Allah Todopoderoso se ha asignado el atributo de eternidad únicamente a Sí mismo. Por ello, todo cuanto existe exceptuando Su Esencia Suprema, es mortal y perecedero. Allah ha dicho en el Noble Qur’an:
“Todo cuanto hay en ella (la tierra), es perecedero.” (Rahman, 55:26)
La manifestación de este hecho ineludible se actualizará con la muerte:
“Toda alma ha de probar la muerte…” (Anbiyâ, 21:35)
Así, pues, los seres humanos deberían vivir teniendo siempre en cuenta esta realidad. Allah el Altísimo enfatiza aún más este hecho cuando anuncia en el Noble Qur’an:
“Y vendrá la embriaguez de la muerte con la verdad. Eso es de lo que huíais.” (Qâf, 50:19)
Dado que el ser humano ha sido creado y puesto en este mundo para ser probado, su más elevado objetivo en esta vida debería serlograr la complacencia de Allah y alcanzar, así, un lugar en el Paraíso, morada de paz y de júbilo. El único medio de lograr este objetivo es conseguir la estación que se describe en esta ayah:
“El día en el que ni la riqueza ni los hijos servirán de nada. Sólo quien venga a Allah con un corazón limpio.” (Shua’râ, 26:88-89)
Esto sólo es posible disciplinando el alma; y la verdadera disciplina para el alma humana es la sumisión, el compromiso y la obediencia a Allah y a Su Mensajero el Profeta Muhammad (que Allah le bendiga y le de la paz). En lo que al Profeta se refiere, esto significa aprender e imitar su forma de vida que durante 23 años sirvió de ejemplo para sus Compañeros y para la humanidad entera, atendiendo no sólo a los aspectos sociales de la misma, sino también a los espirituales.
Allah Todopoderoso reveló el Qur’an a través de Yibril directamente al corazón del Profeta Muhammad. Por ello, de alguna forma, todas las prácticas de adoración del Profeta, sus dichos, su forma de actuar, su comportamiento, son interpretaciones del Qur’an. Tomando este hecho en consideración, deberíamos amar al Profeta Muhammad (que Allah le bendiga y le de la paz) más que a nuestras propias vidas, que a nuestras pertenencias, que a nuestras familias y que a todo lo demás, si queremos beneficiarnos de su vida espiritual.
Su amor modela al siervo en el amor de Allah. En otras palabras, amarle a él significa amar a Allah, de la misma manera que amar a Allah significa amarle a él, ya que para lograr la postrera unión con Allah, el corazón necesita alcanzar el más elevado grado de afecto. Los que acabamos de mencionar, son los más excelsos pasos en la preparación para el último aliento.
Esto significa que el estado en el que nos encontremos a la hora de exhalar nuestro último aliento será contingente a los alientos anteriores. Los más nobles siervos de Allah, aquellos que viven con devoción y amor a Allah y a Su Mensajero, exhalan su último aliento llenos de paz y pronunciando la shahada (no hay más dios que Allah y Muhammad es Su Mensajero). Son aquellos a quienes el Profeta Muhammad dio estas buenas nuevas:
“Aquel que testifique con sinceridad que no hay más dios que Allah y que Muhammad es el Mensajero de Allah, dará su último aliento entrando en el Paraíso…” (Hakim, Mustadrak, vol. I, no. 503)
En otras palabras, quien viva constantemente con el kalima-i tawhid, dará el último aliento en su viaje a Allah con él en sus labios. Estos son los que han eliminado todos los apegos por los bienes mundanos y efímeros, y han arrancado de sus corazones los ídolos que allí anidan camuflados en deseos, diciendo lâ (no hay) y después llenándolos con el amor de Allah Todopoderoso pronunciando la palabra illâ (excepto).
Es esencial saber que el universo que ha sido creado por el poder del Altísimo, es una morada transitoria decorada con innumerables atracciones. Nada de lo que hay en el mundo ha sido creado sin una causa. El objetivo de los seres humanos en esta vida es obtener la felicidad en el Más Allá. Esa es la razón por la cual nuestro Señor advierte a los creyentes:
“¡Vosotros que creéis! Temed a Allah como debe ser temido, y no muráis sin estar sometidos.” (Al-Imrân, 3:102)
La muerte, a la que tarde o temprano todos los seres humanos tendrán que enfrentarse, equivale al día del juicio personal. Seamos conscientes o no de ello, cada día y cada noche nos estamos enfrentando a la muerte. Ésta acecha emboscada en los lugares más insospechados para atraparnos. Imâm Jalâluddin Rûmî dijo en su Mathnawî:
“En cada instante hay una parte de ti que perece… En cada instante pierdes una parte de tu vida.”
