La razón es como una espada de doble filo. Nos puede conducir tanto a la virtud como al vicio. Así es en verdad. El ser humano alcanza el nivel de ahsanu taqwim, el mejor de los moldes, con la ayuda de la razón. Sin embargo, muy a menudo es la razón la que le lleva a la cima de bal hum adall, un nivel de consciencia por debajo del de los animales. La razón, por lo tanto, debe ser disciplinada, educada a través de las enseñanzas reveladas a los Profetas. Bajo la supervisión del conocimiento revelado, la razón puede llevar al hombre a la orilla, mientras que desprovista de esta guía Divina de seguro que le conducirá a un trágico final.
La educación que nos hace hombres: La Enseñanza Divina
Allah, Glorificado sea, ha puesto la tierra y los cielos al servicio de los seres humanos[1], lo que significa que estos tienen la obligación de ser responsables y respetuosos con este don de su Señor.[2] En otras palabras, el Todopoderoso ha guiado tanto al universo como al hombre a través de las Leyes Divinas, estableciendo de este modo un equilibrio entre la libertad y la responsabilidad en esta vida, que queda expresado en la siguiente ayah:
“Ha elevado el cielo y ha puesto la balanza para que no abusarais al pesar.” (Ar-Rahman, 55:7-8)
Esto implica que el hombre debe mantener la armonía que rige el universo -absolutamente perfecta a pesar de la magnitud de sus incontables elementos. Igual de perfecto debería ser el viaje del hombre en su camino hacia el Todopoderoso, y solamente aquellos que logren conseguir este equilibrio durante toda su vida serán felices en ambos mundos. Pero aquellos que lleven una vida desequilibrada y sean dirigidos por sus deseos efímeros y los placeres mundanos, serán meros ignorantes del misterio de la vida y de la muerte. Serán incapaces de ser uno con la divina armonía que resuena en el universo, incapaces de comprenderla. Habrán malgastado sus vidas arrastrados por el torbellino de la ignorancia, un ignominioso preludio de lo que les espera en el Más Allá.
La respuesta a este misterio se encuentra en la propia naturaleza humana. Si tomamos por cierto que el hombre ha sido enviado a este mundo para ser probado, entenderemos por qué se le ha provisto con un potencial para el bien y otro para el mal, ya que la prueba exige que se tenga el poder de realizar ambas acciones.
Tomando esta idea en consideración, podemos afirmar que el hombre es un campo de batalla donde cada día se libra una guerra, tanto interna como externamente, entre el bien y el mal. El deseo de uno o de otro irá dibujando el marco de la vida humana, ya que de la misma forma que existe en nuestro interior un poder inherente para hacer el bien, existe otro poder inherente para hace el mal, éste desarrollado fundamentalmente por los egos que no han recibido una apropiada educación. Pero al mismo tiempo sabemos que las fuerzas de la razón, del intelecto y de la voluntad no son suficientes para salir victoriosos de este incesante combate. De haberlo sido, el Todopoderoso no habría reforzado a Adam (a.s), el primer hombre que creyó, con la profecía, y no le habría revelado las verdades divinas únicas capaces de aportarnos lo mejor de ambos mundos. Bien al contrario, Allah, Glorificado sea, siempre ha dirigido a la humanidad hacia el camino recto a través de los profetas y de la revelación. Con los libros que ha hecho descender, tanto el corazón como la mente humanos han recibido la educación espiritual necesaria.
La razón es como una espada de doble filo. Nos puede conducir tanto a la virtud como al vicio. Así es en verdad. El ser humano alcanza el nivel de ahsanu taqwim, el mejor de los moldes, con la ayuda de la razón. Sin embargo, muy a menudo es la razón la que le lleva a la cima de bal hum adall, un nivel de consciencia por debajo del de los animales. La razón, por lo tanto, debe ser disciplinada, educada a través de las enseñanzas reveladas a los Profetas. Bajo la supervisión del conocimiento revelado, la razón puede llevar al hombre a la orilla, mientras que desprovista de esta guía Divina de seguro que le conducirá a un trágico final.
La historia ha sido testigo de numerosos tiranos. Todos ellos con grandes capacidades racionales, pero que, sin embargo, nunca sintieron el menor remordimiento por haber cometido brutales masacres, ya que percibieron aquellos genocidios como algo correcto y racional. Julagu Jan, por ejemplo, mandó ahogar a 400 mil inocentes en las aguas del Tigres, sin albergar por ello el menor sentimiento de culpabilidad. Antes del Islam, muchos mequinenses solían enterrar vivas a sus hijas recién nacidas ante los silenciosos gritos de sus madres que observaban impotentes aquel crimen con el corazón roto en pedazos. Cortar a un esclavo era para ellos lo mismo que cortar leña, lo veían incluso como su derecho. No obstante, igual que nosotros, tenían sentimientos, pero estos sentimientos funcionaban como los dientes de una rueda que gira al revés.
Todo esto nos muestra la necesidad natural de los hombres de seguir una guía y de ser guiados, lo cual, a su vez, debe ser compatible con la disposición en la que fueron creados. Tal compatibilidad solamente se da en caso de llegar a través de la educación proveniente de la Revelación, la guía y la formación proféticas. Cualquier guía que choque con la disposición natural, generará maldad.
