadoras de las más exquisitas fragancias.

Si echas una mirada al mundo y ves que el afecto une a los pobres y a los poderosos, que éstos tratan a los pobres con compasión y les ofrecen ayuda cuando la necesitan, que los más fuertes protegen a los oprimidos, y los sanos ayudan a los enfermos; que los que tienen riquezas cuidan de los huérfanos y mantienen a las viudas, entonces puedes estar seguro que todo esto es la consecuencia del ejemplo del Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz, y de sus seguidores, aunque hechos así son aún más visibles en su vida. El es el cenit de la profecía.  Incluso los no-Musulmanes se ven obligados a reconocer su perfección. El historiador inglés Thomas Carlyle expresó su opinión sobre el Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz, en su libro “Veneración de los héroes y lo heroico en la historia”,[1] donde escoge a los mejores en varios campos y analiza su vida y su obra. Por ejemplo, Carlyle selecciona al que puede ser considerado como el mejor poeta, el mejor comandante, etc. El autor, que se identifica en el libro como cristiano, estableció, analizó y describió al Profeta Muhammad, que Allah le bendiga y le conceda la paz, como el mejor entre los profetas, la paz sobre todos ellos.

A mediados del siglo XX en Lahey, Holanda, un grupo de prominentes pensadores y eruditos, eligió a las cien personalidades más sobresalientes de la historia. Se vieron obligados a poner al Profeta Muhammad, que Allah le bendiga y le conceda la paz, en el primer lugar de su lista. La verdadera virtud es aceptada y apreciada incluso por sus adversarios.

 La virtud y la sabiduría del Profeta Muhammad, que Allah le bendiga y le conceda la paz, es aceptada incluso por los que no creen en él. La excepcional personalidad del Profeta Muhammad, que Allah le bendiga y le conceda la paz, aunó la perfección moral en toda situación. El ejemplo de su vida (sirah) puede servir de modelo para cualquier persona en cualquier época de su vida. Su carácter debería ser punto de partida para una verdadera educación de la humanidad. Derrama luz en el camino de aquellos que buscan luz y una vía recta. Su guía es capaz de iluminar a toda la humanidad.

La gente que se sentaba en su compaña formaba un universo en el que nadie estaba excluido. Se reunieron allí todas las naciones a pesar de las diferentes lenguas, colores y carácteres, a pesar de la diversidad social y cultural. No existía ninguna restricción ni exclusión. Fue una fiesta de conocimiento y sabiduría que no excluyó a ninguna raza, sino que abarcó a todos los seres humanos. No hubo diferencia entre débiles y  poderosos.

Considera a los seguidores de nuestro maestro, el Profeta Muhammad, que Allah le bendiga y le conceda la paz, y verás personajes como Najashi, el rey de Abisinia de aquella época, Farwa, el gobernante de Ma’an, Zulkilah, el gobernante de Himyar, Daylami de Firuz, Marakabud, uno de los gobernantes de Yemen, Ubayd y Jafar de los gobernantes de Umman.

Una segunda mirada te hará ver, a parte de los reyes y notables, a los esclavos y pobres, a los desamparados, como Bilal, Yasir, Habbab, Ammar y Abu Fukayaha, y también a las esclavas como Sumayya, Lubayna, Zinnira, Nahdiyya y Umm Abis.

Entre sus honorables Compañeros había gente superior por su inteligencia, ideas y opiniones; junto a ellos estaban los aptos para trabajos más delicados, los que tenían un profundo entendimiento de los secretos del mundo; y los que fueron capaces de gobernar países con sabiduría y poder.

Los seguidores del Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz, gobernaron ciudades y provincias e hicieron que las gentes se sintieran felices y conocieran el sabor de la justicia, la serenidad y la paz. Los seres humanos forman una hermandad.

Lafayette, el hombre que puso los cimientos intelectuales de la Revolución Francesa, (1789), examinó todos los sistemas legales antes de la proclamación de la Declaración de los Derechos Humanos y se dio cuenta de la superioridad de la ley Islámica. Lo expresó de esta manera:

¡Oh Muhammad! ¡Nadie más alcanzó tu nivel de justicia!

El carácter y fuerza espiritual del Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz, fueron tan grandes que elevaron a una sociedad medio salvaje, inconsciente de la historia, hasta la altura que alcanzaron los Compañeros, imposible de alcanzar para cualquier otros. Los unió Islam, bajo la misma bandera, ley, cultura, civilización y gobierno.

El Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz, convirtió a la gente inculta, sin ley, en seres humanos educados; a los salvajes, en gente civilizada; a los criminales, en gente consciente de Dios, es decir seres humanos extraordinarios que vivían en temor y amor de Allah.

En una sociedad que durante siglos nunca había dado un solo personaje relevante, aparecieron personalidades adornadas con luz y guía que llevaron su conocimiento hacía todos los confines de la tierra, cada una de ellas como una antorcha de fe y sabiduría. La luz que descendió al desierto fue repartida al resto de la humanidad. El propósito de la creación del mundo pudo realizarse.

Aunque haya conquistado los corazones de la gente como un maestro ideal, aunque en poco tiempo alcanzase la posición que los reyes de este mundo no pueden alcanzar, continuó su modesta vida de antes, ignorando los dones materiales que estaban al alcance de su mano. Como antes, vivía como cualquier pobre en su humilde hogar fabricado de adobe. Dormía encima de una fina colcha rellena de hojas de palmera. Vestía modestamente. Mantenía un nivel de vida por debajo del nivel de vida de los pobres. A veces no tenía comida. Se ataba entonces una piedra a la cintura para  suprimir el retortijón del estomago, mostrando, a la vez, su agradecimiento a Allah. Seguía con sus súplicas y oraciones aunque sus faltas pasadas y futuras le hubiesen sido perdonadas. Pasaba las noches enteras en oración hasta que sus pies se hinchaban. Ofrecía ayuda a los pobres tan pronto como la necesitaban. Fue una fuente de felicidad para los desamparados. Pasaba mucho tiempos con los más desvalidos a pesar de su grandeza. Los protegía más que nadie con su compasión y ternura sin límites.

El día de la conquista de Meca, cuando todos le consideraban el más poderos de los hombres, uno de sus compatriotas se acercó a él y le dijo temblando:

“¡Oh Mensajero de Allah! Enséñame el Islam.”

El Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz, le pidió que se relajase, recordándole las debilidades de su propia vida:

“Relájate, hermano mío. No soy un rey, ni tampoco un emperador. Soy el huérfano de tu antigua vecina (es decir su madre) que comía carne seca.”[2]

Con estas palabras transmitió al mundo una humildad sin límite, cuyo nivel nadie más pudo alcanzar. Aquel día, Abu Bakr, su compañero de la cueva el día de la Hégira, trajo encima de sus espaldas a su padre, demasiado viejo para andar, hasta donde se encontraba el Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz. Quiso que su padre tuviera la oportunidad de tener un contacto directo con el mensaje del Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz. Éste dijo:

“!Oh Abu Bark! ¿Por qué le has causado tanta molestia a tu padre? Podía haber ido yo a su casa.”[3]

Muchos países se pusieron bajo su protección de motu propio. Su gobierno se extendió sobre toda Arabia. Pudo haber hecho todo lo que hubiese querido, sin embargo nunca puso en entredicho su humildad. Decía que no tenía poder sobre nada. Declaró que todo estaba bajo el control de Allah. Hubo momentos en los que poseía riquezas. Medina se llenó de caravanas cargadas de ellas. Distribuyó todos esos bienes entre los pobres y siguió su humilde vida de siempre. Dijo:

“Si tuviera montañas de oro como la montaña de Uhud, no las guardaría más de tres días, a no ser para pagar mis deudas.”[4]

Pasaban días enteros sin que se encendiese fuego en la casa del Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz. Muchas veces se acostaba hambriento. Una vez, Umar, que Allah este satisfecho con él, visitó su noble vivienda y miró alrededor. Estaba casi vacía. Había una esterilla tejida con hojas de palmera. El Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz, dormía sobre ella y su espalda llevaba las marcas de las hojas secas. En la esquina se veía un poco de harina de cebada y, al lado, un recipiente para el agua. No había nada más en la habitación. Todo eso era su riqueza en la época en la que toda Arabia estaba bajo su poder. Umar, que Allah este satisfecho con él, no pudo contener las lágrimas. Viéndolo, el Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz, le pregunto:

“¿Por qué lloras, Umar?”

