En el viaje desde la existencia de los nafs hacia la eternidad, el hombre experimenta no solamente conflictos, sino también ilimitadas alegrías. La fase más ardua y peligrosa de este viaje es el tiempo pasado en este mundo. La difícil aventura de la vida pasa por un estrecho pasillo que se extiende desde la cuna hasta el ataúd. El resultado de esta aventura será o bien una felicidad y bendiciones sin límite, o bien una decepción y pérdida sin fondo.
El hombre da la espalda a muchas verdades, siendo la más importante de ellas todo lo referente al Más Allá, debido a la negligencia que le vela. Los que viven sin comprender su verdadera posición, sus obligaciones y responsabilidades en esta morada pasajera ven a la muerte como algo tan distante que se llegan a creer inmortales. No se les ocurre preguntar –¿Quién soy? ¿De dónde vengo y por qué? ¿Cuál es el sentido de la existencia de este mundo? Y se rebelan contra su mortalidad. Su añoranza del Más Allá desaparece y por lo tanto tienen una gran desventaja a la hora de prepararse para ese ineludible final. Cegados por el brillo del mundo, se condenan a una vida de decepción. Pero la parte más importante de la intuición espiritual y de la madurez del ser humano empieza con el descubrimiento del misterio de la tierra y de la tumba. Si las mentes y los corazones no reflexionan sobre lo que está bajo la tierra, no podrán acceder dignamente a la esfera de la tumba.
El conocimiento necesario para idear un mapa de carreteras hacia la eternidad y descubrir el secreto de la muerte pertenece solamente a nuestro Señor. La voz que da las respuestas más satisfactorias y la guía más certera pertenece a los Profetas. Por ello, aquellos creyentes cuyos corazones han sido favorecidos con el conocimiento Divino y que continúan las tareas de los Profetas, se regocijan por haber sido elegidos para alertar a los descuidados. Manifiestan la sabiduría y ponen ejemplos, reales y metafóricos, de muchas maneras, ayudando de este modo a que los secretos Divinos puedan penetrar en los corazones. Desde esta perspectiva, las primeras dieciocho estrofas de Mawlana Yalaluddin Rumi, escritas como prólogo a su Matnawi, incluyen significados y secretos realmente profundos. Impresionados por su contenido, muchos han abrazado el Islam.
El corazón de Rumi está intoxicado con el amor por su Señor, está ardiendo de una sed que no se puede apagar. Nunca deja, ni siquiera por un momento, de añorar la unión con el Amado. Sin embargo, algunos de sus contemporáneos no lograron comprender su sabiduría ni alcanzar los secretos que surgieron de esta atmósfera de amor –y le criticaron a sus espaldas en muchas ocasiones. Le hicieron daño sin haber jamás comprendido su sufrimiento, su esfuerzo, su amor sin límite. Rumi sufrió a causa de esa falta de entendimiento e intentó explicar la añoranza del corazón del hombre perfecto por medio del lamento del junco. De hecho, empezó escribiendo: “Mi secreto no está separado de mi lamento; es él.” Y le pide al oyente: “¡Escucha!”
Lo que debemos hacer entonces es prestar oído a las lamentaciones de Rumi y a su orden de escuchar. Rumi, el sultán del amor, dice:
“Oye la canción del junco:
¡Cómo se queja del dolor de la separación!
Desde que me han quitado del lecho de los junco
mi triste canción hizo llorar a los hombres y a las mujeres.”
