DE LOS LIBROS

Negligencia

Un viajero se había adentrado en un vasto desierto cuando de repente se encontró con un feroz y salvaje animal. El viajero se echó a correr, pero pronto advirtió que sería en vano el tratar de huir de aquel animal mucho más veloz que él, así que se lanzó a un pozo que divisó mientras corría sin pensárselo dos veces. Mientras caía por el abismo del pozo, logró agarrarse a una rama que se había hecho camino a través de las rocas que circundaban el pozo. Se agarró a ella con todas sus fuerzas pues de ello dependía su vida. En el fondo de aquel profundísimo agujero anidaban enormes serpientes que enseguida abrieron sus bocas con la esperanza de recibir tan suculento bocado.

Para colmo de males, en el extremo de la rama que salía del muro, había dos ratones –uno blanco y otro negro- que roían sus raíces. Esto atemorizó al viajero en gran medida, pues era evidente que de lograr sus fines, aquellos ratones darían con la rama y con él mismo en el fondo del pozo dejando satisfechas a las hambrientas serpientes. En estas estaba nuestro viajero, cuando divisó una colmena de abejas, rebosante de miel, adherida a una de las paredes, y se dijo:

“Probemos esta miel. Seguro que no tengo otra oportunidad de comer alimento tan dulce y delicioso.”

Y a pesar del peligro que corría, soltó una de sus manos y se puso a comer la miel, olvidándose de la angustiosa situación en la que se encontraba. Se parecía a la avestruz que esconde la cabeza en la arena pensando que así nadie la ve. La dulzura de esa miel le había cegado.

En vez de tratar de salir de aquel pozo, se dedicó a comer la miel que tan laboriosamente habían fabricado las abejas. Mientras tanto, los ratones seguían con su tarea de roer la rama. Aún no había acabado con la miel, cuando la rama se desplomó y nuestro viajero fue devorado por las serpientes.

En esta historia, el pozo representa las calamidades de la vida en este mundo; las serpientes representan los malos hábitos y las tendencias negativas; la miel simboliza los placeres mundanos, y los ratones –el blanco y el negro- el paso inexorable del tiempo, de los días y de las noches.

En esta historia, nosotros somos el viajero –hombres despreocupados como él. Por último, la rama es el tiempo vital que se nos ha concedido; cuando los ratones terminen de roerla, nuestras vidas habrán llegado a su fin. Toda la historia es una parábola sobre la situación del hombre en este mundo -fue enviado con una misión, pero se olvidó de ella ocupado como estaba en disfrutar de la dulzura de los placeres terrenales.

La salvación del hombre estriba en la limpieza de las características negativas y en utilizar el tiempo de la mejor manera; para ello se le ha creado y se le ha dado el tiempo suficiente para que pueda realizarse. Toda criatura que se mueve sobre la superficie de la tierra sólo podrá ser feliz si lleva una vida acorde a su naturaleza. El ser humano, que es superior al resto de las criaturas, prospera únicamente si logra comprender su razón de ser y organiza su vida según la voluntad de Allah.

Una vida alejada de Allah, vivida en la ignorancia de uno mismo y de su verdadera esencia, es una vida miserable. A la persona que vive de esta manera se le llama despreocupado, negligente (ghāfil). Es una falta imperdonable para el ser humano estar inconsciente de su verdadera naturaleza, de su posición en la existencia, y de la sabiduría que hay detrás de su vida y de su muerte.

Es difícil imaginar que un hombre inteligente no quiera comprender el secreto que se esconde en la llegada del ser humano a este mundo desde los dominios de lo invisible, para luego desaparecer con la muerte después de haber sido examinado. Para comprender el verdadero significado de nuestra existencia y de nuestra muerte, es imprescindible abandonar ese estado de despreocupación y negligencia. A su vez, para poder abandonar ese estado, necesitamos una profunda reflexión y un corazón desarrollado.