Éste contestó:

“¿Cómo puedo no llorar? Los emperadores de Roma e Irán están nadan en la opulencia, y el Mensajero de Allah duerme encima de una esterilla de hojas de palmera.”

El Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz, reconfortó a Umar, que Allah este satisfecho con él, diciéndole:

“¡Oh Umar! Deja que el Cesar y Kisra (emperador de Irán) disfruten de este mundo. El disfrute del Más Allá nos basta.”[5]

En una ocasión parecida dijo:

“¿Qué tiene que ver este mundo conmigo? Mi relación con él es como la relación del que viaja en un día de verano, duerme bajo un árbol, se despierta y sigue su camino.”[6]

Su actitud hacía la vida era perfecta y constituye el ejemplo para sus seguidores, sean ricos o pobres, poderosos o débiles. Cuando murió, no tenía ni un dirham, ni un dinar, ni un esclavo, ni tampoco una oveja. Dejó tras de sí una mula blanca, una espada y tierra en Fadak que donó como caridad. Es decir, no dejó nada. Más aún, estaba preocupado de que los Musulmanes dieran limosnas a sus familiares, así que les prohibió aceptar cualquier tipo de caridad.

Estos ejemplos muestran que este hombre iletrado, que Allah le bendiga y le conceda la paz, nacido en un mundo incivilizado, es el verdadero guía de todos los tiempos pasado, presente y futuro, y cuya conducta es de hecho inimitable.

No le importaba la riqueza, el lujo, los reinos, la fama, ni la comodidad. Mientras luchaba por establecer la fe en el Único Dios (tawhid), las cosas de este mundo y su gloria no tenían para él ningún valor.

Aishah, que Allah esté complacido con ella, transmitió que una mujer de los Ansar visitó al Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz. Cuando se dio cuenta de que su cama era una simple esterilla, recogida durante el día, fue corriendo a su casa y volvió con un agradable colchón relleno de lana. Más tarde, cuando el Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz, cayó en la cuenta de que alguien había cambiado su cama, se disgustó mucho y le dijo a Aishah:

“¡Oh Aishah! Devuelve esta cama a su propietario. ¡Por Dios! Si hubiese querido, El habría puesto a mi disposición montañas de oro y plata para que me hicieran compañía.”[7]

Solamente este ejemplo sería suficiente para demostrar que el Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz, nunca dio importancia a las cosas de este mundo.

Aparte de sus extraordinarios atributos, una de sus cualidades más distinguidas era su legendario amor por su comunidad (ummah), ilustrado perfectamente en el siguiente verso:

“En verdad que os ha llegado un Mensajero salido de vosotros mismos; es penoso para él que sufráis algún mal, está empeñado en vosotros y con los creyentes es benévolo y compasivo.” (Qur’an, Tawba, 9:128)

La personalidad del Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz, a pesar de lo ínfimo que la mente humana puede captar, apenas la punta del iceberg, constituye el cenit del comportamiento humano. Allah el Altísimo la creó como “uswa hasanah”, el más perfecto ejemplo para la humanidad. En consecuencia, Allah el Altísimo elevó a Su Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz, llevándolo a través de varias etapas, desde su orfandad, la posición más débil en una sociedad, hasta la profecía y el liderazgo de un estado. El propósito de este ascenso gradual era dejar ver a las gentes de todas las capas sociales su perfecto ejemplo e integrarlo en sus vidas acorde con sus posibilidades. Nuestra gente, que comprendió este punto perfectamente, acuñó una forma gramatical especial (ism-i tasghir) de su nombre, a saber Mehmetjik, que significa el pequeño Muhammad, que trae a la mente un pequeño modelo del Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz, en cada ser humano, especialmente en aquellos que creen en la Unicidad de Allah y Le obedecen. También anima a todos a llegar a ser como Muhammad, que Allah le bendiga y le conceda la paz, dentro de las posibilidades y capacidades de cada uno.

Ninguna imperfección se manifestó en la personalidad del Profeta Muhammad, que Allah le bendiga y le conceda la paz, ni siquiera cuando era niño o adolescente, al contrario de lo que ocurre con muchos a los que se considera guías y líderes de la humanidad, sobre todo los filósofos. Su personalidad no se fue perfeccionando gradualmente, como es el caso de otros líderes, sino que fue el resultado del destino y apoyo Divino. Incluso de niño, se caracterizaba por un comportamiento perfecto que ya vislumbraba su capacidad  para la tremenda responsabilidad que le esperaba.