¿Acaso con cada día que pasa no nos alejamos un trecho de esta vida mortal y nos acercamos a la tumba? ¿No van cayendo una a una las hojas del calendario de nuestras vidas?
Por si estamos ciegos y no vemos el fluir del río, Rûmî nos advierte:
“¡Oh gente! Echad el último vistazo al bello rostro que veis en el espejo y pensad en qué se transformará cuando envejezca. Ahora, pensad cómo se ve un edificio en ruinas, y que no os extravíe la mentira del espejo.”
Nuestro último aliento es un secreto divino rodeado de irreductible sabiduría. Cuando la muerte –la más cierta de las realidades futuras- venga a tu encuentro, descansa en el destino divino. De hecho, cada día estamos confrontando la posibilidad de morir. Enfermedades, acontecimientos inesperados o catástrofes, todos ellos son realidades ineludibles en nuestra existencia.
Sin embargo, la mayoría de la gente, debido a su debilidad, es inconsciente de estos peligros. ¿No ven lo fina que es la línea que separa este mundo del Otro? Es un imperativo para el ser humano reflexionar sobre el significado de las ayaat que hemos mencionado antes, y vivir acorde con ellas en todo momento. No habrá una segunda oportunidad en el Más Allá.
El tiempo corre y el camino es largo. A pesar de lo evidente que es lo que estamos analizando, la mayoría de la gente vive de espaldas a esta realidad malgastando su vida en acciones vanas. Se limitan a ver pasar los días como si fueran rocas que nunca hubieran recibido el agua de lluvia… De hecho, desde que nacemos hasta que morimos andamos nuestro camino existencial sin darnos cuenta de esta realidad. Con cada instante que pasa nos acercamos más y más a nuestro fin. La siguiente ayah lo explica de forma muy clara:
“Al que le damos una larga vida le disminuimos en su constitución. ¿No vais a entender?” (Yasin, 36:68)
En el mercado de Ukaz, un hombre piadoso llamado Kus bin Sa’idah que vivió antes de la llegada de Muhammad (que Allah le bendiga y le de la paz) y que les había ya anunciado la buena nueva a su gente, pronunció en una ocasión un discurso que parecía la interpretación de esta ayah. Describió las escenas de esta vida perecedera de la siguiente manera:
“¡Oh gente! ¡Venid y escuchad lo que tengo que deciros, y tomad buena cuenta de ello! Todo ser viviente ha de morir, no importa quien sea, la muerte le hará perecer. La lluvia cae y crece la hierba. Nuevos niños nacen y toman el lugar de sus padres. Después, todo quedará aniquilado. Esta es la cadena de acontecimientos que conforman la existencia, unos siguen a los otros…”
Una vez que nuestras vidas lleguen a su término fijado y exhalemos el último aliento, no habrá tiempo para despedirnos de todo lo que dejamos en este mundo. Sin embargo, para aquellos que hayan vivido con un auténtico amor por Allah, no habrá muerte per se; antes bien, será una bendita resurrección, y serán levantados como si fuera para su noche de bodas (shab-i arûs).
Por ello, es muy importante que comprendamos el secreto que se esconde en la expresión “muere antes de morir.” Este secreto lo explica Rûmī como “muere para ser resucitado.”
‘Alí (que Allah esté complacido con él) dijo una vez:
“Los seres humanos están dormidos, y cuando mueren se despiertan…”
Así, pues, debemos saber que la verdadera vida no es actuar como las bestias, sino antes bien vivir acorde con nuestra alma divina que ha sido bendecida por Allah Todopoderoso, evitando ser derrotados por las emociones y los deseos mundanos. La peor muerte que le puede acontecer a un ser humano es la de morir inconsciente de la realidad de Allah Todopoderoso, quedando, así, desprovisto de Su gracia.
