El hombre fue creado por Allah de la mejor manera (ahsani taqwīm) y por ello, el hombre es la esencia de todos los seres. Es la única criatura que ha tomado atributos de Allah y, como Él, ha reunido en su ser los opuestos. De ahí que haya sido designado como el más honorable de la creación. El ser humano no sólo está equipado con un potencial interior positivo que le permite mejorar su altura moral, sino también con deseos negativos que le hacen caer en los abismos más bajos de la inmoralidad.
En este contexto, a lo largo de su vida, el ser humano contempla un vehemente conflicto entre ambos polos. Este micro conflicto es en realidad un reflejo del micro-cosmos del ser humano, y del conflicto general del universo. El verdadero coraje, el que hace de una persona un ser humano decente, reside en la habilidad para obtener un resultado positivo de este conflicto interior y preservar nuestra moralidad innata. De ahí que el término “hombre perfecto” (insan kāmil) sea normalmente dado a aquellos que han protegido y guardado los aspectos divinos de su naturaleza.
Estos individuos hacen alarde de una extraordinaria delicadeza y sinceridad, siendo la avanzadilla y el resumen del libro del universo, el estadio en el que se revela la esencia de la creación. Incluso el cuerpo de un hombre perfecto refleja la pureza de su corazón debido a el excepcional control que ejerce sobre sus órganos. Su corazón se ha convertido en la morada del amor divino y en el magnífico palacio del conocimiento de Allah (ma’rifat Allāh). Por ello, el corazón del hombre perfecto, en cierto sentido, se transforma en la propia casa de Allah Todopoderoso (bayt Allāh).
Resulta extremadamente difícil explicar y analizar debidamente qué es un hombre perfecto. Shaykh Sa’dī dijo: “El corazón es el locus donde Allah se revela.” Las palabras del hombre perfecto esconden secretos significados espirituales, y sus acciones reflejan perfección porque se han beneficiado del clima espiritual del noble Profeta (que Allah le bendiga y le de la paz). Su corazón se ha convertido en el locus de la belleza, ya que alcanzar la Verdad (Haqq) y convertirse en el representante de Allah Todopoderoso (Khalifat Allāh) sólo es posible para el que posee un corazón firme y fuerte.
El hombre perfecto abarca la verdadera esencia de la fórmula: “Shari’ah (ley religiosa) es mi palabra, tarīqah (camino) es mi acción, y haqīqah (realidad) es mi estado.” Uno de los Profetas relató que Allah dijo: “Ni los cielos ni la tierra pueden contenerme, pero el corazón de Mi siervo piadoso Me contiene.”
El hombre perfecto es el que ha perdido su propia voluntad debido a su amor por Allah, como las mariposas de noche han perdido su rumbo y sólo se mueven alrededor de la luz. Allah es su vista y su oído. Todo lo que se le ha predestinado al hombre perfecto, es ahora la más bella posibilidad. Ve sin cesar con la visión divina; su amor por este mundo se ha extinguido y todas las ganancias temporales han perdido su significado para él.
El hombre perfecto se encuentra en el estado de observar y saborear la belleza divina, el singular orden del cosmos. El propio universo y los acontecimientos que en él tienen lugar le enseñan incesantemente. Su consciencia le hace percibirse claramente como un humilde creyente que siente su insignificancia y debilidad a la hora de soportar la revelación divina. Esta es la razón por la cual, en la mayoría de los casos, Allah Todopoderoso acepta las súplicas del hombre perfecto y no las rechaza. Su modestia y sinceridad le impiden pedir nada en sus plegarias para su propio provecho.
La semilla de la misericordia moldea su carácter y su corazón se preocupa por todas las criaturas. Está completamente consciente de que el universo funciona de forma perfecta rodeado de la sabiduría divina (hikmah). La gerencia divina del universo es la mejor para nosotros. Un día, Sunbul Sinan Efendi preguntó a sus discípulos: “¿Si recayera sobre vosotros la administración del universo, que haríais?” Ante una pregunta tan poco usual, los discípulos se mostraron dubitativos a la hora de responder. Uno dijo: “No dejaría a un solo incrédulo sobre la tierra.” Otro dijo: “Eliminaría todo mal de la faz de la tierra.” Algunos sugirieron castigar a los borrachos. Uno de los discípulos, que escuchaba en silencio, atrajo la atención del Sheij. “¡Oh hijo mío! ¿Que harías tú?” -le preguntó. Humildemente, el discípulo respondió: “¡Oh Sheij! Esta pregunta parece implicar –que Allah me perdone- que hay algunas deficiencias o imperfecciones en la administración de la creación. ¿Cómo osaría –con mi limitado intelecto- sugerir una opción diferente a la que existe?”