Las opiniones de los filósofos acerca de la paz y de la armonía social, positivas o negativas, pero en todo caso no guiadas por la revelación Divina, nunca tuvieron un reflejo, por débil que este fuera, en sus vidas ni en las vidas de aquellos que las conocían a través de sus libros. Nunca fueron ni han sido modelos de comportamiento; muchas veces, al contrario, sus vidas han manifestado lo opuesto a sus teorías.

En cambio, el comportamiento del Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz, constituye un criterio práctico de moralidad y un perfecto modelo para cualquier tipo de personalidad que se acerque a él. Por ejemplo, el filósofo Nitzsche formuló su teoría del superhombre, pero no pudo trasvasar este concepto extraordinario del ser humano a hechos reales de la vida cotidiana. De este modo, su pensamiento fue solamente teórico. En la moralidad Islámica, en cambio, el comportamiento del Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz, constituye una guía perenne para el hombre de cualquier tiempo y cultura.

Aristóteles, por otro lado, hablaba de los principios y leyes de la ética. Sin embargo, no hemos encontrado a nadie que haya alcanzado la felicidad aplicando la filosofía de Aristóteles. Los corazones de los filósofos no están expuestos al proceso de limpieza y purificación como es el caso de los profetas, y sus palabras y acciones no se perfeccionan apoyados en la Revelación. Debido a esto, sus sistemas se quedan en las salas de conferencias y en las páginas de los libros, sin entrar en la vida diaria de los seres humanos.

Nuestro maestro, el Profeta Muhammad, que Allah le bendiga y le conceda la paz, en cambio, antes de asumir la tarea de la profecía, se ganó la simpatía y confianza de la gente, que llegó a llamarlo “sincero” y “digno de confianza”. De hecho su misión empezó después de que esto ocurriese. Así pues, la gente conocía ya de antemano su hermoso carácter, su bondad e integridad. Todos lo amaban o lo respetaban. Sus compatriotas, quienes le dieron el apodo de al-Amin (Digno de Confianza) se sometieron sin protestar a su juicio en el momento de la gran disputa sobre la manera de volver a colocar la Piedra Negra en la Ka’ba después de su restauración.

En verdad el Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz, se mantenía lejos de todo lo incorrecto y nunca violó los derechos de los demás. El único grupo al que perteneció antes de recibir la profecía fue el de Hilf al-Fudul, El Pacto de los Virtuosos, el grupo que se dedicaba a servir a la justicia, y cuyos principios se resumen de la siguiente manera:

“Si alguien viola los derechos de un habitante de Meca o de un forastero, el malhechor será juzgado inmediatamente, y colocado al lado de la víctima, hasta que el daño sea compensado. Se garantiza el derecho a  la justicia, la paz y la armonía.”

Esta acción contra la opresión y la violación de los derechos atraía al Rasulullah, que Allah le bendiga y le conceda la paz, tanto, que después de haber recibido la profecía, dijo:

“Estuve en aquella ocasión en casa de Abdullah ibn Jud’an junto con mis tíos. Si en vez de participar en este pacto me hubieran dado cien camellos rojos (es decir riqueza), no me habría sentido más feliz. Me uniría a un grupo así, incluso hoy.”[8]

Éste y otros casos sin fin de las manifestaciones de justicia, misericordia y compasión en la vida del Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz, constituyen ejemplos a emular para toda la humanidad hasta el final de los tiempos. Un ojo justo que discierne la luz, la inasequible vela que alumbra a todo el mundo, no puede negar su veracidad, al menos en lo que se refiere al mundo interior. De hecho, muchos eruditos no-Musulmanes aceptaron sinceramente su virtud y logros a través de una valoración intelectual. Uno de ellos, Thomas Carlyle, como hemos mencionado anteriormente constató en su libro “Adoración de héroes y lo heroico en la historia”[9] que con él surgió una luz de la oscuridad. También La Enciclopedia Británica confirma su virtud, declarando que en ninguna época un profeta o reformador religioso alcanzó el nivel de éxito comparable al del Profeta Muhammad, que Allah le bendiga y le conceda la paz.