Una característica que domine el carácter humano, sea la que sea, aniquilará la acción de su opuesto. El hecho de que domine el bien hace que el mal sea imposible. Si predomina el mal, intentará sofocar al bien. Este conflicto interno persiste durante toda la vida. Por esta razón, el Todopoderoso concedió a la humanidad un don más –la guía de los Profetas. Solamente los que la siguen llegan a desarrollar toda su belleza interior y a convertir los copos de la nieve invernal en flores de primavera. De esa forma, aquella sociedad que se había desarrollado en la Era de la Ignorancia, logró transformarse en la más perfecta comunidad de todos los tiempos.
Siguiendo este camino, los hombres pueden llegar a ser siervos con los que Allah esté complacido. De lo contrario, estarán condenados a fracasar en la prueba Divina, a perder en la lucha entre el ego y el espíritu, y a caer en lo más bajo. El objetivo de la vida mundana, de hecho, es el de establecer en qué lado se posiciona el ser humano dada su capacidad de libre elección. Mientras se decide el resultado de la batalla, el hombre está expuesto a numerosas influencias. Un paseo por un jardín en flor le deja a uno lleno de las más intensas fragancias, mientras que pasear por un campo estercolado le llenará de olores indeseables. Caminar con firmeza entre las numerosas influencias de la vida es solamente posible teniendo una refinada guía y una apropiada enseñanza. Caer en la depravación a causa de una total sumisión a los intereses de esta vida pasajera puede ser el resultado de los conflictos internos y externos que a veces se presentan como imposibles de resolver. Estos conflictos, en su esencia, son el resultado del hecho de que el hombre es, a la vez, cima de las virtudes que le pueden llevar hacia su Creador, y abismo de los atributos más bajos. Por lo tanto, el mundo interior de los que están ajenos a la guía y a la enseñanza, y cuyos corazones aún no han alcanzado la paz, se asemeja a un bosque habitado por animales salvajes y, en consecuencia, dominado por sus características. Así pues, los hay tan astutos como el zorro, otros son tan feroces como la hiena; algunos se parecen en su afán de almacenar riqueza a las hormigas, y otros a las serpientes venenosas; algunos acarician antes de morder y esconden el engaño bajo la sonrisa, otros chupan la sangre como las sanguijuelas. Los que están expuestos a tales lamentables hábitos son aquellos que no han logrado romper el dominio de su ego y construir, con la educación espiritual, un carácter firme. Algunas personas desarrollan su vida dominadas por un carácter animal, mientras que otras lo hacen bajo la influencia de otros aspectos diversos. Dado que su naturaleza queda reflejada en su conducta, no es difícil, para los que saben, entender su verdadera personalidad. También su comportamiento actúa como un espejo que refleja su mundo interior, sin que sirva de nada el disimulo.
¿Acaso no es el comunismo un sistema construido sobre veinte millones de cadáveres, sobre la reflexión de un corazón brutal? ¿Acaso no son las pirámides, que acabaron con las vidas de miles de seres humanos para construir la tumba de un faraón, atroces monumentos de opresión? Para muchos despistados siguen siendo obras maestras de la historia que asombran a la mente. Consideradas desde la Verdad, ¿no son acaso el retrato de la crueldad, suficientes para conmover y amedrantar a la más salvaje de las hienas?
Todo esto es una prueba de que cuando la sociedad está dirigida por ranas, todo se convierte en una ciénaga. Cuando dominan las serpientes y escorpiones, la sociedad queda expuesta a su veneno, lo cual resulta en el terror y la anarquía; y cuando predominan las fragancias de los rosales, las tierras se vuelven jardines de paz.
Por lo tanto, la enseñanza de la Revelación se hace imperativa. Aquellos que se alejan de ella, incluso si no muestran signos de brutalidad e incluso nos ofrecen muestras de buen comportamiento, son potencialmente violentos, ya que fuera de la enseñanza Divina, toda bondad es pasajera. En momentos de dificultad, cuando se imponen los objetivos e intereses egoístas, sale a la luz la maldad y la agresión. Un ego en su estado inmaduro nos recuerda a un gato que abandona la comida que tiene delante para lanzarse a perseguir, sin pararse un instante a pensar, un ratón que ha visto a lo lejos. Las vidas del Faraón y de Nimrod, regidas por el mismo impulso, no son otra cosa que manifestaciones de una tiranía que acabó con millones de personas asesinadas a sangre fría.
En la enseñanza divina hay un mandamiento inapelable que nos ordena actuar con delicadeza, como una temblorosa vela, y respetar hasta los más insignificantes derechos de los demás. ¿Cómo, pues, se puede justificar la matanza de seres humanos inocentes? El Bendito Profeta (s.a.w) evitaba incluso romper una rama verde. En su camino hacia Meca, el Día de la Conquista, ordenó a su ejército que cambiara de lado para evitar asustar a una perra que amamantaba a sus cachorros. Apenado al ver un nido de hormigas reducido a cenizas, el Noble Profeta exclamó: “¿Quién ha podido hacer una cosa así?” Imbuidos de este espíritu del Profeta (s.a.w) esculpido en el barro de la compasión, los Otomanos fundaron numerosos waqfs, fundaciones para favorecer la actividad de los seres humanos y de los animales. Algunos de ellos se habían creado con el propósito de alimentar a los animales desvalidos. Hoy no nos sorprende cuando leemos los escritos de numerosos viajeros que atravesaron los territorios otomanos y atestiguaron cómo los perros y los gatos se mezclaban sin ningún temor entre la gente en los barrios musulmanes, mientras que en las otras zonas de la ciudad buscaban lugares donde esconderse de la vista del ser humano.