Por ello, el creyente debería estar siempre consciente de cómo vive y de cómo va a morir; tiene que llevar a cabo un continuo entrenamiento para perfeccionar su creencia (imān) y transformarla en ihsān. A pesar de que a nadie, a excepción de los Profetas, se le ha garantizado cómo va a morir y cómo va a ser resucitado, en la siguiente ayah en la que el Profeta Yusuf busca refugio en Allah, hay un mensaje muy significativo para nosotros:
“¡Señor mío! Me has dado soberanía y me has enseñado a interpretar los sueños. Tú que creaste los cielos y la tierra, eres mi protector en esta vida y en la Última. Haz que muera sometido a Ti y reúneme con los justos.” (Yusuf, 12:101)
Esta ayah nos da a entender que el corazón del creyente debe latir en un estado entre el temor y la esperanza. Una vez tomadas estas precauciones, el creyente pasa su vida atento a exhalar el último aliento con iman (fe). La primera y más clara indicación de nuestro estado en el Día del Juicio Final se manifestará en la forma en la que exhalemos el último aliento en este mundo.
El Qur’an, nuestra guía de salvación, nos ofrece varios ejemplos de cómo los creyentes sinceros, aquellos que se esforzaron durante toda su vida para alcanzar la salvación sin importarles la recompensa que recibirían por ello, se comportan en el lecho de muerte. Después de haber realizado el Profeta Musa (que la paz sea con él) aquel sorprendente milagro, los magos del faraón dijeron:
“Creemos en el Señor de los mundos. El Señor de Musa y de Harún.” (A’raf, 7:121-122)
A continuación se postraron y fueron bendecidos con la gracia del Iman (fe). En cambio el faraón, en su temeraria imprudencia, se enfureció y creyó que era capaz de gobernar sus corazones con su sólo poder. Les amenazó diciendo:
“Dijo Fir’aun: ¿Habéis creído en él sin que yo os haya dado permiso? Realmente se trata de una estratagema que habéis urdido en la ciudad para sacar de ella a sus habitantes, pero vais a saber. Os cortaré una mano y un pie del lado contrario y luego os crucificaré a todos.” (A’raf, 7:123-124)
Los magos, a su vez, absortos en un éxtasis de fe, le respondieron:
“Dijeron: Verdaderamente hemos de volver a nuestro Señor.” (A’raf, 7:125)
Con el poder de su fe, se enfrentaron al faraón. ¡Qué hermoso y aleccionador ejemplo el de estos magos! Incluso cuando se les amenazó con sufrir espantosos tormentos, no buscaron salvarse de ellos, sino que su única preocupación era la de morir como creyentes. Dijeron, buscando refugio en Allah Todopoderoso:
“Te vengas de nosotros sólo porque cuando llegaron los signos de nuestro Señor creímos en ellos. ¡Señor nuestro! Derrama sobre nosotros paciencia y llévanos a Ti, estándote sometidos.” (A’raf, 7:126)
El precio que pagaron por mantenerse firmes en su creencia fue el que les cortaran las manos y los pies, y muriesen como mártires y como amigos del Creador. Más aún, los opresores en la narración de Ashâb-i Ukhdûd pensaron que los creyentes habían cometido un crimen al declarar su fe en Allah. Por ello, los arrojaron a las hogueras que habían preparado.
Pero los creyentes sinceros nunca abandonan su creencia, y se dirigen valientemente al martirio por Allah Todopoderoso. Es cierto que quien teme a Allah sinceramente, no tiene miedo de nadie más. Habib-i Nayyâr de los Ashâb-i Qaria fue apedreado hasta morir por su creencia. Pero mientras los velos de este mundo se cerraban para él al exhalar el último aliento, las ventanas del Más Allá se abrían y se le mostraban las delicias divinas con las que se le recompensaba. Apenado por la ceguera de su gente, dijo:
“Se dijo: ¡Entra en el Jardín! Dijo: ¡Pobre de mi gente, si supieran!” (Yasin, 36:26)
Se le concedió la felicidad eterna en el Más Allá por haber sido apedreado en este mundo temporal. En los primeros tiempos del cristianismo, los romanos, en alianza con los griegos y los idólatras, arrojaban a los creyentes a la arena para ser devorados por hambrientos leones. Aquellos fieles creyentes no pensaban en vivir cuando estaban a merced de las garras de sus verdugos; más bien, luchaban por mantenerse firmes en su creencia hasta el final. Soportaron aquella cruel persecución por que esperaban ganar el Paraíso en la Otra Vida.