El autor Stanley Lane-Polo dice la verdad cuando afirma que el día que Muhammad, que Allah le bendiga y le conceda la paz, obtuvo la victoria sobre sus enemigos fue también el día de la victoria de la virtud, ya que perdonó voluntariamente a todos los Quraysh y también a todos los habitantes de Meca.

También Arthur Gilman apunta su grandeza durante la conquista de Meca. Dice que el trato que había tenido a manos de los Mequinenses le podía haber inducido fácilmente a querer buscar venganza. No obstante, prohibió cualquier tipo de violencia por parte de su ejército. Mostró gran misericordia y permaneció agradecido a Allah.

El Profeta visto por los politeístas

El Profeta Muhammad, que Allah le bendiga y le conceda la paz, se ganó la confianza de los Árabes politeístas durante la época de la Ignorancia (al-Jahliyya). Incluso Abu Jahl, el acérrimo enemigo de Islam, le dijo una vez:”¡Oh Muhammad! No digo que seas un mentiroso, pero no me gusta la religión que has traído.”[10] Sus más feroces adversarios admitían su veracidad en sus corazones, pero por fuera le rechazaban solamente a causa de su propia arrogancia. El Qur’an, An’am, 6:33, lo expresó así:

“Ya sabemos que te entristece lo que dicen, pero no es a ti a quien niegan los injustos, son los signos de Allah lo que niegan.”

 

Heraclius, el emperador bizantino de aquella época, quien derrotó a los Persas en el 628 CE, recibió una carta del Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz, mientras estaba en Siria. En ella le invitaba al Islam. No sólo no le irritó, sino que mostró interés por la carta. Quería indagar y reunir más información acerca de esta nueva religión. Por esta razón, mando traer ante sí algunos compatriotas del Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz. Justo entonces Abu Sufyan, el despiadado enemigo del Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz, estaba en Siria con una caravana de mercaderes. Era el año seis de la Hégira y se acordó una tregua entre los politeístas de Meca y el Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz. Los hombres de Heraclius que fueron en busca de algunos Mequinenses se encontraron con él y sus amigos y los llevaron ante el emperador que se encontraba en Ilya o Bayt al-Maqdis. El emperador, acompañado por los comandantes griegos, los admitió en su presencia y habló con ellos a través de un intérprete. Les preguntó:

“¿Quién es el pariente más cercano de la persona que proclama ser profeta?”

Abu Sufyan dijo:

“Soy yo.”

Heraclius ordenó:

“Que se acerquen él y sus amigos. Que sus amigos se pongan cerca de él mientras hablo con él.”

Se volvió hacía su intérprete y dijo:

“Diles que le haré a este hombre algunas preguntas sobre el nuevo profeta. Si miente, deben hacérmelo saber.”

Mientras Abu Sufyan contaba esta historia, dijo: “¡Por Dios! Si no hubiese sabido que mis amigos me habrían descubierto, con toda seguridad habría mentido sobre él.” Abu Sufyan mantuvo el siguiente dialogo con Heraclius:

La primera pregunta fue:

“¿Cuál es su linaje?”

Contesté:

“Su linaje es muy respetado entre nosotros.”

“¿Hizo alguien entre vosotros semejante proclamación antes que él?”

“No.”

“¿Hubo entre sus antepasados un rey?”

“No.”

“¿Sus seguidores provienen de las clases humildes de entre vuestra gente o de los poderosos?”

“De las humildes.”

“Su numero ¿aumenta o disminuye?”

“Aumenta.”

“¿Hay alguno de entre ellos que haya dejado la nueva religión porque le disgustara?”

“No.”

“¿Fue anteriormente acusado alguna vez de mentir?”

“No.”

“¿Ha roto alguna vez su promesa?”

“No, mantiene sus promesas, pero hemos hecho ahora una tregua con él y aún no sabemos lo que va a hacer.” Abu Sufyan dijo aquí: “Fue lo único que pude incluir para intentar desacreditarle.”

Entonces Heraclius preguntó:

“¿Habéis luchado contra él?”

“Sí.”

“¿Con qué resultado?”

“A veces triunfamos nosotros, a veces él.”

“¿Qué es lo que os encomienda?”

“Nos manda adorar a un Único Dios, no asociarle nada y dejar de adorar a los ídolos que adoraban nuestros antepasados. Nos ordena hacer salat, ser honestos y castos, proteger nuestro honor y mantener buenas relaciones con nuestros parientes.”