Podemos ver por el comportamiento de una persona su grado de madurez. Derramar suficiente sangre como para lavar el suelo es algo propio del hombre, pero también es propio del hombre derramar su propia sangre para salvar la vida de otro ser humano.
Hay una sabiduría en el hecho de que convivan juntas personas con características positivas y negativas. Para ilustrarlo diremos que esa situación es parecida a la de una gacela que ha sido encerrada en una enorme jaula donde ruge un grupo de bestias feroces. A veces una persona generosa convive con un codicioso; el sabio con el simple; o el benevolente con el opresor. El codicioso tiene poca compasión; el cobarde carece de compromiso; el generoso, por su parte, es compasivo, humilde y comprometido. El simple no comprende al sabio; el opresor piensa que actúa con justicia y se excusa a sí mismo cuando utiliza la fuerza para aplastar a los que tiene a su alrededor. En otras palabras, el carácter angelical debe sobrevivir en un mundo de hienas. Los primeros siguen el camino de acercamiento y servicio a la verdad, mientras que los otros caen en el más absoluto fracaso, asumiendo una vida dominada por los más bajos hábitos y controlada por la gula y la lujuria.
Vivir en un mundo habitado por caracteres opuestos es, en esencia, una difícil prueba. Y sin embargo, el hombre está obligado a superarla. Pasar esta prueba y reunirse con la Divinidad es el objetivo fundamental de la existencia humana, lo que a su vez exige deshacerse de los atributos negativos y abastecerse de aquellos que nos permitirán vivir con honor y dignidad en este mundo.
Si bien el espíritu es celestial, el cuerpo del ser humano es terrenal. Así, cuando el espíritu vuelve a Allah, Glorificado sea, de la misma forma deberá el cuerpo volver a la tierra. Corporalmente, el hombre contiene características de otros organismos y esta es la precisa razón por la cual el ego debe ser doblegado a través de un entrenamiento y refinamiento espirituales para de esta forma alimentar y reforzar al espíritu. Si no es así, uno no puede librarse de ser víctima externamente de Shaytan e internamente de las transgresiones del ego, y de debilitar de este modo las cualidades positivas del corazón.
El Qur‘an afirma:
“¡Por un alma y Quien la modeló! Y le insufló su rebeldía y su obediencia. Que habrá triunfado el que la purifique y habrá perdido quien la lleve al extravío.” (As-Shams, 91:7-10)
El gran Mawlana Rumi explica el bien y el mal del mundo interior que menciona el ayah a través de la siguiente analogía:
“Si quieres saber la verdad, oh tú que te esfuerzas en el camino del Real, has de saber que ni Musa ni Faraón han muerto. Están bien vivos en tu interior, camuflados en tu existencia, continuando la batalla en tu corazón. Así pues, tú mismo debes buscar a estos contrincantes dentro de ti mismo.”
Y más adelante:
“No alimentes la carne en exceso para que se desarrolle, porque está destinada a la tierra. Alimenta, en cambio, tu corazón, porque es lo que está destinado a lo más alto, a lo más honorable. A la carne dale poco de lo dulce y bueno, ya que aquellos que se exceden en complacerla, terminan víctimas de los deseos del ego, perdidos y avergonzados. Alimenta al espíritu con lo espiritual. Ofrécele el pensamiento maduro, el entendimiento delicado, y otras perlas parecidas, para que llegue a su destino con fuerza.”
El ego dejado a su aire es como un árbol sin raíces, algo que se ve en seguida en sus ramas, hojas y frutos. Una enfermedad en el corazón sale a la luz a través de los actos del cuerpo, extendiendo su daño a todo él. Sus síntomas son la malicia, la envidia, la presunción y otras características del ego. Están a la espera del tratamiento necesario, de una rectificación que es solamente posible entrando en el camino trazado e indicado por Allah, Glorificado sea. Los dos actos que permiten a un ser humano construir un carácter acorde a la complacencia del Todopoderoso son seguir el ejemplo e imitarlo.
Seguir el ejemplo e imitarlo
La necesidad de seguir un ejemplo es innata en el hombre. salvando algunas excepciones, todas las ideas, creencias y actividades que conforman el carácter de una persona, su lengua, religión, conducta, hábitos, se desarrollan a través de los ejemplos que tiene a su alrededor y de las impresiones que recibe de ellos. Un niño, por ejemplo, aprende la lengua imitando a sus padres; la adquisición de una segunda, tercera o cuarta lengua necesita de otros ejemplos. Así pues, en un sentido general, la educación de una persona consiste en aprovechar su innata tendencia a imitar lo que se le pretende enseñar, sea bueno o malo. De esta manera, y dependiendo de la capacidad que tenga la persona de imitación de sus padres, parientes y de todo el entorno social, llegará a ser un buen o mal miembro de la sociedad.