Las tendencias humanas tales como la negligencia, la lujuria, la ambición, la envidia y la ira, todas ellas son manifestaciones destructivas de la despreocupación. Tener adicción a esas tendencias y nadar constantemente en sus aguas es vivir en un continuo desengaño. Esta engañosa visión en la que mora el ser humano negligente, unida a la natural inclinación del hombre hacia su nafs más bajo, hace que las faltas bloqueen la consciencia de la realidad (haqīqah), dañen su honor, ennegrezcan el espíritu, y lo alejen del Creador. En esta ayah, el Qur’an hace referencia a este tipo de gente:

“¡Ay de aquellos cuyos corazones están endurecidos para el recuerdo de Allah!” (Zumar, 39:22).

Es cierto que cuando la moral se debilita en nuestros corazones, pronto le seguirán la profundidad espiritual y la verdadera comprensión. En esta situación es imposible comprender el significado de istiqāmah (corrección). Quien vive de continuo entre faltas y transgresiones, no puede ser consciente de sus propios pecados. La gente despreocupada y movida por la influencia de su nafs (ego) no puede darse cuenta del daño que se está inflingiendo a sí misma, pues están ciegos y sordos a la realidad.

Quien tiene una herida en uno de sus dedos, puede utilizarlo para comer sin que ello le resulte un inconveniente, sin embargo, a los que están sentados con él a la mesa les produce asco su herida. De la misma forma, la gente despreocupa da no es consciente del daño que hacen a otros. Viven encerrados en su despreocupación como el guerrero en su coraza. Están ciegos y sordos a la realidad y a los asuntos divinos.

Allah los describe como “sordos, mudos y ciegos…” (Baqara, 2:18) Rūmī nos narra esta divertida historia de la visita a su vecino enfermo de uno de estos hombres despreocupados afectados de sordera. Este negligente no visitó a su vecino porque estuviera preocupado por su salud, sino para que los demás le vieran. Por otro lado, el enfermo pertenecía a la misma clase de personas que su vecino, y nada más llegar éste comenzó a acusarle de hipocresía sin darle siquiera el beneficio de la duda. Leamos la narración:

Un sabio amigo del sordo le dijo:

“Tu vecino está enfermo, ¿no lo sabías?”

Al oír esto, el hombre despreocupado comenzó a planear la visita a su vecino:

“Si le hago una visita a mi vecino, ¿cómo lograré entenderle con mi sordera?”

A continuación se dijo:

“Cuando una persona está enferma, su voz se hace más débil, de forma que no voy a entender nada de lo que me diga.”

A pesar de todo decidió visitar a su vecino pensando:

“No tengo otra opción que visitarle, pues es mi vecino. Si no lo hago, todos me acusarán de falta de vecindad y eso hará que disminuya el respeto que la gente me tiene.”

Entonces trazó un plan:

“Cuando esté enfrente de él, intentaré descifrar lo que dice observando el movimiento de sus labios. No dejaré que mi vecino se de cuenta de que no puedo oír. De todas formas, no creo que se de cuenta de mi sordera dado el dolor que él mismo padece.”

Lo primero que diré será:

“¿Cómo estás mi querido vecino?”

El probablemente responderá:

“Estoy bien.”

Entonces le diré:

“¡Las alabanza a Allah!”

A continuación le preguntaré:

“¿Qué has comido hoy?”

Posiblemente me diga:

“He tomado una sopa y un zumo.”

Entonces le diré:

“Espero que te hayan sentado bien.”

Después le preguntaré:

“¿Entonces, qué doctor va a venir a examinarte?”

El dirá:

“Fulano ó mengano.”

Y entonces le diré reconfortantes palabras para elevar su moral:

“Eres un hombre afortunado. Fue buena idea que le llamases. Cuando llegue todo quedará solucionado.”