Entonces Heraclius dijo al intérprete:

Dile que le pregunté acerca de su linaje. Dijo que era muy respetado entre ellos. Los profetas vienen de un linaje respetado por su gente.

Le pregunté si hubo alguien que proclamaba lo mismo que él, y dijo que no. Si hubiese habido alguien así, habría sospechado que se trataba de una imitación.

Le pregunté si hubo un rey entre sus antepasados, y dijo que no. Si hubiese habido alguno, habría sospechado que intentaba reconquistar su reino.

Le pregunté si se le había descubierto alguna vez diciendo una mentira antes de su profecía, y dijo que no. Sé que alguien que no miente a la gente, no miente acerca de Dios tampoco.

Le pregunte acerca de sus seguidores, y dijo que pertenecían a las clases humildes. Es bien sabido que al principio los seguidores de los profetas vienen de los estratos más bajos de la población.

Quise saber si el número de los seguidores aumentaba o disminuía. Dijo que aumentaba. Una de las características de la verdadera religión es que sus seguidores aumentan al principio.

Le pregunté si hubo alguien que hubiese dejado la religión después de haberla aceptado. Dijo que no. Esto es debido a la felicidad que proporciona la fe cuando entra en el corazón y echa raíces.

Le pregunté si había roto alguna vez su promesa, y dijo que no. Los profetas son así, nunca rompen sus promesas.

Le pregunté qué ordenaba a sus seguidores. Dijo que les encomendaba adorar al Dios Único, no asociarle nada, cumplir con las oraciones, ser honestos, castos y llevar una  vida honrosa.

Si todo esto es verdad, esta persona dominará pronto incluso la tierra sobre la que me encuentro yo ahora. Ya he oído hablar sobre la aparición de un profeta así, pero no sabía que iba a salir de entre vosotros. Si pudiera ir a verle, aceptaría todas las dificultades que ello me supusiese. Si le viera, lavaría sus pies.

Entonces Heraclius pidió la carta que le había sido traída por el mensajero Dihya. Trajeron la carta y ésta fue leída. Éste es su contenido:

“En el nombre de Allah, el Más Misericordioso y el Más Compasivo.

De Muhammad, el siervo y mensajero de Allah, a Heraclio, el líder de los griegos.

La paz sobre aquellos que siguen el camino recto. Te invito al Islam. Abraza el Islam, alcanzarás la salvación y Dios te recompensará dos veces. Si te niegas, serás responsable también de tu gente.

“¡Gente del Libro! Venid a una palabra común para todos: Adoremos únicamente a Allah, sin asociarle nada y no nos tomemos unos a otros por señores en vez de Allah.” (Qur’an, Ali Miran, 3:64)

Abu Sufyan dijo:

“Después de que Heraclius hubo dicho todo esto y después de que hubo leído la carta, se oyó un ruido y voces entre el grupo. Se nos mandó salir fuera. Les dije a mis amigos: La obra de Muhammad crece. Incluso los reyes empiezan a escuchar su mensaje. ¡Mirad! Incluso el rey de los Bani Asfar (Griegos) le teme. Desde entonces tuve la certeza de que triunfaría. Al final, Allah me dio también a mí la bendición del Islam.”[11]

En nuestra opinión, la objetiva actitud del emperador bizantino Heraclius hacía lo que acababa de oír no fue solamente el resultado de su virtud personal. La corrupción de la Cristiandad, que en sus orígenes fue una religión basada en la Unidad de Dios y por lo tanto verdadera, era un fenómeno nuevo. La lucha sobre los iconos que duró dos siglos terminó y las iglesias estaban llenas de cuadros y estatuas. La Cristiandad negó la Unidad de Dios y aceptó de lleno la doctrina de la trinidad. Como consecuencia natural de la corrupción de la revelación, descendió Islam para renovar “la verdadera fe”. A pesar de la degradación, cierto es que hubo gente que mantenía su fe en la Unidad de Dios. Por ejemplo, los emigrantes que escaparon a Abisinia a causa de la insostenible opresión en Meca, se encontraron allí con el rey Najashi, quien era de los guiados. Llegó a dibujar una línea en el suelo con su vara y dijo:

“La diferencia entre mi fe y lo que decís vosotros es menor que esta línea.”