En otras palabras –el junco está diciendo:
“Solía estar en el lecho de los juncos. Tanto mis raíces como mi corazón estaban bien asentados en el agua y en la tierra. Cuando estaba allí, solía balancearme graciosamente con el viento que pasaba a mi lado. Pero un día me arrancaron de ese lugar. Vaciaron mi cuerpo con el fuego del amor, luego me abrasaron y me agujerearon. Abrieron heridas en mi piel y me pusieron en manos de alguien que poseía un soplo poderoso. Su soplo ardiente de amor me atravesó y sacó de mi todo lo que allí había, excepto el amor. Desde entonces no he dejado de cantar mi amor, y mis lamentaciones han crecido. Mis lamentaciones y gritos, en verdad, hablan del infinito… de los secretos Divinos escondidos dentro de mí. Cantan solamente la verdad y la felicidad que he alcanzado. Es decir, mis secretos son expresiones ocultas en forma de sonidos que, a su vez, son revelaciones metafóricas de mis secretos. Y sin embargo, los que no han adquirido la luz con la que mirar mis secretos –sus ojos carecen de la clara luz de la verdad y a sus oídos les falta la práctica– no logran entender las verdades de las que hablo.”
En el Matnawi, Mawlana Rumi expresa su esperanza de que aquéllos que presten oído a sus palabras tengan el sentido de lo Divino después de haber escuchado el lamento del junco.
El hogar primigenio del junco, es decir el lecho de los juncos, simboliza la unión del ser humano en su pre-existencia con Allah, antes de llegar a este mundo.[1] También el hecho de que Allah Todopoderoso diga en el Qur’an “le he hecho con perfección y le he soplado de Mi ruh” significa que el mundo de los nafs contiene el secreto de Allah.
Los comentaristas del Mathnawi interpretan el hecho de empezarlo con el imperativo ‘bishnav’, escucha, como un intento de mostrar que el acto de escuchar es complementario al imperativo del Qur’an ‘iqra’, es decir lee. Le pide al lector: “¡Escucha la palabra del Señor! ¡Escucha los secretos! ¡Escucha las verdades escondidas dentro de ti!”
El Mathnawi es como un cuenco donde se ha vertido el rocío recogido de las verdades y secretos del Qur’an para la gente de corazón ardiente. La palabra ‘bishanv’ empieza por ‘b’ –eso sería el símbolo de la basmalah.[2] De hecho, en la cultura islámica se solía poner la letra ‘b’ al principio de cada documento, carta o tratado como símbolo de la basmalah, práctica que está confirmada por las siguientes palabras de nuestro maestro Ali (r.a):
“Todo lo que está en el Qur’an, está en la surah[3] al-Fatiha, y todo lo que está en la surah al-Fatiha está en la basmalah, y todo lo que está en la basmalah está en la letra ‘b’ que está al principio de la palabra.”
Las primeras dieciocho estrofas del Mathnawi contienen un mar de secretos que corroboran la sutileza intelectual, el arte de Rumi y la profundidad de sus palabras. Por esa razón en muchas interpretaciones el Prólogo del Mathnawi se explica línea a línea, palabra por palabra, e incluso letra a letra. Dicho de otra manera, esas dieciocho estrofas tienen tanta importancia para el Mathnawi, una obra que tiene más de 26 mil versos, como la surah al-Fatiha para el Qur’an. Las primeras dieciocho estrofas fueron escritas por el propio Rumi, mientras que el resto de las estrofas que compuso se las dictó a su seguidor Husamaddin Yalabi.
Desde el punto de vista de Rumi, el junco es el símbolo del hombre perfecto, el hombre que se ha librado de los deseos egoístas de su nafs, que lo ha aniquilado y, ahora, después de haber renunciando a sí mismo, está lleno del amor Divino. La aflicción del junco es el resultado de su separación del lecho –su tierra natal. De la misma manera, el hombre exiliado del mundo eterno, separado del sagrado alojamiento de Allah, y enviado a este mundo que es para él una prueba, está de luto. Hasta que alcance la realización completa, el hombre, que experimenta en su exilio dolor, enfermedad y aflicción, seguirá ardiendo con la añoranza de la felicidad y serenidad de aquel mundo original del que proviene. Durante toda su vida sentirá la añoranza –sufriendo en silencio o hablando en alta voz– del viaje hacia el mundo de la unión con el Amado, y no se dejará deslumbrar por nada que exista en su lugar de permanencia temporal, ya que el nafs, quizás incluso el cuerpo, son para él elementos completamente extraños –igual que en la canción triste del junco.