Habiendo planeado bien la visita a su vecino, se encaminó hacia su casa, teniendo bien en mente las preguntas y las respuestas. La primera pregunta se la hizo según lo había estudiado:

“¿Cómo estás mi querido vecino?”

Su vecino le respondió con quejumbrosa voz debido al intenso dolor que padecía: «Me encuentro muy mal. Me siento moribundo.»

Pero dado que el sordo no oyó la respuesta, siguió con su plan de preguntas establecido:

«¡Alabado sea Allah!»

El enfermo se sintió herido por esas palabras tan descorteses. No lograba entender la actitud de su vecino. Pensó para sí mismo:

«Mi vecino quiere que me muera.»

El sordo siguió con su plan de preguntas como si nada hubiera pasado:

«¿Qué has comido hoy?»

El vecino enfermo, muy enfadado, respondió:

«¡Veneno!»

El sordo dijo a su vez:

«Espero que te haya sentado bien.»

El vecino enfermo se salió de sus casillas, no era precisamente lo que podríamos llamar un hombre paciente. El sordo le volvió a preguntar:

“¿Entonces, qué doctor va a venir a examinarte?”

Aquí, el vecino enfermo alcanzó la cima de la rabia y la desesperación:

“¿Quién esperas que venga? ¡El Ángel de la muerte, por supuesto!”

Pero el sordo ni oyó lo que le decía su vecino ni pudo apreciar el estado en el que se encontraba, así que continuó con su programa.

“Eres un hombre afortunado. Fue buena idea que le llamases. Cuando llegue todo quedará solucionado.”

Y se fue convencido de su magistral actuación. Poco antes de alcanzar la puerta de la calle, pensó para sí mismo: “¡Qué buena idea que he visitado a mi vecino! He salvaguardado mi buena reputación y he consolado a un hombre desgraciado.”

Sin embargo, aquella visita no trajo sino descontento y agravio. El enfermo, tan pronto como salió su vecino comenzó a lanzarle improperios por su falta de cortesía y sus desafortunadas observaciones:

“Ahora he comprendido que ese al que llamaba vecino, es mi mortal enemigo. ¡Qué lástima que no me hubiera dado cuenta de eso antes!”

No contento con aquella observación, se puso a difamarle a sus espaldas:

“Visitar a los enfermos se hace por Allah y para consolarles de sus dolencias. Sin embargo, este hombre no ha venido por Allah, sino por el qué dirá la gente. Ni vino para interesarse por mi enfermedad, sino para mostrarme su enemistad y ofenderme. Quiso satisfacer su odio viendo a su enemigo en tan miserable condición de debilidad. Y sin embargo, nunca le he hecho nada malo en el tiempo que llevamos de vecinos.”

Rūmī explica esta narración de la siguiente manera: “El sordo hirió a una persona con la intención de agradarle. Encendió el corazón de su vecino con palabras insulsas. La hipócrita visita a su vecino se convirtió así en una falta grave.”

“Debido a sus «adivinanzas», la amistad y vecindad de ambos quedó destruida.”

“Por otra parte, el enfermo fue vencido por la rabia que anuló la paciencia que debía haber mostrado. De esta forma, perdió la recompensa divina. Aquella ira que se apoderó de todo su ser, le impidió indagar y comprender aquella disparatada situación.”

“Mucha gente se ha encontrado en situaciones parecidas. Adoran y se comportan no sólo por Allah, sino también por sus propios intereses. Pretenden alcanzar el Paraíso a través de la adoración mezclada con nafs.”