El Rey Najashi pertenecía a la secta de los Arrianos que preservaba la creencia de la iglesia primitiva. Es bastante probable que Heraclius tambíen la profesase. Aún así, no existen pruebas de que aceptase Islam. Merece la pena decir que la fe es siempre el resultado de la bendición Divina.

Por otro lado, este incidente demuestra que incluso aquellos que no aceptaron su mensaje, reconocían la honestidad y el carácter superior del Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz. Antes de su emigración a Medina, que se conoce con el nombre de Hégira, los politeístas de Meca le habían dado en custodia algunos de sus bienes. En el momento en que decidió salir secretamente de Meca, designó a Ali como encargado de devolver en su nombre todas aquellas propiedades a sus dueños.

El poeta Kemal Edip Kurkcouglu dirige un consejo y una advertencia a los que no siguen los bellos rasgos del Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz, de los cuales solamente algunos acabamos de describir:

Desde el ojo, que es el corazón, se desprende, ¡ay de mi! ¡ay de mi!
Suficiente resentimiento para los inconscientes
En este mundo y en el Más Allá.

Que Allah nos incluya entre los que le obedecen con amor y reflexionan sobre sus cualidades. Fue un horizonte de misericordia y compasión difícil de imitar incluso al nivel más elemental

Se esforzaba por guiar a la gente con la máxima sinceridad. Suplicaba por los que le estaban maldiciendo y apedreando. Zayd ibn Haritha, sorprendido, le preguntó:

“¡Oh Mensajero de Allah!  Te están torturando… aún así estás suplicando por ellos.

Respondió: “¿Qué otra cosa puedo hacer? He sido enviado como misericordia, no como ira.”[12]

¿No es ésta suficiente prueba de que fue cumbre de generosidad, de lealtad, de bondad, de misericordia y de compasión?

Todos aquellos que veían a Krishna y Budda como dioses, a Jesús como hijo de Dios, a Faraón y Nimrod como señores, o bien aquellos miserables que adoraban a animales o fuerzas de la naturaleza como el fuego, el agua o el aire, lo hubieran aceptado de buen grado como a su “dios”. Sin embargo, el proclamó: “No soy mas que un ser humano como vosotros, me ha sido revelado que vuestro Dios es un Dios Único…” (Qur’an, Kahf, 18:110)

Añadió la palabra “abduhu”, siervo, al principio de la frase (shahadah) que se pronuncia al aceptar el hecho de su profecía para evitar que su Comunidad se desviase.

El Mensajero de Allah, que Allah le bendiga y le conceda la paz, siempre había dejado claro que no poseía ninguno poder sobrenatural. Una vez dijo:

“Nadie puede entrar en el Paraíso solamente como recompensa por sus acciones.”

Todos estaban sumamente sorprendidos.

“¿Ni siquiera tú, oh Mensajero de Allah?”

Respondió:

“Ni siquiera yo. A no ser que me ayude mi Señor con su generosidad.” (Si Su bendición, misericordia y perdón no desciendan sobre mí, no se me permitirá entrar en el Paraíso; mis acciones no son suficiente para salvarme.)[13]

Este sistema de principios proviene de la gracia Divina y no tiene contrapartida entre los seres humanos. El mensaje es aquí muy refinado, milagroso, lleno de honestidad y lealtad. Solamente es posible captar el verdadero significado de Qur’an y Sunnah al acercarse a la profundidad del corazón y del comportamiento del Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz.

Ni siquiera el alma más sensible podría describir adecuadamente sus verdaderos atributos. La altura de su carácter y de su comportamiento no se pueden comprender. Para sabios, filósofos, príncipes, e incluso para el Arcángel Gabriel el estar cerca de él era el más grande honor y la mayor fuente de felicidad.

Las misiones de todos los profetas estaban limitadas por el tiempo y el espacio, excepto la del Profeta Muhammad, que Allah le bendiga y le conceda la paz, quien ha sido designado por Allah como el Guía Universal de la Humanidad. Aunque no ha llegado hasta nosotros el sistema completo de comportamiento de los profetas anteriores, la paz sobre todos ellos, la misión del Profeta Muhammad, que Allah le bendiga y le conceda la paz, fue incluir todos los tiempos y espacios, desde la primera revelación hasta el último día. En consecuencia, Allah tuvo el cuidado de que su comportamiento nos fuese transmitido, hasta en sus más mínimos detalles, a través de cadenas de transmisión de narradores veraces. Esta transmisión permanecerá, potencialmente, hasta el último día. Es el deseo de Allah que toda la gente que viva en los últimos tiempos tenga la posibilidad de tomarlo como el mejor modelo, uswa hasanah.