No obstante, mientras adquirir una lengua, u otras habilidades de este tipo, es relativamente fácil, en la formación de la religión, la moral, y del mundo espiritual en general, aparecen barreras y el asunto se complica. En consecuencia, mientras que este mundo no esté bajo la enseñanza de los Profetas y amigos del Real, el ser humano no podrá evitar tropezar y ser arrastrado hacia el pozo de la ignorancia y la rebelión, convirtiendo su potencial para la felicidad eterna en un monstruoso desastre. La condición de los que toman a los famosos, esos paradigmas de consentimiento e indulgencia, como sus modelos e intentan imitarlos, causándose así un daño inimaginable tanto en éste como en el Otro mundo, es a la vez un gigantesco desperdicio del potencial humano y la prueba de que una civilización se ha vuelto corrupta. Es, nada menos, que la destrucción final del corazón, vacío y abandonado, por medio de querer llenarlo con algo, por muy insignificante o maligno que sea.
Ilustrando los trucos del ego con ejemplos concretos, Mawlana Rumi desgrana de esta forma las sofisticadas maneras con las que se engaña el hombre:
“No es sorprendente que un cordero huya de un lobo, porque el lobo es un depredador, su enemigo; pero que un cordero se enamore de un lobo… esto sí que merece todo nuestro asombro.”
“Muchos peces, nadando tranquilamente, se quedan enganchados en un anzuelo, pescados, víctimas de su avaricia.”
La humanidad siempre está necesitada de guías, con corazones nobles y espíritu refinado, que le enseñen la forma de descubrir las trampas del ego.
El carácter ejemplar de los Profetas
Dado que imitar a alguien por quien sentimos afecto es una característica natural del ser humano, es absolutamente necesario para el hombre encontrar los más perfectos ejemplos a seguir. Por esa razón, Allah, Glorificado sea, ha bendecido a la humanidad no solamente con los Libros y la Revelación, sino también con los Profetas, personificaciones de esos libros, dotados de incontables atributos superiores y ejemplos a seguir en todos los aspectos de la vida. En cuanto a los santos, los herederos de los Profetas y amigos del Real, son los sabios, virtuosos y maduros Creyentes que han alcanzado metas concretas.
Han fusionado impecablemente lo esotérico y lo exotérico de la Religión y lo han incrustado en sus personalidades.
Han alcanzado la perfección de conducta adelantando su corazón en el camino de la piedad y la abstinencia.
Han logrado una profundidad de sentimiento y de fe por medio de expandir su conocimiento y comprensión hacia los horizontes de ambos mundos.
Han establecido como su objetivo único el de salvar a la humanidad de las malas conductas y del oscuro túnel del ego, elevándola hacia los cielos de la madurez espiritual.
Son la cima de la conducta perfecta, discípulos de la enseñanza de los Profetas, extendida en el tiempo para aquellos que no han sido favorecidos directamente con el ejemplo profético. La enseñanza y el consejo que proponen se articulan en el lenguaje de la misericordia que revitaliza al corazón con las gotas de la espiritualidad tomadas de la fuente profética. Cuando en algún lugar del mundo alguien ve una sociedad impregnada de justicia, donde los corazones están unidos por el vínculo de la misericordia y de la compasión, donde los ricos se apresuran a ayudar a los pobres, a los huérfanos y a los necesitados; donde los fuertes protegen a los débiles y los enfermos se apoyan en los sanos, entonces, sin duda alguna, está sociedad ha recibido estos dones de los Profetas y de aquellos que siguieron sus pasos.
La familia humana que empezó con Adam y Hawwa (a.s) adoptó para su adoración el lugar en el que hoy se encuentra la Ka‘abah, en Meca. Por una necesidad natural y social, los hijos de Adam (a.s) se extendieron con el tiempo por todos los rincones de la tierra, guiados por los Profetas que llegaban periódicamente para corregir lo que con el paso del tiempo se había manipulado u olvidado. Protegida de este modo a través de la historia del desastre individual y social por la marca de la Gracia Divina, la humanidad llegó a la Época Final. En el tiempo –asr- que cubre toda la historia, en el asr‘us-saadah, la Edad de la Felicidad llegó con el Profeta Muhammad (s.a.w) en el mismo lugar donde todo había empezado, llegó como el cenit, la manifestación final de la cadena profética. Llegó el Islam como el Din de Allah, Glorificado sea.
Podemos entonces afirmar que el Noble Profeta (s.a.w), la personificación de innumerables virtudes, es el ejemplo perfecto a seguir y, de esta forma, podremos satisfacer la natural tendencia del ser humano a imitar. El éxito de este proceso depende, indudablemente, del amor que se sienta por él y del grado de estima en el que se tenga su carácter.
¿CUÁNTO LE AMAMOS?
El corazón y la razón
El Todopoderoso ha hecho del hombre un ser único, ahsan‘ul-taqwim, el mejor molde, poniendo, además, a su servicio todo lo que hay en los cielos y en la tierra. Por supuesto, esto es así para los que reflexionan, ya que lo que implica este hecho es que nuestra mayor obligación es contemplar las bendiciones de Allah, Glorificado sea, y hacer un buen uso de ellas según el propósito con el que nos han sido concedidas. Muy en particular, esta obligación se refiere al uso del corazón y de la razón.
¿Cuál es el uso correcto de la razón? La razón no puede ser esclava del ego, sino que a través del conocimiento de las realidades Divinas debe adquirir la consciencia de que este mundo es una continua prueba.
¿Cuál es el uso correcto del corazón? El corazón es el recinto del Amor Verdadero, el punto donde se focaliza lo Divino. Por esa razón, debe mantenerse libre de todo lo demás, inmaculado, rebosante de dhikr y tawhid, para así poder volver a la presencia Divina en toda su pureza.