Sin duda que todo eso son recompensas para aquellos que se mantienen conscientes de estar siempre con Allah Todopoderoso. Por ello, estar conscientes de Allah el Misericordioso es el más alto grado de sumisión y la parte esencial de ella. Se nos ha transmitido que una vez, Sheij Shibli estaba sentado en una reunión en la que se hablaba del Día del Juicio Final. A punto de terminar la charla, alguien comentó sobre las preguntas que deberemos contestar en la tumba:
“¿De dónde tomaste el conocimiento? ¿Cómo gastaste tu fortuna? ¿Hiciste todas las salah? ¿Te alejaste de lo prohibido y realizaste siempre lo permitido?”
El Imam continuó enunciando preguntas similares y el tema derivó en otras cuestiones paralelas que se suscitaron a raíz de aquellas. Por su parte, Sheij Shibli con la intención de llevar el discurso al punto fundamental, llamó la atención del Imam diciéndole:
“No creo que Allah Todopoderoso haga todas esas preguntas. Probablemente nos pregunte: ‘¡Oh siervo mío! Yo estaba contigo, ¿con quién estabas tú?’”
De esta forma vemos que el motor principal que mueve nuestro comportamiento es la consciencia de estar siempre en presencia de Allah Todopoderoso, de forma que no malgastemos las respiraciones que se nos han concedido. De esta forma tan bella lo explican estos versos:
Se ha desperdiciado, ahora lo entendemos, La hora que pasamos sin Ti… El Profeta Muhammad (que Allah le bendiga y le de la paz) puso una vez sus manos en los hombros de ‘Abdullah ibn ‘Umar y le dijo:
“Vive en este mundo como si fueras un extranjero o un viajero.” (Bujari, Riqaq, no. 5)
Ahora entendemos mejor los consejos que siempre daba ‘Abdullah ibn ‘Umar (que Allah este complacido con él) cuando se dirigía a la gente:
“Si sobrevivís hasta llegar la tarde, no esperéis seguir vivos por la mañana; y si estáis vivos al llegar la mañana, no esperéis seguir vivos cuando caiga la tarde. Precaveos de la enfermedad con la salud, y de la muerte con la vida.” (Bujari, Riqaq, no. 3)
Estas palabras, que expresan la temporalidad de esta existencia nuestra, nos dirigen hacia la vida verdadera. De hecho, el Mensajero de Allah (que Allah le bendiga y le de la paz) expresó estos mismos sentimientos en uno de sus du’a (súplicas a Allah Todopoderoso):
“¡Oh Allah! No hay mejor vida que la vida del Más Allá…” (Bujari, Riqaq, no. 2)
Las vidas de los Compañeros, que comprendieron mejor que nadie esta realidad, están llenas de ejemplos de virtud y sabiduría. Jubayb (que Allah esté complacido con él) sólo tuvo un deseo antes de ser martirizado: enviar sus saludos al Profeta Muhammad (que Allah le bendiga y le de la paz). Con un gran pesar, volvió sus ojos al cielo y, buscando refugio en Allah, dijo:
“¡Oh Allah! No hay nadie aquí que pueda llevar mis saludos a Tu Mensajero (que Allah le bendiga y le de la paz). ¡Por favor! Llévaselos Tú.”
En ese mismo instante, el Profeta Muhammad estaba sentado en Medina con algunos de los Compañeros y dijo:
“Wa ‘aleyhissalam” (Y que con él esté la paz)
Al escuchar estas palabras, los Compañeros, muy sorprendidos, le preguntaron al Profeta:
“¡Oh Mensajero de Allah! ¿A quién le has devuelto el saludo?”
El Profeta replicó:
“A vuestro hermano Jubayb.”
El Profeta Muhammad (que Allah le bendiga y le de la paz) describió a Jubayb como el más noble de los mártires diciendo:
“Es mi vecino en el Paraíso.”
Otro ejemplo de este inmenso y sincero amor que los Compañeros profesaban por el Profeta Muhammad, lo encontramos en la Batalla de ‘Uhud. El Profeta Muhammad (que Allah le bendiga y le de la paz) dio orden de que se buscara a los heridos y a los que habían caído mártires y se hiciera un recuento de todos. Especialmente le preocupaba la suerte que pudiera haber corrido Sa’d ibn Rabî (que Allah esté complacido con él).