Era una costumbre árabe jurar por lo que más se apreciaba. Aunque Allah nunca lo había hecho anteriormente con ningún otro profeta, en el Qur’an juró por la vida del Profeta Muhammad, que Allah le bendiga y le conceda la paz: “La a’mruk!” El poeta otomano Shaikh Ghalib reiteró este juramento de la siguiente manera:

¡Oh tu que me guías! Eres el sultán de los profetas, eres un rey glorioso.

¡Oh tu que me guías! Eres para los débiles una fuente eterna de felicidad.

¡Oh tu que me guías! Eres la cabeza de la humanidad ante la Divina presencia.

¡Oh tu que me guías! Te apoyó el juramento de Allah sobre tu vida, “¡la a’mruk!

¡Oh tu que me guías! Eres Ahmad, Mahmud y Muhammad!

¡Oh tu que me guías! Eres para nosotros el sultán elegido por Allah.

Otra característica del glorioso Profeta, que Allah le bendiga y le conceda la paz, es que en el Qur’an Allah se dirige a él: “¡Oh Nabi!, “¡Oh Rasul!”, “¡Oh Mudhammil!”, “¡Oh Muddathir!”, sin utilizar su nombre propio. En cambio, a los demás profetas Allah se dirigía por sus nombres propios: “¡Oh Adam!”, “¡Oh Nuh!”, “¡Oh Ibrahim!”, “¡Oh Musa!”, “¡Oh Dawud!”, “Oh Isa!”, “¡Oh Zakariyyah!”, “¡Oh Yahia!”. Esta distinción nos permite de nuevo apreciar la excepcionalidad del Profeta Muhammad, que Allah le bendiga y le conceda la paz.

Nunca dejes de saludarlo con el salawat y salam. Necesitarás su intercesión (shafaah) y mediación en el día más temible, es decir, el Día del Juicio Final.

[1]       Carlyle, Thomas; On Heroes, Hero-Worship and the Heroic in History, University of Nebraska Press, 1966.

[2]       Ibn Majah, At’imah 30; al-Hakim, al-Mustadrak, II, 506; al-Tabarani, al-Mu’jam al-Awsat, II, 64.

[3]       Ahmad ibn Hanbal, al-Musnad, VI, 349; Ibn Hibban, al-Sahih, XVI, 187; al-Hakim, al-Mustadrak, III, 48.

[4]       Bukhari, Tamanni 2; Muslim, Zakat 31; Ibn Majah, Zuhd 8; Ahmad ibn Hanbal, al-Musnad, II, 256.

[5]       Ahmad ibn Hanbal, al-Musnad, II, 298; al-Tabarani, al-Mu’jam al-Kabir, X, 162

[6]       Tirmidhi, Zuhd 44; Ibn Majah, Zuhd 3; Ahmad ibn Hanbal, al-Musnad, I, 301.

[7]       Ahmad ibn Hanbal, Kitab al-Zuhd, p. 53; al-Bayhaqi, Shu’ab al-Iman, II, 173; Ibn Abi ‘Asim, Kitab al-Zuhd, I, 14.

[8]       Ibn Sa’d, al-Tabakat, I, 129; Ibn Hisham, al-Sirah al-Nabawiyyahh, I, 133-134; Ahmad ibn Hanbal, al-Musnad, I, 190-193; al-Bayhaqim, al-Sunan al-Kubra, VI, 367.

[9]       Ver nota 27.

[10]      Tirmidhi, Tafsir Surah 6, 1; al-Hakim, Al-Mustadrak, II, 345.

[11]      Bukhari, Jihad 102; Muslim, Jihad 74.

[12]      Muslim, Birr 87; Abu Ya’la, al-Musnad, XI, 35.

[13]      Bukhari, Riqaq 18; Muslim, Munafiqun 71-72; Ibn Majah, Zuhd 20; Darimi, Riqaq 24; Ahmad ibn Hanbal, al-Musnad, II, 235.