Para conseguir estos objetivos necesitamos:
El ejemplo único – el Bendito Profeta (s.a.w)
Con el objetivo de advertirnos y facilitarnos esta toma de consciencia, el Todopoderoso ha enviado a Sus Profetas, alrededor de 124,000, como muestra de Su Generosidad ilimitada. El último que envió, hace quince siglos, fue el que Él más amó, el más impecable y único. Cada uno de ellos fue enviado a una gente concreta, a la que guió de acuerdo con su estructura social. El Profeta Muhammad (s.a.w), en cambio, fue enviado como el regalo más precioso a la humanidad entera, con la guía hasta el final de los tiempos, en el momento en el que la incredulidad y la ignorancia habían llegado hasta lo más profundo y reinaban por doquier.
El milagro más grande
Allah, Glorificado sea, le concedió a este Profeta Suyo (s.a.w) el milagro más grande de todos: el Noble Qur‘an, la prueba en sí misma de la Palabra de Allah y de la verdad de la profecía de Su Mensajero hasta el Día de la Resurrección, el Día en el que cada uno de nosotros seremos testigos de este milagro y obtendremos acceso a él. Con este milagroso Qur‘an el Profeta Muhammad (s.a.w) construyó una sociedad cuyo tiempo llegó a ser conocido como la Edad de la Felicidad. No ha existido en toda la historia otro caso parecido. De la gente más baja e ignorante se erigió la sociedad más virtuosa que se pueda imaginar, como si la profundidad del Océano Índico se hubiese elevado hasta la cima de los Himalayas. La enseñanza espiritual del Profeta (s.a.w) influyó con tal intensidad en los sentimientos, con tal compasión y responsabilidad, que una turba capaz de enterrar vivas a sus hijas recién nacidas llegó a sufrir al ver una oveja devorada por un lobo en las orillas del Tigres.
Los ciegos vilipendian al sol
Los corazones que no están ciegos reconocerán al Bendito Profeta (s.a.w) y no encontrarán en él ninguna deficiencia, a no ser que sean bizcos. Los que intenten criticarle, criticarán sus propias faltas y debilidades. La historia está llena de pueblos que calumniaron a sus propios Profetas. Como la Verdad Divina que enseñaban no estaba conforme a los deseos egoístas de muchos de ellos, se sentían incómodos con el mensaje que les traían los Profetas y trataban por todos los medios de acallar su discurso. Así pues, recurrían a su propia maldad para contrarrestar esta Verdad y seguir insistiendo en la legitimidad de su arbitrario modo de vida. Exactamente lo mismo pasó con el Último Profeta (s.a.w). Las calumnias y ataques de los que fue objeto reflejan la bajeza y miseria de aquellos que los orquestaron.
Todos los seres vivos necesitan de un hábitat adecuado a su naturaleza, y los seres humanos no son una excepción. Es imposible imaginarse a una abeja en un mundo sin polen ni flores, de la misma forma que es imposible suponer que una rata, que gusta de la suciedad, pueda vivir entre rosales. Los grandes espíritus se alimentan de la inspiración que emana de la Verdad que trajo Muhammad (s.a.w), mientras los malvados se contentan con la mugre.
A veces Abu Bakr (r.a) miraba maravillado el rostro del Noble Profeta (s.a.w) y exclamaba: “¡Qué hermoso!”, viendo a través de ese espejo su mundo interior. Cuando el Profeta (s.a.w) dijo en una ocasión:
“Me he aprovechado de los bienes de Abu Bakr más que de los de ninguna otra persona.”
Abu Bakr (r.a) contestó emocionado:
“¿No son acaso mis bienes totalmente tuyos, O Mensajero de Allah?” (Ibn Mayah, Muqaddimah, 11)
Las palabras de Abu Bakr muestran que toda su existencia estaba al servicio del Profeta de Allah (s.a.w) y que su mundo interior era el reflejo de la enseñanza del Profeta (s.a.w). Por otro lado, Abu Yahl, el más acérrimo enemigo de Allah y de Su Mensajero (s.a.w) recibía del mismo rostro la impresión totalmente opuesta, ignorando su belleza y su esplendor. La diferencia estriba en sus opuestas realidades, es decir en sus mundos interiores, que se reflejan en el Espejo de Muhammad (s.a.w), porque los Profetas son como espejos luminosos a través de los cuales la persona ve su mundo interior. Los espejos no mienten, ni reflejan como hermoso algo que es feo, ni como feo algo que es hermoso. Solamente reflejan lo que está delante de ellos. Confrontados con el poder y la majestad de Allah, Glorificado sea, cuyo poder protege al Islam, a aquellos que desafían al Bendito Profeta (s.a.w), al Qur‘an, y a los Musulmanes, tarde o temprano les alcanzará la venganza Divina. Ha sido grande la cantidad de veneno escupido por los siniestros mundos interiores, y de insultos producidos por las plumas de los descerebrados para atacar a los corazones musulmanes llenos de amor por el Noble Profeta (s.a.w), pero no olvidemos nunca que es imposible destrozar la inclinación hacia la verdad concedida al ser humano por el Todopoderoso. Aunque en rebeldía debido a la coerción, el mal ejemplo o el olvido, no se puede aniquilar totalmente el anhelo de la Verdad enraizado en lo más profundo del espíritu y de la consciencia. La necesidad del siervo de aproximarse a su Creador, este sublime sentimiento que no reconoce ningunas ataduras, hace añicos toda la restricción por la simple razón de que el Poder Divino decretó que éstos formen parte de sunnatullah –la inamovible ley del Todopoderoso.