“Su adoración contiene faltas y asociación de otros con Allah. Adorar a otro que no sea Él, es la mayor transgresión que puede cometer el ser humano. La salah realizada con ostentación lleva en sí la semilla del shirk (asociar otros con Allah). Así como el agua pierde su dulzura al echarle simplemente una gota de suciedad, así también pierde su valor la adoración hecha con un corazón enfermo y descuidado.” (adaptado de Mathnawī, V.I, 3360-95)

La interpretación por parte del sordo de las respuestas de su vecino enfermo y sus negligentes preguntas, nos recuerdan a la sordera moral de la gente de hoy. La actitud de los sordos de hoy luchando para que se cierren las madrasas (escuelas) islámicas y de Qur’an, no puede ser correctamente explicada si no es en este sentido. La actitud de los negligentes administradores que hacen oídos sordos a las protestas de la gente por esas nuevas regulaciones, es el mejor ejemplo de despreocupación. Aquellos que inconscientemente se benefician de las ventajas de este mundo, intentan ser felices con efímeros favores.

Creen que su vida en esta tierra es el Paraíso. Pero es absolutamente cierto que quienes saquean los bienes divinos, tendrán un duro castigo en la otra vida. Rūmī describe esta despreocupación y negligencia, es decir, la inclinación de la naturaleza humana por los asuntos terrenales y mundanos, de la siguiente manera:

“Cuando comes y bebes los deliciosos alimentos de este mundo, comes y bebes como si fuera un sueño. Cuando te despiertas vuelves a sentir hambre y sed. La comida que has ingerido en tu sueño no te ha reportado ningún beneficio. El mundo es como un sueño. Sus placeres y bienes son tan reales como los que pedimos en el sueño y se nos conceden. Cuando despertamos, no tenemos a nuestro lado ninguno de esos bienes que en el sueño se nos habían otorgado. Este mundo está hecho de pasajeros goces concedidos en un sueño.” Allah Todopoderoso ha dicho en el Qur’an: “¿Acaso no has visto a ese que hace de sus deseos vanos su dios?” (Yāthiya, 45:23)

Los “oídos” pueden entender palabras y letras, de la misma forma que los “ojos” pueden ver los objetos, pero fijémonos en los oídos internos que pueden escuchar secretos y voces escondidos; y fijémonos en los ojos internos que pueden observar secretos divinos. La sordera del corazón y la ceguera de los ojos hacen al despreocupado y negligente desgraciado en este mundo y en el otro. El profeta Yunus (sobre él la paz) le dijo una vez a Yibril (sobre él la paz):

“¿Puedes mostrarme la persona que más adora a Allah en este mundo?”

Yibril (sobre él la paz) le mostró a un hombre cuyas manos y pies estaban concomidos por la lepra, y cuyos ojos estaban totalmente deteriorados. Este hombre decía:

“¡Oh Allah! Eres solamente Tú quien me ha dado lo que me ha dado con estos pies y estas manos. Sólamente Tú me has salvado de lo que me has salvado. ¡Oh Allah! Sólo has dejado un deseo fuertemente enraizado en mi corazón: llegar a Ti.”

Una vez que los corazones palpitan únicamente por Allah, las intenciones y el comportamiento se vuelven muy diferentes de lo que eran. Por ello, para poder escapar de la despreocupación y de la negligencia, es necesario purificar nuestros corazones y limpiar nuestro nafs, vaciándonos de todo lo que no sea el recuerdo de Allah y la atenta observación de la sabiduría divina en el universo.

Hacer lo contrario significaría quedar atrapado en la despreocupación y la depravación en este mundo y en el otro. Debemos ser conscientes, en la medida de lo posible, de nuestro Creador y de nuestra razón de ser, volviéndonos al Qur’an y la Sunnah con un corazón lleno de contemplación y sabiduría. Los seres humanos debemos vivir apegados a nuestro Creador.

Debemos adorar a Allah, Quien nos ha concedido toda suerte de gracias en esta vida, ha perdonado nuestras faltas, y conoce todos nuestros secretos. La adoración se limita a un corto periodo de tiempo, pero la creencia y el servicio a los demás son para toda la vida. ¡Qué Allah nos incluya entre Sus amigos, los guiados en el camino recto y los que tienen un corazón rebosante de consciencia y de Verdad!
¡Amín!