Así, pues, mandó a uno de sus Compañeros para ver si lograba averiguar que había pasado con él. Este Compañero le buscó por todas partes llamándole a viva voz, pero sin resultado. Como último recurso, gritó:
“¡Oh Sa’d! Me ha enviado el Profeta para ver si estás entre los vivos o entre los muertos.”
Al escuchar que el propio Profeta había enviado a uno de sus Compañeros para cerciorarse de su suerte, Sa’d (que Allah esté complacido con él) reunió las pocas fuerzas que le quedaban y musitó:
“Estoy ahora con los muertos.”
Muy probablemente, al pronunciar aquellas palabras estuviera viendo escenas de la Otra Vida. El Compañero corrió hacia Sa’d. Estaba mortalmente herido. Con un hilo de voz apenas perceptible, dijo estas profundas palabras:
“¡Por Allah! Si permites que una herida toque el cuerpo de Muhammad (que Allah le bendiga y le de la paz) mientras tus ojos todavía tienen la fuerza de parpadear, no tendrás excusa ante Allah.”
Estas palabras de Sa’d ibn Rabî que fueron sus palabras de despedida, parecen dirigirse a todos los Musulmanes como un consejo y una advertencia. La siguiente narración de Huzayfa (que Allah esté complacido con él) es muy significativa y refleja perfectamente el estado de gracia en el que morían los Compañeros:
“Ocurrió durante la batalla de Yarmuk. La intensidad del combate llevó a que muchos de los Compañeros cayesen heridos de lanza o flecha. La gran mayoría de ellos vivía sus últimos momentos. Con las pocas fuerzas que me quedaban, comencé a buscar a mi primo.
Después de un rato de caminar entre los heridos, lo encontré tumbado en un charco de sangre. No podía hablar y trataba de comunicarse conmigo moviendo los ojos. Entonces le mostré el odre de agua y le pregunté: ‘¿Quieres agua?’
Era obvio que quería, ya que sus labios estaban secos por la sed, pero no tuvo fuerzas para contestarme. Con los ojos parecía querer decirme que sentía un gran dolor en todo su cuerpo. Cuando estaba a punto de verter un poco de agua en su boca, se oyó la voz de Ikrima de entre los heridos:
‘¡Agua! ¡Agua! ¡Por favor, que alguien me de agua!’
Al oír aquello, mi primo me hizo señas de que le llevase el agua. Me eché a correr entre los cuerpos inertes de los mártires hasta que logré llegar a donde estaba Ikrima. Ya había inclinado el odre para darle de beber cuando oímos los gemidos de ‘Iyâsh:
‘¡Por Allah! ¡Dadme una gota de agua!’
Al oír aquellas palabras lastimeras, Ikrima me pidió que le llevara el agua a Iyâsh; Dado que Hârith estaba agonizando corrí hacia él, pero cuando llegué, había fallecido. Cogí el odre y corrí lo más rápido que pude hasta que llegué a donde estaba Iyâsh, pero sólo pude escuchar sus últimas palabras: ‘¡Oh Allah! Nunca hemos renunciado a sacrificar nuestras vidas por defender Tu Din.
Concédenos el honor de morir mártires y perdona nuestras faltas.’ Estaba agonizando y no pudo sorber el agua que le ofrecía; murió pronunciando la kalima-i tawhid. Volví corriendo a donde estaba Ikrima para darle de beber, pero también había sido bendecido con el martirio. Pensé que quizás podría volver a donde estaba mi primo y darle un poco de agua. Corrí lo más rápido que pude, pero fue en vano, cuando llegué su alma había vuelto a su Señor. El odre que llevaba en mis manos seguía lleno. No pude darles agua a ninguno de ellos.”
Huzayfa (que Allah esté complacido con él) explicó con estas palabras el estado espiritual en el que se encontraba:
“He visto muchos incidentes a lo largo de mi vida, pero nunca sentí la emoción y la inspiración que sentí allí. A pesar de que no había ninguna relación de parentesco entre aquellos hombres, su altruismo, su desinterés por sí mismos y su preocupación por los otros provocó en mi corazón una inmensa admiración por aquellos hermanos. Su actitud ejemplar dejó una fuerte huella en mi memoria…”
¡Que Allah nos bendiga con una muerte que nos sorprenda en estado de gracia y pronunciando la kalima-i tawhid, y que nuestro último aliento sea el comienzo de nuestra unión eterna con el Amado.
Amín!