Mawlana Rumi describe gráficamente a los despreocupados, los que hacen oídos sordos a la Verdad e intentan tontamente extinguir la luz Divina:
“Vilipendiar al sol que alumbra nuestro mundo y buscar sus defectos, es vilipendiarse a uno mismo; es ser ciego con dos ojos que ven solamente la oscuridad.”
“Cuando Allah quiere destrozar a alguien y exponer su maldad, coloca en su corazón la necesidad de censurar a la gente pura.”
Lejos de hacer cosas por el estilo, la humanidad debería buscar maneras de expresar su gratitud hacia el Noble Profeta (s.a.w). Un corazón que siente no puede permanecer inmune a los esfuerzos sobrehumanos que realizó para salvarle. Su compasión por nosotros fue más grande que la que sienten los padres por sus hijos. Ningún otro ser humano tuvo que soportar más privaciones, más aflicciones y más agonía que él, pero nunca expresó queja alguna a nivel personal, preocupándose solamente por el Din de Allah y su ummah. (Tirmidhi, Qiyamat, 34/2472) Tal es su compasión y dedicación, que de la misma forma que luchó por nuestra salvación y nuestro perdón en este mundo, lo hará el Día de la Resurrección postrándose delante del Trono y pidiéndole a Allah, Glorificado sea, hasta que su intercesión por su ummah sea aceptada.[3]
Como acto de gratitud por alguien que ha hecho todo eso por nosotros, tanto aquí como en el Más Allá, ¿no deberíamos, acaso, hacer un gran esfuerzo para ser Creyentes como él nos lo enseñó, apreciarle más que a nosotros mismos e impregnarnos totalmente de amor por él?
El amante sigue al amado
“Cada uno estará con los que ama,” afirma un hadiz. (Bujari, Adab, 96) Ahora bien, ¿cuánto amamos nosotros al Bendito Profeta (s.a.w)? Este tipo de amor, por supuesto, debe ser entendido como compañerismo entre el amante y el amado. El compañerismo, en su sentido más profundo, requiere de una similitud por medio de la transmisión de hal, es decir, participación de carácter. Uno está junto al que ama en esencia, en cada palabra pronunciada, y también en el comportamiento, en los sentimientos y pensamientos, aparte de la proximidad física. Cuando esto no ocurre, cuando el amante asume un camino diferente al del amado entonces no está realmente junto a él porque no hay amor en el sentido profundo de la palabra.
Teniendo esto en cuenta, ¿cuánto amamos a Nuestro Profeta (s.a.w)? ¿Hasta qué punto asumimos su sunnah? ¿Hasta qué punto la explicamos a nuestros hijos y aquellos que tenemos a nuestro alrededor? ¿Qué grado de compañerismo tenemos con dos de sus legados más grandes, es decir el Qur‘an y la ahl‘ul-bayt? ¿En qué grado se asemejan nuestras casas a las casas de los miembros de la ahl‘ul-bayt, impregnadas, como lo fueron, con la espiritualidad de la sunnah?
Seguirle requiere la educación del corazón
Para alcanzar la paz tanto en este turbulento mundo como en el Más Allá, es absolutamente necesario que imitemos al Noble Profeta (s.a.w) en todos los aspectos de nuestra vida, ya sean éstos sociales, familiares o laborales. Él es el único ejemplo que todo ser humano debe seguir, desde el más bajo de la escala social, hasta el más alto. ¿Cómo conseguirlo? ¿Leyendo sobre él? No. Es necesario más bien sumergir nuestros corazones en su enseñanza, en aquella que el Todopoderoso claramente especifica en el Qur‘an:
“Realmente en el Mensajero tenéis un hermoso ejemplo para quien tenga esperanza en Allah y en el Último Día y recuerde mucho a Allah.” (Al-Ahzab, 33:21)
Así pues, la primera condición es la esperanza en la re-unión con Allah, Glorificado sea, y el constante recuerdo de que tendremos que dar cuenta de nuestras obras. La segunda condición es la certeza del Último Día, del Más Allá. Debemos sujetar a la inmortalidad y traspasar sus límites, tal como lo expresa Mawlana Rumi:
“La vida del mundo es meramente un sueño. Ser rico en ella es como encontrar un tesoro en un sueño. Las propiedades pasan de generación en generación y se quedan aquí.”
Por lo tanto, es de vital importancia adquirir la consciencia de que la existencia se desarrolla en el mundo de las pruebas. Debemos, pues, apartarnos de los deseos del ego y dirigir los corazones hacia el viaje a la eternidad, donde se realizará la re-unión. Para llevar a cabo esta educación hace falta participar de uswat‘ul-hasanah, el ejemplo inigualable del Noble Profeta (s.a.w), ya que solamente bajo esta condición el Todopoderoso hará su promesa de la re-unión una realidad y nos concederá el Paraíso. En cuanto al tercer requerimiento, el constante recuerdo de Allah, Glorificado sea, ¿qué significa que este recuerdo sea constante? La respuesta indirecta se encuentra en la ayah 191, de la surah Ali Imran, 3:
“Los que recuerdan a Allah de pie, sentados y acostados y reflexionan sobre la creación de los cielos y la tierra…”
Es decir, lo hacen constantemente y mantienen una incesante consciencia de estar bajo la mirada del Todopoderoso. En efecto, Nuestro Señor está más cerca de nosotros que nuestra vena yugular, pero ¿qué tan cerca de Él estamos nosotros? Para que esta cercanía sea real en nuestras vidas, nos es indispensable seguir el ejemplo del Noble Profeta (s.a.w).
