El amor es como una corriente que fluye entre dos corazones. Los que aman siempre recuerdan a sus amados tanto con el corazón como con la mente, les ofrecen todo lo que tienen y después de haber hecho tales sacrificios viven en paz.
Se entiende por lo general que la amistad implica estar juntos y compartir –tanto lo bueno como lo malo. La amistad verdadera, por otro lado, solamente se puede dar en los espíritus sinceros portadores de personalidades elevadas. Los que tienen esta experiencia saben qué significa tener los mismos sentimientos en toda circunstancia -es como tener un solo corazón ubicado en dos cuerpos diferentes.
Alguien que ama, adora y admira al amado. Cada estado de éste último pasa al que ama debido al flujo del océano del amor iluminado por el sol del éxtasis. Finalmente, el amante renuncia a su propia voluntad y preferencias, y empieza a imitar al amado. Es aquí donde el creyente debería aprender a como beneficiarse en cada paso de su vida del elixir del amor.
El verdadero amor convierte los pesares en bendiciones. De la misma manera, las aflicciones que el amado inflige al que ama empiezan a ser bienvenidas como si fueran favores.
Para comprobar la autenticidad y la profundidad del amor de una persona basta con examinar hasta qué punto es capaz de sobrellevar las tristezas del amor. Para mostrar que el verdadero amor y la verdadera amistad solamente son posibles cuando tanto los tormentos como las bendiciones que vienen del amado son igualmente bienvenidos Mawlana Rumi relata la siguiente historia:
Un maestro recibió un melón de unos invitados. Llamó a Luqman, un sirviente sensible y agudo al que amaba y con quien podía compartir sus pensamientos. Cuando éste llegó, su maestro le ofreció una rodaja de melón que Luqman comió como si fuera la delicia más grande del mundo -con un deleite, placer y apetito que resultaba estimulante al que le miraba.
Su maestro le dio otra rodaja que Luqman comió de la misma manera. El maestro seguía dándole rodaja tras rodaja, hasta que solamente quedaba una. Entonces dijo:
“Me gustaría comérmela y ver lo dulce que es.”
En cuanto mordió esa rodaja sintió una gran amargura en la boca y un dolor en la garganta. Incluso tuvo ganas de vomitar debido al mal sabor. Se volvió a Luqman y le dijo:
“¡Mi querido siervo! ¿Cómo has podido comer este veneno con tanto deleite?
¿Cómo lo has aguantado? ¡Qué paciencia la tuya! Solamente Allah sabe lo que has sufrido. ¿Acaso no tienes aprecio por tu vida? ¿Por qué no has dicho nada?”
Luqman contestó:
“He comido muchos deliciosos platos ofrecidos por tu mano, querido maestro. Me has alimentado tanto espiritualmente como físicamente con cosas tan exquisitas que me siento avergonzado por no poder responder con lo mismo. ¿Cómo podía decir que algo que me habías ofrecido con tu propia mano era amargo, o que no podía comerlo? Aunque amargo, lo que me das es dulce para mí porque cada molécula de mi cuerpo ha sido alimentada con tus bendiciones.”
Y seguía hablando de su amor y su devoción:
“¡Querido maestro! Si alguna vez siento resentimiento a causa de alguna aflicción que viene de ti, ¡qué mi cabeza sea enterrada bajo la tierra! El toque de tu generosa mano no podía dejar ni la más mínima amargura en este melón. El amor hace que la aflicción sea dulce, el amor convierte el bronce en oro. El amor lava y purifica los residuos. El amor sana los dolores inaguantables. El amor levanta a los muertos. El amor convierte a los reyes en súbditos. El amor hace que los calabozos sean jardines de rosas. El amor ilumina y hace brillar estancias oscuras. Por amor el fuego se convierte en la luz Divina. El amor embellece la fealdad. Por amor la tristeza y la pesadumbre se convierten en felicidad y alegría. Por amor los bandidos y seductores se convierten en guías hacia la felicidad. Por amor la enfermedad se convierte en salud y bienestar. El amor convierte la tristeza en bendición.”