Después de escuchar tan sabia respuesta, el Sheij dijo: “El asunto queda zanjado; hemos encontrado el quid de la cuestión.” Tras aquel sabio diálogo entre el maestro y el discípulo, éste fue conocido con el nombre de Merkez Efendi. Al final, su verdadero nombre, Musa Muslihiddin, fue olvidado y hasta hoy es recordando con el nombre de Merkez (“Centro”).
Dado que el hombre perfecto está siempre consciente del amor de Allah, no hay ocasión para que acudan las tentaciones a su corazón. Su ser es el centro de atracción espiritual, la gente se siente naturalmente inclinada a amarle y respetarle sin que esto signifique que la arrogancia y el orgullo vayan a apoderarse de su personalidad. Siempre está consciente de la presencia de Allah Todopoderoso –incluso cuando se encuentra entre la gente- lo que le hace obedecer Sus órdenes en todo momento, dándoles una importancia central en su actuación diaria (ta’zim li-amr Allā) y mostrando una sincera compasión y afecto por todas las criaturas (shafaqah li-khalaq Allāh).
Su amor abarca a toda la creación. Si bien es cierto que su inmensa misericordia le hace albergar pena por los malhechores y los tiranos en su corazón, no por ello siente simpatía por ellos. Las únicas posesiones mundanas que requiere son las necesarias para servir a los pobres y a los menesterosos. El hombre perfecto se dedica exclusivamente a aumentar su conocimiento de Allah y a estar cada vez más próximo a Él, siguiendo el dicho: “El ser humano es Mi secreto y Yo soy el secreto del ser humano.” El hombre perfecto es ahora un siervo ajeno a los problemas de este mundo. En una historia se cuenta que Isa (sobre él la paz) se encontró con una persona cuyo cuerpo estaba cubierto de rosetones y todo él se hallaba cubierto en sudor.
A pesar de ello, repetía una y otra vez: “¡Oh Señor mío! Gracias infinitas te doy por haberme librado de las agonías que infliges a otra gente.” Con la idea de probar su verdadera madurez espiritual y su nivel de consciencia, Isa (sobre él la paz) le preguntó: “¡Oh hombre! ¿De qué agonías te ha librado Allah?” El hombre respondió: “¡Oh Espíritu de Allah! La mayor de las agonías y de las enfermedades es la ignorancia de la Verdad. Las alabanzas a Allah por haberme librado de ella. Sabe que vivo en un constante gozo por el perdón que Allah me ha concedido. Ningún bien terrenal puede ser comparado a esta gracia divina.”
El hombre perfecto aprehende este mundo con el conocimiento de que todo ha de perecer y de que él estará con su Señor en un constante estado de beatitud. El único objetivo para el hombre perfecto es actuar de forma que Allah esté satisfecho de él. En este camino, la comida dulce o amarga es lo mismo para él, de la misma forma que es igual el frío o el calor, la abundancia o la escasez, la riqueza o la pobreza; todo es relativo en la visión interna del hombre perfecto. El hombre perfecto deambula por este mundo como un extranjero. De hecho, el mundo entero no significa para él sino un castillo de arena. Sin embargo, el hombre perfecto es la criatura más concernida por el sufrimiento de sus semejantes. No hay nada que los hombres le pidan que –en la medida de sus posibilidades- no se lo otorgue. Muestra una extraordinaria modestia en todos los asuntos que trata y adora al Creador de la mejor manera posible.
El ser humano debe dar a su Señor los derechos que Le corresponden, como la adoración y el agradecimiento constantes. También tiene obligaciones con respecto a su familia y a sí mismo. El hombre perfecto mantiene un exacto equilibrio entre todas esas obligaciones. El hombre perfecto es un alma delicada y sutil. Siempre mantiene sus promesas y nunca rompe su palabra. Jamás hará daño a otro para obtener un provecho personal. Siempre se muestra justo con sus semejantes y con Allah Todopoderoso.
Incluso aquello que va contra su propio interés no logra causarle pena. Si quien le ha ofendido es una persona a quien solía ayudar, seguirá ofreciéndole su ayuda a pesar del vil comportamiento del otro, ya que el hombre perfecto imita -en lo posible- el comportamiento de Allah buscando Su complacencia. Por ello, su comportamiento siempre está acorde con el Qur’an y la Sunnah. ¿Acaso no sostiene Allah a todas las criaturas, incluso a aquellas que son ignorantes y viven en una continua desobediencia?