El valor del Profeta de Allah (s.a.w) en nosotros
No se puede viajar hacia Allah, Glorificado sea, sin tomar consciencia del valor y honor que Él Mismo otorga a Su Profeta (s.a.w).
“Es verdad que Allah bendice al Profeta y Sus ángeles piden por él. ¡Vosotros que creéis! Pedir por él y saludadlo con un saludo de paz.” (Al-Ahzab, 33:56)
Así pues, el Todopoderoso envía Sus saludos al Bendito Profeta (s.a.w), el más noble de Su creación, y lo mismo hacen los ángeles. La comprensión real de este hecho puede que sea imposible tanto para nuestros corazones como para nuestra consciencia. ¿Cómo Allah, Glorificado sea, manda Sus saludos a un ser creado por Él? La explicación que nos ofrece, en verdad, queda como un enigma divino. Una cosa, no obstante, es clara, y es que el Todopoderoso alberga un gran amor y afecto por Su Mensajero (s.a.w) y que quiere que seamos conscientes de ello. Nos ordena pedir por él y saludarle con un saludo de paz, es decir de sumo respeto. Pero no es suficiente hacerlo solamente con la lengua, más bien toda nuestra existencia debería ser una declaración de este deseo de saludar al Profeta e imitarle en todos nuestros actos. Nuestro comportamiento en la vida social, tanto en casa como en el trabajo, debería tener un tinte digno de ser una petición por él y un saludo a él. Uno debería pararse a pensar por un momento hasta qué punto el Noble Profeta (s.a.w) estaría de acuerdo con la manera en la que llevamos nuestros asuntos familiares, o los negocios, o simplemente nuestro trato con la demás gente; hasta qué punto aceptaría la manera en la que educamos a nuestros hijos; qué diría de nuestra forma de adoración.
Si este auto-examen de los corazones se nos hace pesado, ¿qué nos parecerá el interrogatorio que tendrá lugar el Día de la Resurrección, cuando se nos diga:
اقْرَأْ كَتَابَكَ كَفَى بِنَفْسِكَ الْيَوْمَ عَلَيْكَ حَسِيباً
“¡Lee tu libro! Hoy te bastas a ti mismo para llevar tu cuenta.” (Al-Isra, 17:14)
Nuestro libro de actos nos expondrá claramente quienes somos en verdad, con toda franqueza, sin que nada quede en secreto. Veremos la película que ha sido nuestra vida, veremos como hemos hecho nuestras salawaat, nuestros ayunos, y todo lo demás, y lo veremos totalmente al descubierto. Veremos, pues, si hemos sido siervos de boquilla o si hemos puesto nuestro corazón y alma en ello. Veremos cómo hemos actuado durante nuestra vida en este mundo, y qué uso hemos hecho de las incontables bendiciones del Todopoderoso, bendiciones de espíritu, razón, inteligencia y riqueza, que o bien hemos puesto al servicio de los demás, o bien las hemos malgastado. Veremos con el ojo de la certeza cuánto hemos amado a Allah y a Su Mensajero y en qué grado hemos imitado su carácter. Todo esto lo veremos en nuestro libro de actos realizados en este mundo y plasmado en las pantallas del Más Allá.
“Y cuando lleguen a él, a sus oídos, vista y pies atestiguarán contra ellos por lo que hicieron.” (Al-Fussilat, 41:20)
Es por ello por lo que nos debemos interrogar seriamente todos los días de nuestra vida como si fueran el último y estuviéramos delante del Creador. ¿A dónde dirigimos nuestras miradas? ¿Cuánta Revelación Divina y Consejo Profético escuchan nuestros oídos? ¿Hasta qué punto utilizamos nuestros cuerpos y facultades en el camino del Real?
Es sumamente importante que cada uno de nosotros conteste a estas preguntas y tome las medidas necesarias para rectificar una conducta equivocada mientras todavía esté a tiempo.