El amor es el instinto del corazón. A pesar de ello, la profundidad del amor que siente el corazón debe ser acorde con la grandeza del amado, y es Allah Quien debe ser el recipiente final de ese amor. Para que el corazón pueda alcanzar la capacidad de experimentar el amor más grande en el amplio sentido de la palabra, necesita primeramente pasar por los niveles del amor metafórico.
El olvido del objetivo final, es decir del amor de Allah, el hecho de quedarse en alguna estación pasajera del amor, como lo puede ser el amor por la riqueza, por el rango, por las comodidades, por la familia o los hijos, conlleva a vaciar el corazón y malgastar ese amor. Para superar este obstáculo uno debe recordar que este tipo de amor es ‘pasajero’ y que el valor que se merece puede ser solamente el de un medio hacia el amor Divino.
El hecho de convertir el amor pasajero en un paso hacia el amor Divino hace que uno pueda sentir la fe con gran deleite. Alguien que es capaz de superar los pesares y los apegos, y contemplar el final de su vida, percibe fácilmente que ha sido creado con un objetivo. Por lo tanto hace falta encontrar un límite a los placeres mundanos y a los amores pasajeros, y canalizar nuestro amor hacia el objetivo Divino.
El hecho de limpiar esta existencia transitoria de los deseos egoístas y dedicarla al Ser Divino nos lleva hacia la inmortalidad, donde la vida sigue después de la muerte del cuerpo. El ejemplo más apropiado lo encontramos en Maynun quien perfeccionó el amor que sentía por Layla, alcanzando finalmente el amor del Señor. Si no hubiese sido capaz de trascender aquel amor, sería un mero ejemplo del amor pasajero, y su nombre, en vez de ser recordado a través de los siglos, habría sido totalmente olvidado.
Lo justo y lo verdadero no se puede conocer por medio de la lectura sino por medio del amor que reside en los corazones. Si éstos trascienden las etapas del amor transitorio para sumergirse en el amor de Allah, se manifestarán en ellos todos los secretos, todas las verdades y bellezas.
Por lo tanto, la amistad verdadera, la que tiene poder para llevarnos hacia la felicidad, es ‘la amistad con el Señor’. La siguiente historia de un maestro y su esclavo es un buen ejemplo de la verdad de esta amistad.
Un hombre compró un esclavo creyente, practicante, quien se protegía de lo prohibido por Allah. Al llegar a casa, tuvieron la siguiente conversación:
– ¿Qué te gustaría comer en mi casa?
– Cualquier cosa que me des.
– ¿Qué ropas te gustaría llevar?
– Cualquier cosa que me des.
– ¿Qué habitación de esta casa te gustaría que fuera la tuya?
– La que mejor te parezca a ti.
– ¿Qué clase de trabajos quieres hacer en mi casa?
– Cualquier cosa que me mandes hacer, la haré.
El maestro se quedó pensando un rato, luego dijo secándose las lagrimas:
– Ójala fuera yo un siervo así ante mi Señor. Sería la felicidad más grande.
El esclavo respondió:
– ¿Cómo podría un esclavo tener preferencias o voluntad fuera de las de su maestro?
El maestro dijo finalmente:
– Te doy la libertad. Te libero por Allah. No obstante, me gustaría que te quedases conmigo para que pueda servirte con mi posición y mi dinero.
El que de veras conoce a Allah y se vuelve hacia Él con amor, renuncia de buen grado a su propia voluntad y a sus propias preferencias, diciendo simplemente:
“¿Por qué Le voy a pedir algo a Allah?”
Un creyente que ama a su Señor es consciente de que nada realmente le pertenece ya que todo lo que posee es de su Amado. Es así porque el amor requiere sacrificio y en su naturaleza no caben ‘posesiones’.