El primero de los Califas guiados, Abū Bakr (que Allah esté satisfecho de él), solía ayudar económicamente a un hombre llamado Mistah bin Uthāthah. A pesar de ello, fue uno de los principales instigadores en el caso de la difamación (ifk) contra ‘A’isha, esposa del Profeta (que Allah le bendiga y le de la paz) e hija del propio Abū Bakr. Cuando éste se enteró de la vil conducta de su protegido, juró que nunca más le ayudaría. La familia de Mistah vivió momentos de angustia, pues Abū Bakr era su único sustento. Fue entonces cuando Allah Todopoderoso, en su infinita compasión incluso hacia aquellos que actúan contra Sus preceptos, reveló las siguientes ayaah:
Y que no juren, los que de vosotros tengan de sobra y estén holgados, dejar de dar a los parientes, a los pobres y a los que hayan emigrado en el camino de Allah; sino que perdonen y lo pasen por alto. ¿No os gusta que Allah os perdone a vosotros? Allah es perdonador y compasivo. (Nur, 24:22)
No hagáis de Allah un pretexto que os impida hacer el bien, porque lo hayáis jurado por Él, temedle y poned paz entre los hombres. Allah es quien oye y quien sabe (Baqara, 2:224)
Después de que se revelase esta ayah, Abū Bakr (que Allah esté satisfecho de él) dijo: “Claro que me gusta que Allah me perdone.” Después pagó una compensación por haber roto su juramento y continuó ayudando a la familia de Mistah, a pesar de haber difamado injustamente a su hija y esposa del Profeta, ‘A’isha (que Allah esté satisfecho de ella). Aquí tenemos un elevado ejemplo de lo que acabamos de decir, pues el mérito y la perfección del iman de Abū Bakr (que Allah esté satisfecho con él) eran en verdad inigualables.
El hombre perfecto gasta tantísimo para el contento de Allah en el lugar y tiempo adecuados, que mucha gente puede pensar que se trata de una extravagancia. Y si no es el lugar y el tiempo adecuados gasta tan poco que la gente puede pensar que se trata de una persona avara y tacaña. Y sin embargo, él sólo vive para la Verdad. En la siguiente ayah del Qur’an, Allah ordena:
Y da a los parientes próximos lo que les corresponde así como a los mendigos y al hijo del camino, pero no malgastes en derrochar. Verdaderamente los derrochadores son hermanos de los demonios, y el shaitan es ingrato con tu Señor. (Isrā’, 17:26-27)
Y no tengas el puño cerrado, asfixiándote, ni lo abras del todo, pues te quedarías reprobado y desnudo. (Isrā’, 17:29) ‘Umar b. ‘Abd al-Azīz, quien comprendió esta ayah muy bien, distribuyó gran parte de su riqueza entre los huérfanos y necesitados. Se convirtió en un modelo de dirigente político por el trato que dispensaba a sus súbditos, y la gente rica siguió su ejemplo de forma que en poco tiempo no quedaron pobres ni menesterosos en su vasto territorio.
También dio un ejemplo a su tiempo y a la posteridad contra el lujo extravagante viviendo en una jaima en vez de en un palacio. El nafs del hombre perfecto siempre está bajo control. No se ceba en los defectos y deficiencias de los demás. No se interesa por los secretos de la otra gente ni intenta desvelarlos. El hombre perfecto emula uno de los grandes atributos de Allah -“El que cubre los defectos” (sattā al-‘uyūb). Llevando una vida de contento sin correr tras los placeres mundanos, el hombre perfecto vive en una elevada estación que todos envidian. Incluso al mundo se le ha ordenado que le obedezca. En un hadiz leemos:
A quien se preocupe por la otra vida, Allah le hará rico de corazón, le dará orden y fuerza en sus acciones, y el mundo estará sometido a él. Pero a quienes sólo se preocupan de este mundo, Allah colocará su pobreza delante de sus ojos y le convertirá en vagabundo. Sólo recibirá lo que se le haya asignado para él en este mundo. (Tirmidhi)
El hombre perfecto ha logrado un carácter tan equilibrado, que no se enfada con nadie si no es por Allah. Practica la máxima divina:
Esos que dan en los momentos de desahogo y en los de estrechez, refrenan la ira y perdonan a los hombres. Allah ama a los que hacen el bien. (Âl-‘Imrān, 3:134)
Ya’far al-Sādiq, practicando la esencia de esta ayah, perdonó a su sirviente que derramó comida sobre su ropa, y le reprendió con dulzura. Al-Hasan al-Basrī solía perdonar a los que hablaban mal de él, y les educaba enviándoles regalos. El hombre perfecto se encuentra siempre en un estado de amabilidad y adoración. Sus respiraciones son glorificaciones a Allah (tasbih).