La prueba del amor y del adab
Los seres humanos vivimos en un mundo-escuela donde se nos examina constantemente para comprobar nuestro grado de amor al Bendito Profeta (s.a.w), nuestra obediencia y buenos modales, adab, hacia él. El Todopoderoso afirma:
“¡Vosotros que creéis! Obedeced a Allah, obedeced al Mensajero y no echéis a perder vuestras obras.” (Muhammad, 47:33)
“¡Vosotros que creéis! No subáis la voz por encima de la del Profeta ni le habléis a voces como hacéis entre vosotros, no vaya a ser que vuestras obras se malogren sin daros cuenta. Los que bajan la voz en presencia del Mensajero de Allah, son ésos a los que Allah les ha abierto el corazón a Su temor. Tendrán perdón y una enorme recompensa. Esos que te llaman desde la parte de atrás de las habitaciones privadas en su mayoría no razonan.” (Al-Huyurat, 49:2-4)
Está claro, pues, que la cortesía hacia el Profeta (s.a.w) y el esfuerzo para conocerle mejor y seguir su sunnah son una examen de taqwah para nuestros corazones y un medio de acercarnos a Allah, Glorificado sea, ya que solamente los lerdos osan mostrarle zafiedad sin comprender el daño que se inflingen a ellos mismos. Otra de las conclusiones que podemos sacar concierne a la verdadera dimensión del ejemplo del Mensajero de Allah y la manera en la que nuestras vidas contrastan con la suya. El mandato del Qur‘an está claro:
“Quien obedece al Mensajero está obedeciendo a Allah. Y quien le da la espalda… No te hemos enviado a ellos para que seas su guardián.” (An-Nisa, 4-80)
La medida de nuestro amor por él (s.a.s)
El incidente que nos relata Abdullah ibn Hisham (r.a) es muy ilustrativo al respecto:
“Estábamos una vez sentados con el Mensajero de Allah (s.a.w), y él tenía en su mano la mano de ‘Umar. De repente éste dijo: ‘O Mensajero de Allah, me eres más querido que todo lo demás, excepto yo mismo.’ ‘No, ‘Umar,’ le respondió el Mensajero de Allah. ‘Por Él que sostiene mi alma en Su mano, no habrás creído hasta que yo no te sea más querido que tú mismo.’ ‘Umar dijo: ‘Entonces, en verdad que me eres más querido que yo mismo.’ El Mensajero de Allah afirmó: ‘Ahora ‘Umar es como debe ser.’” (Bujari, Ayman, 3)
Esta es la medida del amor y afecto que debemos tener por él y el lugar que debe ocupar en nuestras vidas, pensamientos y sentimientos. El amor por él se nos ha hecho obligatorio.[4] El Qur’an afirma:
النَّبِيُّ أَوْلَى بِالْمُؤْمِنِينَ مِنْ أَنفُسِهِمْ
“El Profeta, para los creyentes, está antes que ells mismos…” (Al-Azhab, 33:6)
El amor por él ha sido declarado como una condición de la verdadera creencia.
“Por Allah, Quien tiene mi alma en su mano, no creerá verdaderamente aquel para quien su madre, padre, sus hijos y todos los demás le sean más queridos que yo.” (Bujari, Iman, 8)
Los Compañeros competían entre ellos por satisfacer el más mínimo deseo del Profeta, declarando su amor por él en toda ocasión y circunstancia, diciendo ‘que mi madre, mi padre, mi vida y todo lo que tengo sean sacrificados por ti’.
Permanecer indiferentes o, peor aún, actuar con descortesía hacia él, es una señal de ignorancia; aferrarse a él, por el contrario, es la cura eterna.
Los signos de nuestro amor por él
El hombre menciona continuamente lo que ama y no pierde la menor oportunidad para describirlo a aquellos que tiene a su alrededor. Un hombre de negocios siempre habla de sus exitosas transacciones comerciales –cuánto ha ganado, cómo invertir mejor el dinero, qué hacer para no malgastarlo, etc. De las bocas de los que adoran a sus hijos no salen otras palabras que alabanzas por las excelsas cualidades de sus retoños. Los Compañeros y los veraces siempre hablaban del Bendito Profeta (s.a.w) y disfrutaban haciéndolo. Sentían, a la vez, un profundo entusiasmo por conocerle, imitarle y poder estar con él en el Más Allá.
Otro secreto del “amor”, su razón existencial, consiste en que el amante adopte el hal, el estado interior, del amado, y llegue a cumplir este objetivo de acuerdo con la talla del amado a pesar de las carencias del amante.
La dificultad de explicarle adecuadamente
Una vez Jalid ibn Walid, al mando de un pequeño destacamento, hizo una parada cerca de una tribu musulmana, cuyo jefe le pidió que le describiese al Profeta (s.a.w). Jalid le contestó:
“Esto está fuera de mi poder. Es imposible transmitir su belleza. No esperes algo así de mi.”
“Hazlo como te sea posible. Hazlo de una forma muy general, si quieres.”
A lo que Jalid le respondió:
اَلرَّسُولُ عَلى قَدْرِ الْمُرْسِلِ
“El Enviado se corresponde con la grandeza de Quien le envía.”[5]
Qué Allah nos conceda parte en el amor de los Compañeros por el Bendito Profeta (s.a.w), y que este amor adorne nuestras vidas con su belleza y su poder transformador.
Amin…
[1]. Ver Yaziya, 13.
[2]. Ver Qiyamah, 36.
[3]. Ver Bujari, Anbiya, 3, 9; Muslim, Iman, 327, 328; Tirmidhi, Qiyamah, 10.
[4]. “Di: Si vuestros padres, hijos, hermanos, esposas, vuestro clan familiar, los bienes que habéis obtenido, el negocio cuya falta de beneficio teméis, las moradas que os satisfacen, os son más queridos que Allah, Su Mensajero y la lucha en Su camino… Esperad hasta que Allah llegue con Su orden. Allah no guía a la gente descarriada.” (At-Tawba, 9:24)
[5]. Es decir, ya que El Que Envía es el Señor de los Mundos, el Creador del Universo, te puedes imaginar el honor del Enviado. Munawi, V, 92/6478; Kastalani, Mevahib-i Ledunniyye Tercumesi, Istanbul 1984, p. 417.