El hombre está aprisionado en la jaula que es su cuerpo. Los deseos de su nafs y de este cuerpo constituyen obstáculos en el camino hacia la unión con su Señor y, el creyente, enamorado de Él, arde con el deseo de la liberación. Como resultado, aquéllos que están dominados por el amor de Allah son como peces en el mar. Incluso el mar de amor en el que están inmersos no puede apagar su sed. Y aquéllos que reniegan de ese profundo amor son como los que, sentados delante de una mesa con los más suculentos manjares, se abstienen de comer. Cada día se dedican a luchar por la vida que aparece oscura como la noche. Son inmaduros, inconscientes y les faltan las bendiciones Divinas de las que disfrutan aquéllos que son puros y completos. Es así hasta tal punto que las palabras y significados no dejan en ellos ninguna huella.
Resumiendo, las dieciocho estrofas que empiezan con “¡Escucha!” y terminan con “Para el hombre mediocre la estación del creyente veraz queda demasiado elevada, así que déjalo en paz y dile adiós” contienen muchos significados generales y muchos secretos profundos. Percibiendo un océano en una gota, Rumi nos ofrece océanos a contemplar en cada una de sus estrofas.
De hecho, dice: “Quiero un corazón que esté desgarrado para hablar de sus añoranzas y anhelos.” De esta manera indica que solamente aquéllos que están enamorados, que arden para ser uno con el Amado pueden realmente entenderle. Para lograrlo, deberíamos pensar en el siguiente ejemplo de cómo Rumi percibe al hombre perfecto:
“Cuando cayó la noche salí a dar un paseo. Vi a un hombre que buscaba algo con la linterna en la mano. Le pregunté:
‘¿Qué estás buscando a estas horas de la noche?’
‘Estoy buscando a un hombre.’
‘Pobre de ti, estás perdiendo el tiempo. Yo también dejé mi tierra en busca de él, pero no he podido encontrarle. Vete a casa. Vuelve a la cama y disfruta del descanso. Tu búsqueda es inútil. No le encontrarás nunca.’
El hombre me miró con tristeza:
‘Lo entiendo, pero sigo buscando porque disfruto haciéndolo.’”
Es un anhelo de encontrar al hombre perfecto, el más digno de todos los que han sido creados. En el momento en el que esta búsqueda se convierte en una pasión, uno encuentra lo que buscaba. El puro conocimiento y la búsqueda sin esfuerzo no traen ningún resultado. Traspasar el océano de la vida y encontrar al Amado es solamente posible con la bendición que viene del amor y de la intoxicación con él. Los corazones sin amor Divino pesan en los pechos, son un balaste a merced de los remolinos del océano de la vida –morirán al final ahogados y destruidos.
Los corazones son como los peces, cuya supervivencia depende del mar y del alimento que contiene. Una vez fuera del agua, tienen que morir. De la misma manera, el corazón sin el recuerdo de Allah es como un pez fuera del agua. Se vuelve negligente, arruinado por los deseos del nafs, inconsciente e impermeable a las manifestaciones de la grandeza y sabiduría Divinas.
Qué Allah Todopoderoso nos conceda ser de los que obedecen a la llamada Divina del hombre perfecto, de los que son capaces de ver su sabiduría y sus secretos; que nos ayude a ser de los que arden con la añoranza del amor y el anhelo de ser uno con Él, y que nos lleve, finalmente, hacia Sí Mismo.
Amin.
[1] (NT) Referencia a la ayah: “Y cuando tu Señor sacó de las espaldas de los hijos de Adam su propia descendencia y les hizo que dieran testimonio: ¿Acaso no soy yo vuestro Señor? Contestaron: Sí, los atestiguamos. Para que el Día del Levantamiento no pudierais decir: Nadie nos había advertido de esto.” (Al-Baqarah, 2:172)
[2] (NT) La expresión que significa ‘en el nombre de Allah, el Más Misericordioso, el Más Compasivo’, en árabe bismillahi arrahmani arrahim.
[3] (NT) Parte o capítulo del Qur’an unido por el contenido temático. Hay 114 en el Qur’an.