Sus palabras esparcen perlas de sabiduría. Sus ojos son fuentes de iluminación (fayd) y amor (mahabba). Hace que la gente recuerde a Allah con su sola presencia. Aquellos que asisten a sus fraternales círculos conocen el éxtasis de entrar en contacto con su gozosa conversación. A cada uno de los asistentes, y según su grado de madurez, le otorga sublimes regalos espirituales.
Es el intérprete de la Verdad para los que están ansiosos por recibir misterios divinos. Allah Todopoderoso ama a quienes han alcanzado una tal conducta, y hace que también sus semejantes les amen. A su vez, éstos se encargarán de guiar a los que buscan el camino de Allah con sinceridad y benevolencia. Está dispuesto a sacrificarse a sí mismo con tal de poder rescatar a otros de la terrible oscuridad en la que nos sumerge el ego (nafs), y llevarles a la luz celestial. El Profeta (que Allah le bendiga y le de la paz), quien sufrió más que nadie en esta tarea, dijo:
“Aquellos que soportan las más duras pruebas son los Profetas, después aquellos que más se les parecen” (Tirmidhi).
El hombre perfecto es un tesoro de secretos divinos. Sólo aquellos que están familiarizados con los secretos divinos son capaces de apreciar su perfección, ya que un hombre perfecto no es –en su apariencia- diferente de los demás. Sin embargo, es una persona cuya alma ha sido perfeccionada por Allah. Representa el secreto de “el más excelso molde” (ahsani taqwīm). Es una mina de luz, un diamante atado a la cadena de la gente de bien desde el tiempo del Profeta hasta nuestros días. La herencia de Khidir, quien tuvo acceso al conocimiento divino (ladunnī), le honra.
El alma del hombre perfecto no perecerá cuando sea enterrado bajo la tierra. El producto de su alma sobrevivirá para siempre. Hombres del rango de Shāh-i Naqshband, al-Gazālī, Maulānā Rūmī y Adabali siguen sirviendo a la humanidad también hoy. Su trabajo no se ha interrumpido. Viven con nosotros y continuarán viviendo con nosotros después de nuestra muerte.
El encuentro con Allah raramente ocurre con la ayuda del poder o el capital de la reputación; más bien es el resultado de una vida espiritual. Por ello, Allah Todopoderoso provee al hombre perfecto con la felicidad de los dos mundos, protegiéndole del miedo y la tristeza en este y en el otro. Nos dice:
¿Y no es cierto que los amigos de Allah no tendrán nada que temer ni se entristecerán? (Yunus, 10:62)
Si observamos la historia de la dignidad humana, veremos siempre en pie a los hombres perfectos. Ha sido su incesante guía la que ha hecho que, aquellos que finalmente estaban llamados a conquistar el mundo, tomaran el poder. A este respecto, los primeros tres siglos del imperio otomano están llenos de hombres perfectos como Sheij Adabali y otros, todos procedentes de esta misma bendita cadena. Llenaron su entorno con la guía y las bendiciones más abundantes. Dirigieron su comunidad hacia un mundo espiritual. Uno de los más ejemplares sultanes otomanos fue Yavuz Selim.
A pesar de su inmenso poder, prefirió servir al Islam y a los amigos de Allah antes que convertirse en un rey. Mencionó a este respecto lo siguiente en uno de sus poemas: Ser el conquistador del mundo es una lucha sin sentido, Ser el siervo de un walí (un amigo de Allah) está por encima de todo. Pedimos a Allah que nos de –pobres y débiles como somos- el mismo celo y amor que otorgó al Sultán Yavuz.
Pedimos a Allah en nuestro salah por el hombre perfecto y gran walí Sultán al-Ârifin, Mahmud Sami Ramazanoğlu (que su alma sea santificada), cuya benevolencia espiritual nos ha sido de un gran provecho. También le pedimos a Allah salud y muchos años de guía para el sucesor de este gran walí, Musa Topbaş Efendi.